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Edición Nº 69

Cuando el Papa habla a los periodistas: Paola Ugaz frente al mensaje de León XIV
Álvaro Fabián Suárez
4 de noviembre, 2025

Es la primera carta del Papa León XIV al Perú, dirigida a los periodistas, y llegó en un momento en que la democracia se está degradando aceleradamente, con un pacto político que controla instituciones como la Defensoría, la Junta Nacional de Justicia y el Congreso, mientras se intenta retomar la Fiscalía.

Es en ese contexto, después de tantas cosas, después de la supresión del Sodalicio, que llega esta carta de León. Yo todavía no soy capaz de procesarla ni de escribir un agradecimiento al Papa, pero siento que hoy es muy importante volverla a leer, porque todo sigue como si no hubiera pasado nada, desgraciadamente.

Desde 2018, los periodistas que hemos investigado casos de abusos dentro de la Iglesia hemos enfrentado una serie de denuncias y procesos judiciales usados para silenciarnos. El sistema de justicia en el Perú —Fiscalía y Poder Judicial— ha servido más como herramienta de censura que de protección frente a esos ataques.

En medio de ese contexto conocí al entonces Papa, cuya intervención fue clave para frenar una de las condenas más graves contra periodistas en esos años. Sin esa acción, las consecuencias hubieran sido devastadoras.

Hoy, pese a los anuncios y los gestos de cambio desde el Vaticano, en el Perú persiste una estructura de poder que intenta invisibilizar este tema. La carta del Papa León XIV llega en un momento decisivo: confirma que la Iglesia puede escuchar, pero también evidencia cuánto cuesta que esos gestos sean recogidos por los grandes medios o transformen de verdad las estructuras que sostienen el silencio.

"La mayoría de las estructuras eclesiales todavía actúan con silencio y sin rendir cuentas. Muchos prefieren mirar hacia otro lado antes que escuchar a las víctimas o hablar de reparaciones."

Bueno, las resistencias están ahí. Es lo que es. Y nosotros sabemos qué es lo que es. El mismo Papa Francisco tuvo muchísimas resistencias para tocar el tema de abusos. En el caso peruano hubo una alianza virtuosa entre la Iglesia católica y los periodistas. Gracias a esa colaboración se pudieron tomar decisiones importantes y se abrieron procesos que marcaron un antes y un después.

Pero esos casos son excepcionales. La mayoría de las estructuras eclesiales todavía actúan con silencio y sin rendir cuentas. Muchos prefieren mirar hacia otro lado antes que escuchar a las víctimas o hablar de reparaciones. Y mientras eso no cambie, la Iglesia en el Perú seguirá sin enfrentar de verdad sus heridas más profundas.

No sé cómo funcionan esos mecanismos al interior de las instituciones eclesiales, porque no soy parte de una. Pero creo que se debería tomar como ejemplo el trabajo conjunto entre periodistas y la Iglesia para oxigenar la institución con información comprobada. Es la única manera de prevenir abusos: apartar a quienes han cometido faltas y generar confianza en que las denuncias serán escuchadas y acompañadas. El secretismo, en cambio, no ayuda a nadie.

"El mayor legado que Francisco deja es esa capacidad de escuchar con cercanía y humanidad. Los abusos no se entienden en términos ideológicos, de derecha o izquierda, sino desde la empatía."

Mientras no se le cuente a la población lo que realmente ocurre, es muy difícil que haya un cambio dentro de las instituciones. Ellas no van a decidir de un día para otro volverse honestas y transparentes. Desgraciadamente, esos cambios deben venir de afuera para forzar la transformación. Por eso hay tanta expectativa en lo que pueda implementar el Papa León XIV, tomando en cuenta lo que ya se aprendió desde las denuncias del Boston Globe en 2002, el caso Karadima en Chile o el Sodalicio en Perú. Todos esos precedentes deberían servir de ejemplo para limpiar las organizaciones.

Fue algo casual. El año pasado conocí a una de las dramaturgas, Vera Castaño. Conversamos y me propuso hacer una obra sobre lo que me estaba pasando. Luego, junto con su colega Rocío Limo, me entrevistaron durante meses. Yo no sabía que la obra se estrenaría en junio ni que ya tenían un espacio en el Teatro La Plaza.

Es una historia en movimiento que refleja la persecución a una periodista mujer que, durante siete años, investigó a una organización católica que involucraba al Papa Francisco y al hoy Papa León XIV. Y, dentro de todo, ha tenido un final bueno: la organización fue suprimida, yo sigo ejerciendo periodismo, mi familia está segura, y gracias al arte, con la dramaturgia de Diego Gargurevich, Nishme Sumar, Yamilé Caparó y el apoyo del Teatro La Plaza, se contó una historia que normalmente no me atrevería a narrar.

Además, muestra lo que enfrentamos muchas periodistas mujeres en el país: se meten con tu cuerpo, con tu inteligencia y con tu vida privada sin ningún reparo. También evidencia cómo operan las campañas de desinformación financiadas por políticos. Contarlo en un informe puede sonar aburrido; en cambio, el teatro permite que la gente entienda lo que realmente está pasando. Es fuerte, pero necesario, porque las periodistas mujeres tenemos que estar más unidas y solidarias entre nosotras, sabiendo que estas historias se repiten y que justamente por eso deben detenerse.

Todo es tan reciente que aún no terminamos de procesar lo que significó Francisco para los periodistas. Fue un Papa empático, que escuchó, que cambió su mirada sobre los abusos y decidió ponerse del lado de las víctimas. Ese cambio marcó un antes y un después, y gracias a él recibimos apoyo y acompañamiento en momentos muy duros. Para mí, el mayor legado que deja es esa capacidad de escuchar con cercanía y humanidad. Los abusos no se entienden en términos ideológicos, de derecha o izquierda, sino desde la empatía y la piel. Y ese es justamente el gran reto que tiene ahora el Papa León XIV: seguir construyendo una Iglesia que escuche al otro.

Lo central fue la escucha. Escuchar a los periodistas con información certera para impulsar cambios en la institución, ya sea en casos de abusos o en lo económico. Pero también transmitía un mensaje de cercanía y austeridad: no quiso vivir en el cuarto del Papa, sino en Santa Marta; mantenía su propia agenda para recibir a todos, con poder o sin poder, con dinero o sin dinero. Nunca quiso perder la conexión con la gente, porque sentía que de allí venía su guía. Y además era laborioso, una “hormiguita”, en una Curia acostumbrada a la comodidad. Sus últimas imágenes lo muestran así: con espíritu juguetón, trabajador, y a la vez con esa mirada atenta que decía “te estoy escuchando”.

Bueno, yo soy agnóstica. Desde mi lado agnóstico celebro que es una persona buena. Nació en Estados Unidos, conoce bien cómo se mueve la cultura y el poder allá, pero él se hace religioso y pastor en el Perú. Llegó como misionero a Chulucanas en 1985, en plena pobreza y crisis económica, pasó por Trujillo en los años del autoritarismo de Fujimori, y luego en Chiclayo. En todo ese recorrido aprendió de la gente, defendió los derechos humanos y dio verdadero espacio a los laicos y a las mujeres, no de manera nominal, sino haciéndolas parte del trabajo de la Iglesia. En Chiclayo enfrentó la pobreza y además recibió a la migración venezolana en su momento más álgido, organizando equipos, ayudándoles con documentos y a organizarse. Por eso el saludo que dio a Chiclayo cuando fue nombrado Papa no es casualidad. Él mezcla varios mundos: el Perú, el Vaticano y Estados Unidos. Nadie le va a contar cuentos. Y el listón en su caso está más alto, porque esperamos que sea un líder capaz de hablar de igual a igual con Donald Trump y con los poderosos, en un mundo donde la empatía es cada vez más urgente frente a tanta deshumanización.

Bueno, yo siento que hay que seguir porque detrás de mí hay muchísimos periodistas que también quieren contar esta historia. Para mí fue importante haber transmitido internacionalmente lo que pasa en el Perú. Justo anteayer se presentó un informe de la Fundación Clooney, “El proceso es el castigo”, basado en entrevistas a 56 periodistas peruanos, que demuestra cómo la Fiscalía y el Poder Judicial se han convertido en látigos contra quienes incomodamos al poder. Es un informe muy serio, trabajado durante dos años, y confirma que en el Perú ser periodista ya no es lo normal: estamos en ligas mayores de peligro. Tal vez aquí no se lea, pero en el mundo sí, y eso importa. Por eso la carta del Papa León XIV llega en un momento clave: también sirve para visibilizar y protegernos. Frente a todo esto, mi respuesta siempre ha sido más y mejor periodismo. No voy a callar. Voy a seguir publicando, porque siento que hay gente detrás mirando lo que hacemos, y la mejor manera de resistir es publicar, publicar y publicar.

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Álvaro Fabián Suárez
Álvaro Fabián Suárez

Editor de la Revista Intercambio. Periodista y comunicador audiovisual. Bachiller en Periodismo por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

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