En su plan apostólico, la Provincia Jesuita del Perú ha establecido como una de sus prioridades la promoción de una “cultura del encuentro”. Las distintas comunidades y obras jesuitas extendidas por el país insistieron en la necesidad de reaccionar ante los profundos desacuerdos que separan a unos peruanos de otros, y que van más allá del factor económico. La respuesta no debía, sin embargo, apresurarse en proponer determinadas líneas de pensamiento; debía más bien promover condiciones necesarias para lograr acuerdos que nos permitan superar nuestras brechas. Es así como surge la convicción de que lo primero que los peruanos y peruanas necesitamos para crecer como sociedad es encontrarnos, es decir, participar de espacios comunes, conocernos cara a cara e interactuar como personas abiertas a descubrir la humanidad que habita en el otro. Porque solo desde el encuentro puede surgir el diálogo, y con ello la superación de lo que nos separa.
Pero los encuentros profundos y fecundos no se reducen a experiencias puntuales. Es por ello que se introduce el término “cultura”. Se trata de trabajar por que todos los entornos en los que nos movemos incorporen como algo propio la promoción del encuentro entre personas que pertenecen a ámbitos diferentes e incluso opuestos. De manera que el encuentro, el diálogo y la búsqueda de horizontes comunes dejen de ser excepciones y se normalicen en nuestra vida en sociedad. Solo una cultura del encuentro permitirá, como dice el Papa Francisco, “tejer una red de relaciones que haga de nuestra vida en común ‘una verdadera experiencia de fraternidad’”.
Con este trasfondo, el presente número de Intercambio se pregunta por lo que significa construir una cultura del encuentro en el Perú de hoy. Tal construcción emerge desde ciertas condiciones que es necesario reconocer y ponderar. En este sentido, Javier Caravedo reflexiona sobre la tarea de generar encuentro desde el marco del conflicto político y social actual. Asimismo, César Bedoya ensaya un reenfoque de la realidad del conflicto y de su rol en la dinámica democrática. Siendo Puno la región con mayor protagonismo en las protestas nacionales, Rolando Pilco presenta, por su parte, las razones económicas y culturales que han generado este desacuerdo. Y Paul Maquet escribe sobre el rol de la información o la desinformación en la discusión sobre los asuntos públicos. Nuestra reflexión sobre la cultura del encuentro no se limita, sin embargo, a considerar sus desafíos, sino que recoge también evidencias de que su construcción es posible. De allí que Ana María Tapia, Alex Ríos y Analí Briceño nos presenten los logros conseguidos en interculturalidad y diálogo por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, Fe y Alegría del Perú y Encuentros SJM.
Finalmente, completan este número el importante artículo de Aída Gamboa sobre las amenazas a las que se enfrentan los defensores ambientales, la reflexión de Fidel Torres sobre la deficiente gestión de las emergencias climáticas en Piura, la reseña de Julio Hurtado del sorprendente documental “Amén, Francisco responde”, y la presentación del trabajo de la artista Natalia Iguíñiz en favor del cuidado de la vida y de la paz social.
Deyvi Astudillo, SJ
Director