El Perú es un país que vive en tensión: entre la esperanza y la decepción, entre el desorden institucional y el clamor de los pueblos. En esta tierra fragmentada resuena aún el eco de Fratelli Tutti, la encíclica con la que el Papa Francisco quiso anunciar “otro tipo de política” fundada en la fraternidad, la amistad social y el diálogo. Esa brújula no solo interpela las estructuras del mundo, sino también el corazón de cada ciudadano, migrante o excluido, que anhela ser parte del abrazo humano más que de la lógica del descarte.
Para explorar cómo esa luz de fraternidad puede hablar hoy al Perú —entre polarizaciones, crisis institucionales y heridas de violencia— conversamos con el Carlos Castillo Mattasoglio, arzobispo de Lima y cardenal del Perú. Sociólogo formado en San Marcos, teólogo doctorado en Roma, educador en la Pontificia Universidad Católica del Perú, pastor de barriadas y voz profética en la ciudad, Castillo encarna una síntesis entre compromiso social y reflexión teológica. Su creación como cardenal por Francisco lo coloca en el centro del puente entre el legado de aquel pontífice y el desafío del nuevo Papa León XIV.

Fratelli Tutti propone la fraternidad y la amistad social como respuesta a un mundo marcado por el individualismo y la fragmentación. En el Perú actual, donde la polarización y la desconfianza parecen profundizarse, ¿qué lugar ocupa esta encíclica y por qué sigue siendo vigente?
Francisco hizo un discernimiento espiritual sobre el mundo actual. Fratelli Tutti surge de esa mirada: en una sociedad donde impera el individualismo, la pregunta es cómo contribuir a que el mundo se humanice, se solidarice y vuelva a reconocerse como hermano. Es, en el fondo, un proyecto de fraternización global. Me parece que acierta, así como lo hizo Rerum novarum en su tiempo con León XIII.
Hoy la encíclica es absolutamente vigente, profética, porque vivimos un crecimiento extremo del individualismo. Hay proyectos políticos que llegan incluso a la lógica del exterminio, como ocurrió con el nazismo. El individualismo absoluto termina en locura: divide la humanidad entre los que “son” y los que “no son”, y a estos últimos se los descarta o elimina. Se culpa a los migrantes, se los usa como pretexto. Hay un poder económico y político tan concentrado que pareciera que unos pocos quisieran decidir quiénes merecen vivir. Es una mentalidad elitista que cree que puede prescindir de los pobres, cuando en realidad el mundo se sostiene gracias a quienes trabajan.
Por eso la encíclica es un clamor para regenerar el mundo desde la vida concreta de la gente, no desde proyectos de exterminio o exclusión. Y en esa línea, Francisco siempre valoró lo que él llama los movimientos populares: ahí está el germen de lo nuevo, lo que todavía no triunfa, pero contiene el futuro. Hay que dialogar con ellos, acompañarlos, porque representan la esperanza de los pueblos. Él fue un pastor cercano a esas realidades.
Francisco ha captado el cariño de la gente en todo el mundo; es un Papa profundamente amado. Pero también ha enfrentado resistencias dentro de la misma Iglesia, sobre todo de ciertos sectores más elitistas. Sin embargo, su fuerza está precisamente en su opción por los sencillos, por los que sostienen el mundo desde abajo.
"En una sociedad donde impera el individualismo, la pregunta es cómo contribuir a que el mundo se humanice, se solidarice y vuelva a reconocerse como hermano."

Por ese tipo de pensamiento, Francisco fue acusado por algunos sectores de comunista o ideologizado, cuando en realidad su mensaje apelaba simplemente a la humanidad y a la dignidad de cada persona. ¿Qué tan deshumanizado está el mundo para que pensar y actuar humanamente sea visto hoy como algo radical?
Lo curioso es que esa preocupación por la humanidad del ser humano es, en realidad, algo divino. Toda la Biblia muestra a un Dios que se acerca, que se hace uno de nosotros para que descubramos que nuestra humanidad está hecha para amar. Si Dios es Padre, entonces todos somos hijos, y nuestra vocación es ser hermanos. Ese es el núcleo del Evangelio: Jesús vino a revelar eso, viviendo y muriendo por nosotros para mostrarnos que la vida se entrega por amor fraterno.
En el Perú esto tiene un sentido muy profundo. Nuestra historia valora al héroe que se entrega, al que muere por los demás, como un mártir de la vida cotidiana. Pero aún no hemos alcanzado plenamente esa hermandad. Persisten miradas heredadas desde la colonia, donde algunos se creen superiores y ven al resto como “chusma”. Sin embargo, yo creo que el deseo de ser hermanos está creciendo. Hay que convertirlo en convicción, en manera de vivir: la solidaridad como sistema de vida. Esa sigue siendo una tarea pendiente para América Latina y para la Iglesia, que debe inspirarla y sostenerla, sin caer en el paternalismo ni en mantener desigualdades disfrazadas de fe.
Es por ello que en la encíclica también se reconocía a la política como una forma eminente de caridad y mencionaba que el diálogo social debe ser siempre abierto y respetuoso. En un contexto tan fragmentado como el peruano, marcado por la desconfianza, la xenofobia y el racismo, ¿cómo podemos aterrizar esos llamados en nuestra realidad?
Creo que el clamor por justicia y humanidad está presente desde hace siglos, también en el Perú. Cuando ocurre una injusticia, la gente reacciona, se manifiesta, expresa su rechazo. Pero al mismo tiempo somos un pueblo muy sencillo, incluso ingenuo: fácilmente nos ilusionamos con quien promete cambios. Falta desarrollar un mayor sentido crítico y una conciencia más firme sobre lo que queremos como sociedad.
Por eso Fratelli Tutti es tan oportuna. Nos invita a vivir un cristianismo encarnado, comprometido con la historia y con el destino de la humanidad. Francisco nos recuerda que Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo, y eso significa que Cristo está presente aquí, en medio de los problemas y las heridas del mundo. No podemos buscarlo fuera ni escapar del conflicto: la fe cristiana es precisamente eso. Es la encarnación.
"Fratelli tutti nos invita a vivir un cristianismo encarnado, comprometido con la historia y con el destino de la humanidad."
Francisco señala que para construir la paz y la fraternidad son esenciales la memoria, la justicia y el perdón. En un país como el Perú, que aún carga heridas abiertas por la violencia política y la desigualdad, ¿cómo puede esta enseñanza iluminar nuestro presente y ayudarnos a reconstruir un camino de justicia y reconciliación?
La búsqueda de justicia es un clamor profundo en el Perú, pero nuestras estructuras para alcanzarla se han deteriorado. Los sistemas que se presentaron como caminos hacia el progreso o la equidad terminaron corrompiéndose. Hoy todo parece reducido a un “¿cuánto es lo mío?”, donde el poder y la inversión se usan para beneficio propio mientras el pueblo paga las consecuencias.
Frente a eso, la alternativa real está en la autoorganización popular. Francisco lo entendió muy bien: en los movimientos populares veía el germen de una nueva esperanza. Desde la base, en comunidades que trabajan unidas, se puede reconstruir la solidaridad y la política con sentido humano. En la historia del Perú lo hemos visto —cuando la gente se organizaba, los valles florecían, todos compartían lo que tenían. Esa es la clave: reconocer que los pobres no son descartables, sino los verdaderos sujetos de transformación. Como dice el Papa, en ellos está el futuro del mundo y de la Iglesia.
Después de un pontificado tan marcado por la cercanía al pueblo ¿cómo percibe usted que este legado plantea los desafíos para el Papa León XIV? ¿Qué continuidad o diferencias vislumbra en su estilo y en su misión?
No hemos hablado mucho aún del Papa León, pero me parece que está plenamente situado en este contexto que deja Francisco. Es un hombre misionero, profundamente consciente de los problemas de fondo. Francisco era más imaginativo, más espontáneo; León, en cambio, es más reflexivo, más prudente. Se toma su tiempo para comprender y elaborar las cosas, pero lo hace con seguridad.
Creo que el Espíritu Santo, y quizá el mismo Francisco, vieron necesario que ahora haya un Papa que integre, que una. No es fácil. Francisco fue un profeta de denuncia; León parece ser inclinarse más al encuentro. Escucha, acoge, busca convencer incluso a quienes se oponen. Su tarea es enorme, pero tiene la madurez y la serenidad para hacerlo. Habrá que darle tiempo para ver cómo logra abrir camino, escuchando y elaborando formas de entrar.
"Creo que muchos vimos en León XIV a alguien capaz de continuar y consolidar lo que Francisco inició."

Usted participó en el cónclave que eligió al Papa León XIV. Dentro de lo que nos puede compartir, ¿cómo fue esa experiencia? ¿Qué ambiente se vivió en el Colegio de Cardenales y qué espíritu acompañó el proceso de discernimiento?
Dentro de los límites de lo que puedo decir, fue una experiencia profundamente espiritual. El ambiente tuvo dos momentos: algunos cardenales estaban algo descontentos, y otro grupo, numeroso, sentía con fuerza la herencia de Francisco y el deseo de continuar su camino. Hubo matices, pero también mucha claridad. Se reconocía que estábamos ante la partida de un Papa sólido, profundo, que nos había llenado de vida y dejaba una gran exigencia.
Contrario a lo que algunos medios dijeron, ni el cardenal Barreto ni yo hicimos campaña por nadie. Hay que aclarar que en el cónclave no hay campañas, ni estrategias, ni negociaciones. No es un parlamento, ni tampoco la película “Cónclave”. Es una liturgia. Es oración, discernimiento y silencio. En los momentos libres, se reza; todo ocurre en ese clima espiritual. Y así fue. Sin habernos puesto de acuerdo, el Espíritu fue mostrando el camino. La elección de León XIV fue, sinceramente, un milagro. Todos quedamos conmovidos al ver cómo, poco a poco, fue creciendo el consenso hasta desbordar. Por primera vez entendí con claridad que un cónclave es, en verdad, una experiencia espiritual.
¿Qué rasgos del legado de Francisco sintió más presentes durante la reflexión de los cardenales? ¿Y qué cualidades cree que llevaron finalmente a la elección de León XIV?
A pesar de algunas críticas, creo que todos reconocimos en Francisco a una persona auténtica, un cristiano sincero. Era impetuoso, sí, pero profundamente humano y verdadero. Su grandeza se vio reflejada en la multitud que lo acompañó incluso después de su partida. Esa autenticidad descolocó a todos, amigos y detractores por igual.
En cuanto a León XIV, creo que muchos vimos en él a alguien capaz de continuar y consolidar lo que Francisco inició. Lo conozco bien: es una persona cercana, muy consciente de la misión de la Iglesia. Como canonista, tiene una gran capacidad para discernir qué normas y caminos pueden sostener el proceso. Su tarea, creo yo, será fortalecer la dimensión sinodal que la Iglesia ha retomado, haciendo que la comunión sea real y duradera. Tiene paciencia, serenidad y una fe que sabe escuchar; por eso, inspira confianza.

Cardenal, ¿podría comentarnos en qué consiste el nuevo Plan Apostólico de la Arquidiócesis de Lima? ¿Cuáles son las prioridades pastorales que están impulsando y qué se busca con este proceso?
Cuando llegamos, encontramos una Iglesia que seguía el ritmo del año litúrgico, pero con poca vida pastoral. Durante casi veinte años no se había desarrollado una pastoral real y diversificada. En la primera Asamblea Arquidiocesana, en 2020 —antes de la pandemia—, el clamor fue unánime: todos pedían pastoral. En la carta pastoral incluso incluí la lista inmensa de las que nos solicitaron. Elegimos algunas para empezar, pero seguiremos, porque una Iglesia sin pastoral diversificada no llega al corazón de las personas. Cada ámbito humano tiene su propio mundo, con desafíos y exigencias muy concretas.
El objetivo es que cada cristiano viva su fe de manera activa y encarnada en su realidad: en la parroquia, en la juventud, en la vida pública. Por ejemplo, en la política, no basta tener “partidos cristianos”; se necesita una forma cristiana de hacer política, con servicio, sin ambición, mentira ni fastuosidad. Esa es la conversión pastoral que buscamos: actualizar la fe frente a las circunstancias del mundo de hoy.
Creo que en estos años podremos dejar bases sólidas para una Iglesia más misionera, participativa y sinodal, donde las decisiones se tomen escuchando a todos, pero con autoridad evangélica. La autoridad no desaparece, sino que se pone al servicio. Lo peor que puede pasarnos es pensar que la Iglesia ya está hecha y no hay nada más que hacer. Ese inmovilismo es lo que justamente debemos superar.
"El objetivo es que cada cristiano viva su fe de manera activa y encarnada en su realidad: en la parroquia, en la juventud, en la vida pública."
Me parece interesante que mencione la necesidad de actualizar la fe cristiana a las circunstancias del mundo de hoy. Quisiera cerrar con esa idea, tomando la imagen del Buen Samaritano con la que concluye Fratelli Tutti, como paradigma de la fraternidad universal. En un país tan dividido como el nuestro, ¿cómo puede cada ciudadano peruano —más allá de su credo o ideología— hacer suyo ese llamado del Buen Samaritano en la vida cotidiana?
Más que adaptarse como una moda, se trata de una renovación: de servir y acompañar al mundo desde el Evangelio. Adaptarse no es ceder en lo esencial, sino responder a los desafíos del tiempo con el mismo espíritu de Jesús, hablando el lenguaje de la gente. Si no traducimos la fe a un lenguaje comprensible, nadie nos entiende. Eso es lo que ya intuía el Concilio Vaticano II y lo que narran los Hechos de los Apóstoles: el milagro de Pentecostés no fue que todos hablaran igual, sino que cada uno entendía en su propia lengua. Es decir, se superó Babel, donde nadie se comprendía.
Por eso, traducir la fe no significa diluirla, sino encarnarla. Hay quienes se escandalizan cuando uno habla en sencillo, pero el pueblo necesita entender, no escuchar teología académica. Jesús mismo hablaba con gestos, y sus gestos decían más que mil palabras. Eso es lo que comunicaba el amor de Dios.
La Iglesia, entonces, tiene que esforzarse por unir el anuncio con los gestos, por encarnar la liturgia y la vida de fe en cada barrio, en cada pueblo, en su propio modo de sentir y vivir. Cada cultura guarda semillas del Espíritu Santo, y nuestra tarea es reconocerlas, hacerlas resonar con la fe explícita que anunciamos.
Dios ha venido a salvar a todos, y de alguna manera está presente en todos, aunque en distintos niveles de desarrollo. Esa es también la tarea que el Papa León XIV está impulsando: ayudarnos a descubrir al Dios que habita en cada persona, para que, desde dentro, pueda despertar.
Y, al final, ese es el verdadero gesto del Buen Samaritano: hablarle al Dios que está dentro del otro, para que despierte.

Editor de la Revista Intercambio. Periodista y comunicador audiovisual. Bachiller en Periodismo por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
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