El primer mensaje a la nación del presidente Pedro Pablo Kuczynski ha sido bien recibido por diversos sectores del país. Según la última medición de la encuestadora CPI, de un 37.4% de ciudadanos que lo escucharon o leyeron, un 62% dijo estar muy conforme con lo expuesto. Esto se condice con lo expresado por diversos políticos, empresarios y actores de la sociedad. Sin embargo, ¿hay motivos para considerar que el nuevo gobierno marcará un nuevo comienzo en nuestra historia republicana?
A diferencia de anteriores mensajes a la nación, el presidente Kuczynski buscó marcar en principio una diferencia de forma, alejándose del anuncio de medidas puntuales para centrarse en los principios que guiarían su gestión. Su estrategia de diferenciación en este punto sorprendió a muchos que, por la formación profesional del primer mandatario, pensaron que se trataría de otro mensaje más plagado de cifras y lugares inconexos. Las acciones emprendidas a lo largo de la primera semana del gobierno, tales como la rutina de ejercicios antes de empezar las sesiones del gabinete, la orden a los ministros de viajar permanentemente al interior del país, e incluso algo tan singular como no permitir el uso de celulares en los consejos de ministros, buscarían afianzar en los hechos esa diferenciación con el pasado, la cual está íntimamente conectada con el tono esperanzador que tuvo su alocución. Pero, aún más sorprendentes que las diferencias de forma fueron las diferencias de fondo.
Sobre los detalles puntuales que se mencionaron en el mensaje, destacaron la toma de posición a favor de la igualdad, equidad y fraternidad, valores predominantemente olvidados en anteriores alocuciones de inauguración de mandato. Especialmente, el presidente resaltó su compromiso con el acceso a oportunidades y servicios esenciales a través de un crecimiento no solo económico sino también humano, lo que sintetizó con el término “revolución social”. De hecho, resultó significativo su compromiso con los ciudadanos que viven en zonas rurales y en zonas de frontera. En esa línea, también llamó la atención la mención de problemáticas como la desigualdad entre hombres y mujeres, el racismo y la homofobia, contra las que se comprometió a luchar. Su mención a las artes, al deporte y la apuesta por la recuperación de los espacios públicos también resultó novedosa. Sin embargo, pese al intento de diferenciarse del pasado poniendo en agenda un ideario republicano, con énfasis en los sectores y las materias más olvidadas en el accionar político, en el mensaje a la nación también fue posible identificar algunos rasgos que podrían resultar ir contra todas las buenas intenciones manifestadas.
También llamó la atención la mención de problemáticas como la igualdad entre hombres y mujeres, el racismo y la homofobia, contra las que se comprometió a luchar.
Según una encuesta de GfK previa a la asunción de mando, un 75% de ciudadanos opinó que el presidente debía mencionar en su discurso inaugural cómo abordaría la lucha contra la delincuencia. Sin embargo, más allá de mencionar que buscaría un país más seguro al final de su mandato, no esbozó ninguna medida concreta en esta materia. Pese a que el mensaje a la nación haya sido aprobado por la mayoría de quienes lo oyeron o leyeron (lo cual probablemente está relacionado con la luna de miel de la que gozan la mayor parte de presidentes y con el espíritu diferenciador que, como se ha mencionado, fue su eje ordenador), la ausencia de sustancia en sus anuncios en esta importante materia podría estar hablándonos de un presidente con dificultades para establecer las prioridades de su agenda. Tener como referente al ex presidente Fernando Belaúnde, a quien los caricaturistas de los años ochenta retrataban con un par de cejas espesas que le tapaban los ojos y encima de una nube, ¿acaso podrían resultar una premonición? Un presidente que no prioriza las demandas ciudadanas más importantes se hace rápidamente impopular y difícilmente puede llegar a plasmar ideales de corte republicano, tan necesarios en nuestra sociedad.
Otra disonancia inquietante, dentro del primer mensaje a la nación del presidente Kuczynski, estuvo en relación con la dimensión política. A partir de la segunda vuelta ha sido común escuchar que el mayor problema del gobierno estará en el ámbito parlamentario. Sin embargo, se le ha prestado poca atención al ámbito subnacional, en el cual existen una serie de demandas diseminadas por todo el territorio que aún esperan solucionarse. Pese a esta problemática latente y al afán innovador de la nueva gestión, el presidente no ha configurado una propuesta sostenible en el tiempo para relacionarse con la sociedad fuera de la capital, que es donde probablemente se encuentre la verdadera oposición a su gobierno. En su alocución del 28 de julio expresó que buscará impulsar la inversión privada para generar un mayor crecimiento económico que le permita combatir la desigualdad y que, en caso esta se vea rechazada, irá a las zonas en conflicto para convencer a las comunidades que acepten. Pese a esa intención, lo cierto es que sin una fórmula institucionalizada para enfrentar las legítimas demandas ciudadanas difícilmente se podrán financiar los proyectos de infraestructura y los aumentos de sueldos que anunció. Un escenario de permanente conflictividad social también podría diezmar la confianza en su administración y, con ello, el propósito republicano que la anima.
Los problemas en la definición de los asuntos prioritarios del país no serían un problema exclusivo del actual presidente. Las anteriores gestiones enfocaron gran parte de sus esfuerzos en el crecimiento económico y la promoción de la inversión privada frente a otras problemáticas que afectaban severamente a los peruanos en su día a día, como la creciente inseguridad ciudadana. Asimismo, todas se manejaron bajo la premisa que la política se reduce al ámbito parlamentario y que a los ciudadanos que viven fuera de Lima había que convencerlos hablándoles bonito y ofreciéndoles un paquete de obras pese al permanente descontento social que tuvieron que enfrentar. A partir de ahí es posible pensar que la actual gestión, más allá de las formas, no representaría una ruptura significativa y, con ello, un nuevo comienzo, sino una continuidad con los anteriores gobiernos. Esta continuidad también se evidenció con algunas menciones explícitas que se hicieron a lo largo del mensaje presidencial.
Aunque el presidente fue muy enfático en que buscaría la unión de todos los peruanos y que respetaba las distintas posiciones políticas, en un momento invocó a ponerle fin a lo que llamó “discusiones ideológicas”. La referencia a las ideologías permite conocer que Kuczynski piensa que los actores políticos no están guiados por demandas legítimas sino por ideas que no se condicen con la realidad. Este razonamiento, además de demostrar un conocimiento incompleto, por decir lo menos, de la complejidad del país, podría devenir en antidemocrático, dado que desconoce la legitimidad de los oponentes. De hecho, en base a ese razonamiento se sustentaron acciones de fuerza como las sucedidas en el llamado “Baguazo” durante el gobierno de Alan García, o en las jornadas de protesta contra la minería en Cajamarca durante el gobierno de Ollanta Humala.
En su primera alocución, el presidente también hizo mención a la eliminación de las “trabas burocráticas”. A lo largo del último quinquenio, iniciativas como la consulta previa o la imposición de estándares ambientales más rigurosos fueron consideradas por una serie de comentaristas y economistas como un desincentivo a la inversión privada, pese a que muchas de ellas fueron, en realidad, versiones más laxas de las que originalmente se habían proyectado con el fin de no espantar a las inversiones. Así, aunque dejó en claro que respetaría en último término las decisiones de las poblaciones y las normas ambientales vigentes, al considerar que medidas que empoderan al Estado para que proteja el interés general frente a intereses particulares son algo negativo, el mandatario queda alineado a lo que ha sido el sentido común dentro de los últimos gobiernos, en los que el interés de los inversionistas ha pesado más que, o se ha forzado mimetizar con, el interés general.
Difícilmente el sentido de un gobierno puede deducirse por completo a través de un mensaje inaugural. Normalmente, los gobernantes enfrentan situaciones que los llevan a variar su discurso inicial como una manera de sobrevivir políticamente. Asimismo, a diferencia de los años anteriores hoy parecen existir sectores de la sociedad mucho más comprometidos con sacar al país del continuismo inercial en el que se ha movido en los últimos 15 años. Así, aunque hay indicios para pensar que los próximos años serán más de lo mismo, la pregunta por si el periodo presidencial que ha empezado constituye un nuevo comienzo, aún queda abierta.
Félix Puémape
Politólogo. Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP)