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Edición Nº 16

Vicente Santuc SJ: amigo cercano de tantas y tan diversas personas
30 de mayo, 2011

Vicente era un hombre de frontera, a veces controversial, sumamente libre, profunda y plenamente jesuita. Formador e inspirador de muchos jóvenes jesuitas. La Compañía de Jesús en el Perú ha sido muy influenciada por sus trabajos y su modo personal de ser. Fue de los iniciadores de la presencia jesuita en Educación Popular, acompañante espiritual y formador de muchos; promotor del trabajo intelectual entre nosotros.

“Obedece, sé fiel, a la vida que habita en ti”

Decía una y otra vez. La libertad se juega en la obediencia al gesto de la vida, que crea y recrea, pone en forma y sentido, ama y busca. Ser fiel al Principio y Fundamento que nos constituye es el gesto de mayor libertad, decía junto con Ignacio de Loyola. No confiar en los egos, sino en la vida, en uno. Ni en los reconocimientos, ni en la acumulación de poder y de cosas. No buscarle razones y porqués al ser en la vida, simplemente acoger la maravilla. Jesús de Nazareth nos lo mostró: se trata de ser fiel una y otra vez al gesto creador, armonioso y amante de la vida que es regalo y presencia de Dios.

Por eso trató de acoger y ser fiel a aquello que la vida fue poniendo ante él. Ante el espanto de lo vivido en la guerra de Argelia respondió con la opción por la vida religiosa como camino creador de vida y se hizo jesuita en 1960. Luego, el mundo y la Iglesia empezaron a cambiar aceleradamente, el mundo pedía más justicia y libertad, la Iglesia quería acoger mejor su propia humanidad. En ese momento, 1969, se ordenó sacerdote y sin dejar de ser fiel a la opción original, buscó nuevos rumbos y llegó al Perú.

En Piura, con los campesinos piuranos, la vida pedía dignidad. Sus primeros escritos son cartillas para enseñar a leer y escribir a campesinos y campesinas del medio y bajo Piura. Junto a un grupo entrañable de compañeros jesuitas crearon el Centro Social CIPCA y una radio educativa: Cutivalú.

Entonces, al lado de sus amigos y compadres del campo piurano, compartiendo la vida con ellos, reconociendo la gratuidad y generosidad con que vivían a pesar de la pobreza y el maltrato, confirmó que la dignidad de la vida es inalienable y que no hay injusticia que pueda con ella. No se trata sólo de sublevarse contra lo injusto ni de simplemente acudir a principios morales, decía, sino de asentar en cada uno una nueva sensibilidad que, exigiendo justeza, escucha del otro y acogida de la vida, haga que lo injusto devenga en intolerable. Su ética se sostenía en la confianza absoluta de que el sufrimiento del mundo y el mal que nos hacemos caerán, porque son deformación y violencia de aquello irrenunciable que nos constituye.

“No hay epifanía posible sin confianza”

No es posible encontrarse con uno mismo, con Dios y su justicia, sin el gesto gratuito de la confianza. La confianza radical como modo de estar en la vida era probablemente su palabra y su gesto más frecuente. Confiaba y predicaba la confianza como modo de estar en la vida, desde ella lo más hondo y lo más bello puede revelarse y ser en nosotros, decía.

Sin embargo, no era fácil seguirle. A veces tanta confianza parecía ingenuidad; otras, era exigencia excesiva para nuestra mente urgida por respuestas. A veces parecía arriesgado caminar por la vida con tanta libertad. ¿Ante la fuerza del mal nos bastará la confianza, Vicente? ¿Podremos acaso vivir la vida entera del mismo modo? Entonces podía decir: “No te dejes dividir por el espíritu falso de los egos, que temen, que no soportan la Encarnación y te impiden habitar sencillamente la vida. La vida sólo se habita en el presente, no lo olvides. Sólo el presente es vivo, alegre, lleno, él es la eternidad en el tiempo”.

Luego de 20 años en Piura y con los campesinos, el Provincial le pidió asumir un nuevo proyecto: la creación de una Escuela jesuita de formación humanista y filosófica en Lima: la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Y casi naturalmente, se sumergió en el mundo académico. Sus cursos y seminarios se convirtieron pronto en una experiencia vital para jóvenes y adultos, y junto a él cada uno se sumergía en sus propios sentidos heredados y trataba de pensar lo razonable posible para sí y para el mundo.

“El acto humano de puesta en forma y sentido”

Su filosofía y sus reflexiones sobre la ética eran parte de la misma experiencia espiritual que lo llevaron de Argelia a las fuentes Ignacianas y de allí a América Latina y al campo de Piura. Se trataba de la experiencia honda de que la vida quiere hacerse sentido y no espanto, que lo razonable en nosotros puede hermanarnos y no enfrentarnos. La pregunta por el sentido y la convivencia razonable volvía una y otra vez en sus reflexiones de estos años. El acto razonable que busca poner en sentido no es exterior a la vida sino que brota de ella. La vida misma al hacerse palabra y encuentro deviene puesta en sentido. La palabra funda en nosotros el mundo; el mundo se hace en cada uno al nombrarlo: por tanto -decía- busquemos tener una palabra propia respecto del mundo en que vivimos. No repitas palabras y gestos que no hayas comprendido por ti mismo.

Fue así que inauguró entre nosotros un pensar valiente en el que, nuevamente, no era siempre fácil seguirle. En la búsqueda de la propia palabra podíamos soltar amarras y perdernos en mares de sin sentidos; otras veces sin darnos cuenta, entendíamos lo propio como distancia del otro y de la propia historia que nos constituye. Entonces, como Ignacio de Loyola en los EE.EE., nos prevenía de los riesgos del camino: las trampas de la razón, los espejos de los egos, los remedos de libertad.

Luego de 20 años en la Universidad consideró que otra etapa concluía y una nueva debía comenzar, y empezó
a formular un nuevo gran proyecto: estudiar los nuevos rumbos de las ciencias hoy. Estaba convencido que terminaba una época y empezaba otra, potencialmente portadora de la institucionalización de un mundo sostenible y más humano para todos. Debía trabajar al lado de las últimas investigaciones en las distintas ciencias, y a su vuelta crear seminarios de reflexión crítica del momento actual. Esperaba también, en esta que sería la última etapa de su vida, dedicar buena parte de su tiempo a la espiritualidad y los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

Esta nueva etapa se truncó en Paris, pero inició otra, decisiva, que no habíamos previsto.

No podemos evitar el dolor de su ausencia. Sin embargo, siguiendo el hilo de sus palabras, va invadiéndonos la certeza de que está con nosotros, porque está definitiva y plenamente presente en la vida de Dios, de donde brotan todos los sentidos y todas las palabras; en Aquél a quien Vicente buscó la vida entera. A Él pues, y aún en medio de la pena, agradecemos emocionados por lo que Vicente Santuc ha sido y sigue siendo para cada uno de nosotros.

Publicado en mayo 2011


Miguel Cruzado, SJ

Provincial de la Compañía de Jesús en el Perú.

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