El Papa Francisco ha sorprendido a la Iglesia con un estilo nuevo que evoca lo que se experimentó cuando llegó al pontificado Juan XXIII. Hemos sentido un aire fresco, un estilo sencillo y directo y una profunda humanidad que nos llena de esperanza. Es particularmente significativa la entrevista concedida a las revistas jesuitas, representadas por el director de la Civilta Cattolica. En ese encuentro vemos a un Papa fraternal, claro, que reconoce errores y que relaciona la doctrina con su vida personal y pastoral. Esa entrevista nos muestra que los signos de cercanía, la franqueza en la palabra, la sencillez de hábitos y formas, el dejar las habitaciones del palacio Vaticano, no son hechos fortuitos o aislados sino que responden a un pensamiento más profundo sobre la Iglesia y su misión.
Así como el Papa nos dice en esa entrevista que "la Iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos", es importante que al revisar el mensaje que ha entregado no nos quedemos sólo en lo anecdótico o en problemas específicos, como suelen hacerlo los medios. Hay que ir a las ideas maestras, o como dice el propio Francisco: "hay que comenzar por lo más elemental".
Creo que en lo esencial hay un intento de volver a las fuentes evangélicas para entender la Iglesia a partir de la misión y el modo de vida de Jesús. En esto hay una similitud con lo que en su tiempo intentó Francisco de Asís. En segundo lugar, en esta búsqueda de caminos nuevos para Iglesia llama la atención el sello indeleble de la espiritualidad de San Ignacio. Esta simbiosis de elementos franciscanos e ignacianos puede ser particularmente fecunda en nuestro tiempo. No hay que olvidar que, al iniciar su conversión, Ignacio de Loyola deseaba hacer lo que había hecho San Francisco.
Analizaremos en primer lugar el modo de acercarse a la realidad que tiene el Papa y que está muy marcado por su espiritualidad y experiencias pastorales. En segundo lugar señalaremos su visión de Iglesia.
En este mundo en cambio, el Papa se acerca a la realidad no desde la certeza sino desde el discernimiento. No parte de lo abstracto sino de lo concreto y particular. El discernimiento nos hace personas en búsqueda constante, nos desinstala, nos hace flexibles, ubica nuestras seguridades en Dios y no en nosotros. Se trata de un camino humilde de aproximación a la verdad que nos capacita para vivir la incertidumbre dando un espacio a la duda; nos ayuda a no hacernos dueños de la verdad y de la religión; nos hace peregrinos, caminantes, compañeros de ruta con quienes buscan con sincero corazón; nos saca de la auto-referencia. Como dice el Papa, el discernimiento nos descentra de nosotros para fijar nuestra mirada en Jesús, a quien seguimos; nos abre a un dialogo que escucha a la gente, en especial al pobre.
Quien discierne tiene una actitud dinámica, no queda vuelto atrás ni busca su seguridad en la rígida disciplina. “Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la ‘seguridad’ doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva.”
Esta actitud de discernimiento abre la mirada al futuro, posibilita los sueños e ideales, y al mismo tiempo permite considerar cada caso particular y el momento presente; no se contenta con definiciones claras y precisas sino que enriquece esas definiciones con la consideración de una historia compleja, llena de dificultades y excepciones. Es la actitud del contemplativo en la acción que descubre a Dios en toda circunstancia y no se achica ante los mayores desafíos, pero sabe encarnar la Palabra de un modo sencillo en la humilde realidad. Quien discierne no se encierra en una maraña de costumbres, ni en el miedo al cambio: por el contrario, se abre a las fronteras. “Dios está hoy en lo concreto de nuestra historia. Dios se ha revelado como historia, no como un compendio de verdades abstractas”.
Esta actitud permite una atención pastoral a las personas concretas que viven difíciles circunstancias; permite un dialogo abierto con quienes piensan de modo diferente… y comprende el mensaje del evangelio no como una “doctrina monolítica y sin matices”.
Ante los embates de un tiempo en cambio, ante el entrecruzamiento de culturas y el peligro de un absoluto relativismo, existe el peligro de asegurarse construyendo un cuerpo monolítico de doctrina, sin jerarquía de verdades, sin matices, donde todo está sacralizado y prácticamente no hay lugar a que la tradición se vaya enriqueciendo con todos los avances de la humanidad.
Esta actitud del Papa pone a la Iglesia en la línea del Concilio, que invitó a discernir los signos de los tiempos.
Nos encontramos ante un pastor que tiene una visión del Mundo y de la Iglesia eminentemente pastoral. La Iglesia está para ayudar al ser humano y para salvarlo. La misericordia ocupa un lugar central en el mensaje. Esta visión misionera es coherente con el l Concilio Vaticano.
La Iglesia debe centrarse en “curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles”. Eso frente a una visión demasiado moralizante, disciplinaria o jurídica. A partir de esa misión salvadora se actualiza y se jerarquiza el mensaje.
Esta visión pastoral exige también renovar la relación interna entre Pastores y Fieles. No es extraño que el Papa prefiera definir la Iglesia como Pueblo de Dios. Esa imagen rompe una visión individualista de la religión y acorta distancias entre la jerarquía y los fieles. Todos somos integrantes del pueblo y no hay salvación aisladamente. “El pueblo es sujeto”. Eso obliga a los pastores a auscultar el sentir de su pueblo, el “sensus fidelium”. Los fieles deben estar en comunión con sus pastores y estos en comunión con su pueblo.
De aquí nace una interesante visión de la sinodalidad participativa en la Iglesia. Frente a una Iglesia demasiado centralizada, el Papa dice: “consultar es muy importante. Los consistorios y los sínodos, por ejemplo, son lugares para lograr que esta consulta llegue a ser verdadera y activa. Deseo consultas reales, no formales”.
Mucho se ha hablado de la reforma de la curia; sin embargo, las reformas administrativas son secundarias frente a un cambio de espíritu y no pueden ser una especie de defensa, de conservación del orden. Hay que quitarle a la curia el carácter de “corte papal” para convertirla en un servicio al Papa y a los Obispos, no como un organismo superior centralizador, censor o burocrático. La atención a lo particular obligará a trasladar a las diócesis el trato de muchos problemas.
El Papa no escabulle problemas específicos (rol de la mujer, minorías sexuales, separados) pero los inserta en una visión pastoral de la Iglesia.
La importancia de la misión, la necesidad de discernimiento, la contemplación en la acción, la necesidad de ir a las fronteras y el diálogo, el no tener miedo al riesgo, la creatividad apostólica y una posición moral que da más más lugar a la misericordia, la evangelización de la cultura, nos resultan temas muy cercanos a los jesuitas y nos alientan a poner nuestras personas al servicio.
Fernando Montes, SJ
Rector de la Universidad Alberto Hurtado (Chile)