En un artículo publicado por la costarricense Rebeca Grynspan, Secretaria General Iberoamericana, en “El Comercio” de Lima el último 17 de marzo, se lee lo siguiente: “Según el BID, atrasarnos un trimestre vacunando nos cuesta cerca de $ 125,000 millones en crecimiento, casi el 2,5% del PBI regional; perder un mes ahora es casi como perder un año luego. Para ello, América Latina, al igual que el mundo en desarrollo, necesita con urgencia mecanismos multilaterales de acceso universal a las vacunas, como el COVAX”. El limitado alcance del COVAX.
El Covax Facility, como se sabe, es el Mecanismo de Acceso Mundial a las Vacunas contra la COVID-19, lanzado en abril de 2020. Se trata de una iniciativa que busca coordinar con los fabricantes de vacunas, de modo que todos los países del mundo tengan un acceso equitativo a vacunas seguras. Este mecanismo, con la participación de Bill Gates, es liderado por la Alianza Mundial para las Vacunas (GAVI), la Coalición para la Promoción de Innovaciones en pro de la Preparación ante Epidemias (CEPI) y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Covax Facility busca compartir los riesgos asociados al desarrollo de vacunas, invirtiendo en el proceso de fabricación. Sin embargo, su alcance ha sido notoriamente limitado. La participación de las empresas y países productores de vacunas (que son principalmente EEUU, el Reino Unido, Alemania, China y Rusia) ha sido pavorosamente insuficiente. En general, se ha preferido el negocio de la venta de vacunas y/o su uso para fines de prestigio e influencia política, antes que la atención efectiva a un problema global ¿Cómo hablar entonces de solidaridad internacional frente a la urgencia de las vacunas?
En presencia de esta pandemia la solidaridad no es sólo un tema de valores humanos. Es, literalmente, una cuestión de sobrevivencia.
En efecto, la pandemia de la COVID-19 significa, muy probablemente, el ingreso de la humanidad a una fase histórica diferente. En primer lugar, porque todo nos lleva a pensar que, a las variantes de este virus, se sumarán nuevos virus que nos obligarán a vivir entre pandemias y vacunas, ocultos tras mascarillas y por períodos más o menos prolongados. Recuérdese, no más, que cuando todo esto empezó, discutíamos acerca del número de días que podría durar. Luego, empezamos a hablar de semanas. Después de meses. Hoy llevamos más de un año y no puede asegurarse que la velocidad de producción y distribución de las vacunas, así como su vigencia, estén superando la reproducción y diversificación de los virus. Los científicos venían advirtiendo, desde antes de la COVID-19, que la agresión compulsiva de los seres humanos contra la naturaleza iba a producir, junto con el calentamiento global, un caldo de cultivo para nuevas, desconocidas y muy agresivas infecciones. La COVID-19 es la primera de ellas, no un evento aislado.
En el mundo de hoy, aunque se cierren aeropuertos, puertos y carreteras, no hay posibilidad de vencer a los virus en un solo país. Sólo un esfuerzo global puede vencer a un ataque global.
En segundo lugar, esta es la primera pandemia literalmente global que afecta a la humanidad. La peste de Justiniano en el siglo VI, la peste negra en el siglo XIV, la gripe española y otras pandemias del siglo XX, afectaron más o menos sucesivamente a diferentes áreas del planeta, pero ninguna de ella alcanzó simultáneamente, y con tanta intensidad, a la totalidad.
En el mundo de hoy, aunque se cierren aeropuertos, puertos y carreteras, no hay posibilidad de vencer a los virus en un solo país. Sólo un esfuerzo global puede vencer a un ataque global.
Pero, como lo ha anotado Ariela Ruiz Caro, en un sesudo análisis, “la reducida oferta para satisfacer la demanda mundial de las vacunas contra la COVID-19 es una preocupación creciente para los gobiernos, los organismos multilaterales y foros intergubernamentales. Las farmacéuticas que poseen los derechos de propiedad intelectual de la vacuna no cuentan con capacidad de producción suficiente para abastecer las necesidades globales. El 10 de febrero la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la UNICEF denunciaron conjuntamente el acaparamiento de las vacunas de parte de los países desarrollados. Del total de 128 millones de dosis administradas hasta ese momento, más de las tres cuartas partes habían tenido lugar solo en diez países que representaban 60% del PBI global.
América Latina tiene dosis para inmunizar a menos del 3% de su población (...) La producción es insuficiente y estas han sido acaparadas por los países desarrollados quienes han comprado entre dos y tres veces las necesidades de su población, acción conocida como “nacionalismo de las vacunas”.
Los mecanismos de carácter voluntario para apoyar el acceso a las vacunas para los países de ingresos bajos y medios no han funcionado (...) El Centro de Acceso Global a Vacunas COVID-19 (Covax) (…) funciona de manera muy limitada. Estas llegan a cuenta gotas (...) Tampoco ha funcionado el “llamado a la acción solidaria” anunciado en mayo por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para conformar un Technology Access Pool (C-TAP), una suerte de banco de datos que permitiría centralizar el conocimiento disponible para la prevención y el tratamiento de la COVID-19. A pesar de su carácter voluntario, la Federación Internacional de Compañías y Asociaciones Farmacéuticas (IFPMA) la rechazó. El día que la OMS lanzó esta propuesta, Donald Trump anunció su retiro de esa organización por considerarla funcional a China”. De esta manera, el rechazo no ha operado sólo de modo implícito y silencioso. Ha sido expreso y tajante. La gran industria farmacéutica, de la que dependemos y que ha recibido ingente financiamiento público para inventar y producir vacunas, está en contra de que cualquiera sea solidario.
Claro que ha habido voces en contra. Emmanuel Macron, el presidente de Francia (un país que no produce vacunas), demandó tempranamente que estas fueran consideradas un bien público universal. Tuvo el apoyo del presidente del Perú y de las Naciones Unidas. Pero no pasó nada. Luego, Macron pidió que EE. UU. y Europa donen 5% de sus vacunas a países desfavorecidos.
Para el presidente francés está ocurriendo "una aceleración sin precedentes de la desigualdad global", lo que "está preparando el camino para una guerra de influencias sobre las vacunas". Así lo afirmó en una entrevista con el Financial Times publicada el viernes 19 de febrero, con motivo de la reunión virtual del G7 (los países más industrializados), en la que se esperaba, en vano, que sus líderes abordaran algún acuerdo efectivo sobre la distribución de las vacunas. Macron agregó que algunos países de África están comprando vacunas occidentales, como la de AstraZeneca, a "precios astronómicos": dos o tres veces más de lo que pagan los europeos. "Es – dijo - una aceleración sin precedentes de la desigualdad global y es además políticamente insostenible, porque está preparando el camino para una guerra de influencias sobre las vacunas".
Asimismo, el presidente francés considera crucial que las compañías farmacéuticas transfieran la tecnología al exterior para acelerar la producción global de vacunas y que haya transparencia en los precios.
En esta misma dirección, Sudáfrica e India, dos de los países del emergente grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) han planteado en la Organización Mundial del Comercio (OMC), una suspensión temporal de los derechos de propiedad intelectual para el tratamiento y prevención de la COVID-19, hasta que se disponga de una oferta que permita proveer las vacunas a toda la población mundial.
Mientras todo siga sometido a la lógica del negocio, la humanidad no podrá enfrentar airosamente los problemas de la salud colectiva ni su propia sobrevivencia.
A este respecto, es necesario volver a citar in extenso a Ariela Ruiz Caro: “La iniciativa de ambos países considera que la única manera de satisfacer la demanda de vacunas requerida por la población mundial consiste en facilitar el conocimiento a los países que tienen la capacidad de producir medicamentos tanto para su consumo interno como para exportarlos a otros, sin ser sancionados por violar las normas de propiedad intelectual de la OMC. Asimismo, advierte sobre la importancia de la rapidez y simultaneidad con la que la población mundial debe ser vacunada para derrotar la pandemia.
Más de 100 de los 164 países miembros la respaldan, así como por lo menos 350 organismos no gubernamentales, entre ellos Médicos sin Fronteras y Amnistía Internacional. En cambio, se oponen los países sede de la industria farmacéutica: Estados Unidos, Japón, la Unión Europea, Reino Unido, Suiza y Canadá. Se podría suponer que la importante cantidad de fondos públicos que se inyectaron a los laboratorios para que desarrollaran las vacunas en algunos de estos países permitiría a los gobiernos obtener de las empresas suficientes licencias para una producción mundial generalizada a precios asequibles. Sin embargo, el poder de la Big Pharma es enorme y tiene un rol fundamental en el financiamiento de las campañas políticas.
La falta de disponibilidad de las vacunas dio lugar a que el canciller de México, Marcelo Ebrard, instara a los países desarrollados, en nombre de América Latina y el Caribe, a evitar el acaparamiento de vacunas y a acelerar su entrega al mecanismo Covax. En su discurso del 17 de febrero, durante una sesión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, señaló que “Covax ha resultado insuficiente hasta ahora (…) El escenario que queríamos evitar desgraciadamente se está confirmando” (…) En ese mismo organismo, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, apuntó al núcleo central del problema e increpó a los países desarrollados en el Consejo de Seguridad para que apoyen la propuesta de India y Sudáfrica. “Si no es ahora, ¿cuándo?”, señaló.
A diferencia de la Unión Africana, organización intergubernamental política y de cooperación que agrupa a los 56 países de ese continente, que el 22 de febrero suscribió un comunicado en el que apoya la iniciativa planteada por India y Sudáfrica en la OMC, América Latina está lejos de tener una voz conjunta y solo se une para apelar a la buena voluntad de los mecanismos de caridad de la Big Pharma: C-TAC y Covax. Estos no funcionan y los países en desarrollo se vuelcan desesperadamente a China y, en menor medida, a Rusia, para acceder a las vacunas.
Según un reciente estudio de The Intelligence Economist Unit (EIU), muchos países no podrán vacunar a la mayoría de su población hasta 2023 –Perú culminaría en 2022–, lo que frenará la recuperación económica global. Lo más preocupante es que esas regiones podrían incubar nuevas variantes de la COVID-19. Frente a estas, las vacunas y tratamientos disponibles hoy podrían ser ineficaces. La liberación temporal de las patentes parece el único camino viable para disponer de una oferta de vacunas suficiente para erradicar la pandemia en el corto plazo.
Esta resistencia no es irracional. Corresponde a otra racionalidad, inhumana, que es la que puede llevar a la humanidad a su autodestrucción. Se trata de una racionalidad que somete toda la sociedad a la lógica de la maximización de utilidades, por encima de cualquier noción de solidaridad. Mientras todo siga sometido a la lógica del negocio, la humanidad no podrá enfrentar airosamente los problemas de la salud colectiva ni su propia sobrevivencia.
Invierno 2021
Rafael Roncagliolo
Exministro de Relaciones Interiores y excanciller de la República