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Edición Nº 50

¿El mundo al servicio de qué?
16 de junio, 2020

La crisis mundial del coronavirus no es producto de un accidente, ni del azar, ni del destino misterioso, sino consecuencia de haber perdido la sociedad su verdadero propósito. La humanidad, sus gobernantes, sus empresarios y sus ciudadanos nos olvidamos que los seres humanos somos parte de este planeta, no somos los únicos seres vivos en él, ni somos los dueños del planeta Tierra y menos del universo.

Los hombres hemos pretendido someter a la naturaleza a nuestros propios caprichos, a nuestros intereses egoístas, al servicio de nuestra riqueza. Hemos violentado su natural equilibrio, hemos cambiado sus condiciones de vida y no hemos podido controlar sus consecuencias. Los virus, las bacterias y los hongos han estado en la naturaleza por millones de años, estaban en el lugar que debían y cumpliendo la función que les corresponde en la naturaleza, pero hoy se expanden de manera descontrolada por la manipulación y alteración de las condiciones de vida provocada por lo que denominamos desarrollo y tecnología.

Nos referimos a la manipulación genética irresponsable y descontrolada, a la producción de alimentos ultraprocesados, altos en azúcares libres, sodio, grasas saturadas y con grasas trans, que está sometiendo a la población a una malnutrición que la predispone y la hace más vulnerable frente a estas pandemias. Nos referimos a la alteración de las condiciones de producción agrícola, pasando de la biodiversidad y manejo orgánico de plagas, a una agricultura intensiva y de monocultivos, con aplicación irresponsable de agroquímicos que pone en riesgo la salud de los consumidores; al abandono y falta de apoyo a la pequeña agricultura familiar para dar paso a la industria de la agroexportación.

La mayoría de tierras agrícolas y bosques los hemos depredado y puesto al servicio de la producción de maíz, soya, caña de azúcar, aceite de palma y otros productos para la agroexportación. Incluso grandes desiertos de la costa los hemos convertido en proyectos para la agroindustria. Aunque esta actividad aporte divisas y mano de obra, no contribuye en nada con la alimentación de los peruanos, pues esa no es la preocupación de este sector. Son los pequeños agricultores los que nos hacen llegar todos los días papa, frejol, cebolla, zanahorias, verduras y frutas que necesitamos para nuestra alimentación cotidiana. Pero precisamente es el sector más abandonado por el Estado y, si las cosas siguen así, corremos el riesgo de que esos agricultores o sus hijos abandones sus tierras, las vendan para ir a las ciudades en búsqueda de mejores oportunidades. ¿Entonces quien se ocupará de producir los alimentos que necesitamos?

Tenemos que redescubrir nuestro propósito como humanidad, tenemos que entender de una vez por todas que no somos dueños del planeta, somos parte de él y tenemos que respetarlo. Debemos entender que no podemos cambiar las reglas de la naturaleza, podemos conocerla, descubrirla y respetarla. Nuestro propósito no es solo individual, es colectivo.

Por otro lado, el desarrollo industrial ha venido aparejado del uso indiscriminado de combustibles fósiles, que no solo ha contaminado nuestro planeta y a sus habitantes, sino que ha provocado alteraciones climáticas que ponen en riesgo la vida de los seres humanos y de miles de especies. Y ni qué decir del plástico, que invadió todos los rincones del planeta y causa tanto daño.

Todo esto tiene que cambiar, y con ello no decimos que debemos volver a los tiempos primitivos, no, de ninguna manera. Tenemos que redescubrir nuestro propósito como humanidad, tenemos que entender de una vez por todas que no somos dueños del planeta, somos parte de él y tenemos que respetarlo. Debemos entender que no podemos cambiar las reglas de la naturaleza, podemos conocerla, descubrirla y respetarla. Nuestro propósito no es solo individual, es colectivo. Nunca el interés de una persona o corporación se puede sobreponer al de la humanidad, nadie tiene derecho a hacerlo, por más dinero e influencia política o mediática que tenga.

La iniciativa privada es buena y necesaria, siempre que esté al servicio y respetando los intereses sociales. Nadie puede imponer sus intereses económicos y comerciales exponiendo al riesgo los intereses, la salud, la seguridad o la vida de los seres humanos y la naturaleza. Si es posible ese equilibrio entre el interés privado e individual con el interés colectivo, bienvenida esa nueva generación de empresarios.

Esta crisis nos deja como lección que, si bien el propósito de vida de las personas es su felicidad y su realización como seres humanos, ese propósito tiene que ser colectivo también. No hay posibilidad de ser felices y estar seguros si solo yo soy feliz, si solo yo estoy seguro, no. La mejor prueba de ello es que un problema que surgió en la China, pero luego en España y Estados Unidos, se extendió por todo el planeta en poco tiempo. No basta que yo esté protegido, que viva en lugar seguro, que tenga un buen seguro médico; si alguien está expuesto, todos estamos expuestos. Entonces, es momento de cambiar todo, no es posible que los bienes y servicios públicos (el transporte, la salud, la educación, la seguridad, las condiciones sanitarias, entre otros) sean diferenciados para pobres y ricos.

Son muchas las reformas que debemos iniciar ya, de una vez, y sin interferencias de quienes piensan solo en intereses individuales. Solo a modo de enunciado, deberíamos comenzar con algunos temas sensibles, veamos:

Cambio de las fuentes de energía: Hoy ya nadie tiene dudas sobre la necesidad de entrar a un proceso acelerado de sustitución de energías fósiles por energías renovables. El Perú tiene un enorme potencial en energía hidroeléctrica, energía eólica, energía solar y energía geotérmica, pero intereses de grupos vinculados a los recursos fósiles han obstaculizado su desarrollo más acelerado. Por ejemplo, es absurdo que teniendo una de las reservas de energía geotérmica (calor bajo tierra en el cinturón de fuego - volcánico) más importantes de la región, no se haya explotado absolutamente nada, mientras países vecinos como Bolivia y Chile ya lo están haciendo.

Proteger y apoyar al pequeño agricultor también beneficia la alimentación saludable de la población, y nuestro país tiene una amplia variedad de cultivos que ofrecer.

Transporte masivo sostenible: Se requiere poner orden de una vez al caótico transporte de pasajeros de nuestro país. Y aquí no hay nada que inventar, las soluciones ya están planteadas, pero no estamos avanzando a la velocidad que el país necesita. Se requiere priorizar el transporte público masivo digno y de calidad para todos, desincentivando el uso de pequeñas unidades y autos particulares. Fomentar otras formas de transporte sostenible como la bicicleta, para lo cual se requiere un reordenamiento de las ciudades. También tenemos que fijarnos una meta y plazos concretos para la sustitución del parque automotor con energía fósil por vehículos eléctricos.

Sistemas alimentarios sostenibles: La agricultura es la principal fuente de alimentos que todos necesitamos, por ello hay que dotarla de todas las condiciones para asegurar alimentos saludables e inocuos. Debemos dotar de todas las facilidades (semillas mejoradas, abonos, insumos, asistencia técnica, métodos de producción, certificaciones, financiamiento, etc.) a los pequeños agricultores, a fin de asegurarnos una producción de calidad, libre de agroquímicos, aflatoxinas y otros contaminantes peligrosos. Así mismo, mejorar los mecanismos de comercialización que permita precios justos tanto para los agricultores como para los consumidores finales.

Promoción de la Alimentación Saludable: Sin una alimentación saludable no es posible garantizar salud plena para las personas, por ello necesitamos asegurar la máxima disponibilidad de alimentos saludables, frescos, sin procesar o mínimamente procesados en favor de toda la población. Pero, al mismo tiempo, necesitamos restringir la oferta y comercialización de productos ultraprocesados que tanto daño están causando a la población mundial, y para comenzar se debería prohibir toda forma de publicidad y marketing de productos ultraprocesados, pues no tiene sentido que los productos que causan daño sean publicitados para incentivar, exacerbar o fomentar su consumo. Eso es un absurdo en términos sanitarios.

Reforma integral del sistema de salud: La salud es un derecho humano, no una mercancía que está disponible solo para quienes cuentan con recursos económicos. Sin salud universal no hay posibilidad de que una población esté debidamente protegida, y la prueba la ha dado esta pandemia. El Estado, como sociedad jurídicamente organizada, tiene el deber de garantizar el bien común, para ello establece mecanismos de financiamiento a través de impuestos y otros que permitan redistribuir la riqueza, especialmente garantizar servicios básicos de calidad para todos, absolutamente todos los ciudadanos, independientemente de su condición social o económica. Esta crisis puede ser el inicio de esa gran reforma. Pero no olvidemos que salud no es igual a atender enfermedades. Salud es esencialmente garantizar que todos mantengan su buena salud, sin enfermarse, para lo cual se tiene que cambiar la visión de las cosas, se tiene que invertir más en promoción y prevención que en solo curación. Si evitamos que la gente se enferme, gastaremos mucho menos en el sistema de salud y garantizaremos un mayor bienestar social, laboral y familiar.

Pensión digna y sostenible para todos: No es posible que sigamos con un sistema pensionario que solo está dando cobertura al 25% de la población económicamente activa, eso es injusto e inmoral. Los sistemas de pensiones en el mundo, tanto el sistema de reparto como el de cuentas individuales de capitalización, han sido concebidos sobre la base de un aporte obligatorio vinculado a su relación laboral, es decir a un trabajo dependiente formal, que cumpla sus obligaciones tributarias y sociales. Los sistemas están basados en la planilla o nómina. Esto probablemente resulta atinado o pertinente en países con altos niveles de formalidad, en el que toda o casi toda la población económicamente activa tiene una relación laboral formal y está en planilla. El problema es cuando estos modelos pensionarios se copian o replican en países con altos niveles de informalidad, donde gran parte de la población económicamente activa no tiene empleo formal, donde más bien son campesinos o agricultores, mineros, comerciantes, amas de casa, profesionales independientes, etc. Bajo estas condiciones, obviamente la cobertura de los sistemas pensionarios tradicionales ha fracasado y, por ende, han condenado a millones de personas a una vejez precaria y sin pensión. El problema es tan grande que muchos países se han visto presionados u obligados a otorgar subsidios a las personas adultas mayores no cubiertas por los sistemas previsionales.

Bajo estas premisas proponemos un nuevo sistema pensionario denominado “Pension Card”, que consiste en lo siguiente:

  1. Hacer que todos los habitantes del país cuenten con una cuenta de ahorro previsional “Pension Card” que les permita adscribirla a una entidad financiera, de seguros o administradora de fondos de pensiones, para que ahí se depositen sus aportes previsionales a lo largo de su vida.
  2. Cada afiliado tendría derecho a que, por cada compra que realice, un porcentaje (1%) del impuesto a las ventas/consumo IGV que se imponga en cada operación, le sea acreditado/depositado en su cuenta “pension card”.
  3. El Estado daría un aporte inicial (en préstamo) a la cuenta de ahorro previsional de cada nuevo niño recién nacido (cuenta hijo feliz), con la condición de que sus padres y/o tutores pongan en su cuenta una suma igual. Este capital inicial, más su correspondiente rentabilidad hasta la edad de jubilación, serían devueltos al Estado al fallecimiento de cada afiliado, de tal modo que se cree un fondo revolvente.
  4. Los afiliados tendrían derecho a destinar hasta el 10% de lo que correspondería pagar a la administración tributaria como impuesto anual a la renta/ganancia, a su cuenta de ahorro previsional para su futura pensión.

Los sistemas de pensiones en el mundo han sido concebidos sobre la base de un aporte obligatorio vinculado a un trabajo dependiente formal, que
cumpla sus obligaciones tributarias y sociales. [...] El problema es cuando estos modelos pensionarios se copian o replican en países con altos niveles de informalidad.

Protección de la naturaleza: Es momento de iniciar una nueva era de respeto absoluto a la naturaleza y nuestro ambiente, no más contaminación de las fuentes de agua, ríos, lagos y mares, no más contaminación del aire y suelos con gases y contaminantes químicos, no más uso de sustancias tóxicas que no tengan un fin absolutamente seguro y con todos los protocolos del caso. En especial nuestra Amazonía tiene que ser protegida, no como un recurso y reserva nacional, sino como un patrimonio de la humanidad.

Restricción absoluta al uso de drogas: Especialmente aquellas consideradas “socialmente” aceptadas, como el alcohol y el tabaco, que tanto daño están causando a la sociedad. Para comenzar debería prohibirse toda forma de publicidad y marketing de bebidas alcohólicas, tabaco y cigarrillos electrónicos, incluida la que se hace intensamente en los puntos de venta.

Promoción del consumo sostenible: Los ciudadanos, como consumidores, tenemos la obligación de cambiar nuestros hábitos de compra para favorecer a quienes producen con responsabilidad bienes y servicios que no impactan sobre el ambiente. Con el poder de compra los consumidores podemos estimular la producción limpia y desincentivar la producción contaminante e irresponsable. Tenemos que pasar de un consumismo irracional hacia un consumo sostenible y responsable.

Finalmente, hay un mal endémico en nuestro país, en nuestra población: la falta del respeto a las normas, la falta de respeto a la institucionalidad, a la autoridad. Eso tiene que cambiar definitivamente.

Nada de esto será fácil, son cambios profundos, pero necesarios y lamentablemente no tenemos mucho tiempo para hacerlos, pues estas pandemias, así como van las cosas, se van a repetir con más frecuencia; y, si no estamos preparados, si no cambiamos las condiciones de vida y las cosas que están provocando estas crisis de salud, entonces ¿qué planeta y qué futuro estaremos heredando a nuestros hijos y nietos?

Hay responsabilidades que no se pueden eludir y esta es una de ellas. Ya no se trata de solo mi derecho, mi propiedad, mi dinero, mi interés, se trata de ver a la sociedad y a la humanidad como una sola colectividad, somos parte de un solo organismo y lo que no hagamos bien en un lado, nos repercutirá por otro.

Tenemos que cambiar, no hay alternativa.

Invierno 2020


Jaime Delgado Zegarra

Director del Instituto de Consumo de la Universidad San Martín de Porres (USMP).

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