El P. Eduardo Vizcarra SJ, decano de las parroquias jesuitas de Quispicanchi y excoordinador de la Plataforma Apostólica Jesuita de Chiclayo, rememora vivencias personales junto a Monseñor Robert Prevost —hoy Papa León XIV— durante su tiempo como obispo en Chiclayo. A través de estas anécdotas, destaca su compromiso con una Iglesia más abierta y participativa, ofreciendo una mirada cercana al liderazgo y visión del actual Sumo Pontífice.
Conocí a Monseñor Robert Prevost entre los años 2017 y finales del 2019, cuando fui destinado por el entonces P. Provincial Juan Carlos Morante a la comunidad jesuita de Chiclayo como vice superior. La misión incluía, además del acompañamiento de la casa de retiro y asesorar a un grupo numeroso de jóvenes universitarios cristianos, participar en las reuniones mensuales del clero diocesano, que se realizaban en el seminario de la ciudad.
Fue en ese contexto donde tuve mis primeros encuentros con Monseñor Prevost. Más allá del saludo inicial y protocolar como nuevo jesuita en la diócesis, fue en esas reuniones del clero donde comencé a conocer al que hoy es el Papa. En medio de conversaciones pastorales, reflexiones y propuestas para el plan diocesano, fue tomando forma su visión de Iglesia: una Iglesia más abierta, participativa, orientada a la sinodalidad —aunque en ese tiempo aún no se usaba mucho ese término—, pero claramente en sintonía con el espíritu del Papa Francisco.
En medio de conversaciones pastorales, reflexiones y propuestas para el plan diocesano, Monseñor Prevost fue perfilando su visión de una Iglesia más abierta, participativa, sinodal y en sintonía con el espíritu del Papa Francisco.
Sin embargo, Monseñor no lo tuvo fácil. Recibía una diócesis que tenía una visión particular de iglesia y que estaba bastante consolidada, distinta a la que él proponía. Como suele ocurrir en estos procesos de transición, surgieron tensiones. Monseñor tenía clara su ruta, pero no siempre encontraba disposición para el cambio. Muchos sacerdotes, formados en un modelo más clerical, se sentían incómodos con las novedades que traía este obispo cercano a Francisco.
Recuerdo con claridad una reunión especialmente tensa. Apenas comenzada, un grupo de sacerdotes abordó a Monseñor con insistencia para que tomara postura frente a unos documentos apócrifos que circulaban por el país, relacionados con un tema controversial. Muchos estaban alarmados, aunque en realidad no sabían bien de qué trataba el documento. Uno de esos textos había llegado a mis manos y, tras una lectura rápida, me pareció que el contenido no era tan alarmante como se planteaba. El texto iba en la línea del reconocimiento de que todas las personas debían ser tratadas desde su dignidad humana, y que hombres y mujeres tienen los mismos derechos y responsabilidades. Sin embargo, la sola mención de este tema controversial generaba en algunos sectores sospecha, desconfianza e incluso temor, como si se tratara de una amenaza moral o doctrinal.
Aquel grupo proponía con fuerza organizar una toma de posición de la iglesia de manera multitudinaria, como las que se venían dando en algunos lugares del país, aunque en lo personal siempre me pareció que esas manifestaciones podían ser fácilmente manipuladas por sectores que temían los cambios propuestos por el Papa Francisco. En esa reunión, Monseñor Prevost se vio sorprendido, especialmente por la forma en que se lanzó la propuesta: sin diálogo, como una exigencia inmediata. Parecía no tener palabras para responder ante la presión.
Fue en ese momento que levanté la mano. Interrumpí con respeto y pregunté: “¿Alguien ha leído el documento en cuestión?”. La sala quedó en silencio. Entonces compartí algunas impresiones de mi lectura, señalando que tal vez estábamos exagerando las conclusiones sin suficiente información. Monseñor aprovechó ese momento para intervenir. Haciendo referencia directa a mi intervención, subrayó la importancia de informarse bien, de leer con atención, y de no dejarnos llevar por noticias confusas o apresuradas. Hoy lo llamaríamos prevenir las fake news. Su tono fue sereno pero firme, y nos invitó a actuar con prudencia y discernimiento. Aquel gesto me pareció muy sabio.
Un tiempo después, Monseñor se me acercó personalmente para agradecerme por esa participación. En algunos almuerzos con nuestra comunidad jesuita nos confió que se sentía acompañado y apoyado por nosotros. Y lo decía con sinceridad.
No fueron pocas las situaciones difíciles que le tocó enfrentar. Recuerdo bien las inundaciones por el fenómeno del Niño, cuando organizó, junto con Cáritas del Perú, una red de ayuda para cientos de personas que lo habían perdido todo. También se comprometió con el drama de los migrantes venezolanos, que llegaban por miles a la ciudad sin ningún tipo de apoyo. Fue entonces que impulsó la creación de una oficina diocesana de atención al migrante, e hizo un llamado a toda la Iglesia de Chiclayo para recibir, acompañar y ayudar a estos hermanos.
En todo momento, Monseñor encarnó lo que san Ignacio de Loyola nos enseñó: “El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”.
Durante la pandemia volvió a mostrar su temple y compromiso. Convocó a empresarios, articuló esfuerzos y promovió la construcción de plantas de oxígeno para abastecer a los más vulnerables, especialmente aquellos que no podían acceder a balones de oxígeno. En todo momento, Monseñor encarnó lo que san Ignacio de Loyola nos enseñó: “El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”.
Estas son algunas de las memorias vivas que conservo de mi encuentro con Monseñor Prevost. Cuántas veces nos repitió que valoraba profundamente la presencia de la Compañía de Jesús en la ciudad. Y uno sentía que lo decía de corazón.
Decano de las Parroquias Jesuitas de Quispicanchi. Excoordinador de la Plataforma Apostólica Jesuita de Chiclayo.