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Edición N° 67

Mundo Chachapoyas como pretexto para hablar del turismo que queremos
Guillermo Reaño
7 de abril, 2025

Empecemos por el periodismo de viajes, el oficio que practico inveteradamente desde hace más de tres décadas, desde antes —mucho antes— de la explosión de las redes sociales y el culto al egoselfismo. Un quehacer, como tantos, ensombrecido por la cantidad de posts, videos, carruseles y memes publicados en línea por el viajero —por lo general, joven, apuesto, sonriente— que conoce al dedillo todas —todas— las técnicas del marketing digital, tanto que cuando sube al ciberespacio, lo que ha visto, oído, sentido mientras se aleja de casa es premiado, inmediatamente, por cientos y miles de likes.

Esa ocupación que ejerzo —debo decirlo, la del periodista que viaja para contarlo— devino, sin que nos diéramos cuenta, en un oficio de culto, en una profesión ejercida por unos cronopios que se desgañitan escribiendo para despistados, algunos grinchs y —claro— también para familiares querendones y amigotes.

De allí que, para los que seguimos tercos en la profesión, repetirse es volver a decir. Y como me toca hablar del turismo en el Mundo Chachapoyas, la marca turística que han creado los emprendedores y funcionarios de tres provincias de la región Amazonas (Chachapoyas, Bongará y Luya) para ofertar las maravillas culturales y naturales con las que cuentan, voy a repetir en voz alta algunas ideas que he expresado en redes —con poquísimos likes de retorno— y en medios más convencionales.

"El turismo entendido y vivido como fiesta popular, como aliciente para seguir dándole fuelle a los instintos, para el aguante necesario en la batalla diaria por salir adelante, no como el pintoresco lugar de resguardo y goce de las élites más suertudas."

Lo hago porque el turismo que nos llegó de sopetón, como nos llegaron de golpe los malls, los gyms, los pollos Roky’s, las tarjetas Visa y tantas otras ilusiones del mundo moderno y propias de las sociedades de confort —no es una ironía— requieren un consumidor que sea considerado por quienes están detrás de las ofertas que se lanzan al mercado como un ciudadano en toda la inmensa extensión del término, y no solamente como un mero cliente de paso, como un comprador que hay que usufructuar sin ningún apego por la fidelización y el «venga de nuevo, lo vamos a estar esperando».

De allí mi insistencia en abordar el turismo, sobre todo el turismo interno, desde una propedéutica diferente. Para quien suscribe estas líneas —se lo comenté en su momento al padre Vicente Santuc cuando esbozábamos las primeras ideas para crear un espacio académico para el turismo en la Ruiz de Montoya—, el viajerismo o el turismo —si es que se quiere utilizar el término— tenía los componentes para convertirse en la herramienta que andábamos buscando como colectivo (académico) y para llenarnos de la autoestima que necesitamos con el fin de enrumbar la marcha de nuestro país por caminos menos lúgubres que los que estamos transitando en estos tiempos tan discretos. Lo comentamos a inicios del milenio que vamos consumiendo, en tiempos en que el boom de la comida peruana y el salir de viaje a como dé lugar no eran tan notorios como ahora.

En nuestros días —lo vuelvo a mencionar—, lo he visto y lo veo todo el tiempo, las masas han tomado por asalto los caminos y no hay día de sol y remembranzas por hacer o fines de semana de cualquier mes del año en los que las quebraditas, las playas de todo tipo, nuestras interminables orillas fluviales, los descampados de este país infinito, que tenemos la suerte de poblar, no estén colmados de festejantes y turistas de ocasión, esos que llevan a cuestas ollones de comida hecha en casa, equipos de música a todo volumen y muchísimas ganas de pasarla bien, de reencontrarse con los recuerdos de la infancia. Esos «no turistas» en la terminología oficial, que, por cierto, no aparecen en las cuentas nacionales porque son invisibles a la hora de acopiar la data de los alojamientos en el padrón del ministerio correspondiente, se han convertido en una presencia notoria y notable en el planeta turismo de nuestro territorio. Y no los estamos considerando.

En el país del empleo informal, siete de cada diez de nosotros trabaja de manera independiente; ese turista informal —por llamarlo de algún modo— es más potente (y mayoritario) que el turista North Face que suele aparecer feliz en la foto PromPerú. Finalmente, aunque los peruanos nos hayamos convertido en urbanitas, ¿quién no guarda en la sesera un recuerdo de nuestra vida en el campo, junto al mar, al lado de los bosques que estamos depredando sin darnos cuenta? ¿Quién no recuerda el tiempo de la vida en la finca de la abuela al lado del fogón, saboreando pescadito fresco o una yuquita sancochada al aire libre para endulzar la mañana y el resto de la vida?

El turismo, sí, el turismo entendido y vivido como fiesta popular, como aliciente para seguir dándole fuelle a los instintos, para el aguante necesario en la batalla diaria por salir adelante, no como el pintoresco lugar de resguardo y goce de las élites más suertudas. El turismo bien planificado, regulado y en orden, al alcance de todos en sus mil variantes y posibilidades, a la mano de ingas y mandingas, cerquita de los que vivimos en la ciudad y en el campo. El turismo, finalmente, como espacio para la reconciliación, el reencuentro entre los peruanos de todos los pelambres, para el festejo, el reconocimiento de nuestra ancestral cultura y el «viva el Perú». ¿Utopía?, ¿sueños alucinados?, ¿palabras vacías de realismo?

"Trazar los caminos que conviertan al Mundo Chachapoyas, y después a las demás provincias de Amazonas, en un destino popular, variado, diseñado y construido pensando en la aventura, la naturaleza, las culturas vivas, esos elementos que le dan vida a la propuesta peruana del turismo del mañana."

No lo creo. Es posible ese cambio de ruta. Para ello, hay que dejar de pensar, parafraseando a Jorge Gascón, en el exclusivo arribo de los «gringos como en sueños», en creer que la solución al problema del sector pasa por la puesta en operación del nuevo aeropuerto del Callao, la inauguración del puerto de Chancay —¿recuerdas, Vicente, cuando nos matábamos de la risa escuchando a los gurús del sector hablar de la inminente llegada de los turistas chinos?— o el destrabe, como soñaba PPK, de los grandes proyectos de inversión. Para el expresidente Kuczynski, el combo era claro: impulso a las inversiones más tarrajeo de las paredes de los barrios populares para que se puedan pintar con vívidos colores, más guerra a muerte a los perros callejeros.

No, por allí no va la cosa. El turismo receptivo es importante, claro que sí: gracias a su desarrollo se han generado y generan cambios sustantivos en la calidad de vida de las comunidades receptoras, se fortalecen cadenas productivas de gran valor e ingresan importantes divisas a las cuentas nacionales, entre múltiples otros beneficios. Por ello, es fundamental organizar la casa y trabajar de consuno para espantar los nubarrones que llenan de incertidumbre a los viajeros de todo el mundo interesados en conocer los productos que el Perú vende en los mercados más exigentes. En esa tarea, los empresarios privados hace mucho que vienen (venimos) dando batalla. Y a su terquedad se deben, principalmente, los datos de «éxito» que exhibe el gobierno acerca de la recuperación del sector con respecto a los tiempos prepandémicos —que, como se sabe, dejan mucho que desear si los comparamos con lo que han avanzado en la materia Colombia, Chile y la mayoría de los países de la región.

Vuelvo al Mundo Chachapoyas. Allí —lo estaba diciendo—, autoridades interesadas en promover el turismo desde una perspectiva de «desarrollo económico local» han convocado a muy serios estrategas en la materia para convertir el destino en un destino competitivo, capaz de romper las ataduras que impiden que el «reino de los Chachapoyas» se muestre al mundo como lo que es: un escenario cultural y natural impresionante, un territorio con la capacidad de competir con el «país de los Incas» en todos sus sentidos: por su versatilidad, rica historia, bellezas naturales y culturales, geografía, conexión con la Amazonía del norte y el norte mismo y más. Lo que se ha avanzado es muy interesante: por primera vez —creo—, los productos bandera del destino (Kuélap, Gocta, Quiocta, Revash, Karajía, Leymebamba…) se han mostrado como parte de un mismo producto en la feria de Madrid, la más importante del mundo hispano y la promoción del destino en su conjunto ha empezado a ganar adeptos y gran visibilidad en el planeta digital.

Toca ahora dar este segundo paso, que ¿debió ser el primero? No lo sé: modelar una «hoja de ruta» que le permita al turista interno, ese que hemos llamado informal líneas arriba, pero que podríamos empezar a denominar espontáneo, integrarse a la fiesta que estamos convocando. En otras palabras —y allí la academia juega un papel crucial—, trazar los caminos que conviertan al Mundo Chachapoyas, y después a las demás provincias de Amazonas, en un destino popular, variado, diseñado y construido pensando en la aventura, la naturaleza, las culturas vivas, esos elementos que le dan vida (o le deberían dar vida) a la propuesta peruana del turismo del mañana. Hemos de hacerlo pronto porque el desborde popular del turismo espontáneo del que hablo tantas veces no es inocuo. En un mundo regido por las estrecheces que ha creado el cambio climático y los excesos antrópicos, los ollones de comida cuyos desperdicios se botan en cualquier parte, la música estridente y las ganas de pasarla como sea, sin importar los deseos de los demás, son tan nocivos como el turismo que pasa por alto las capacidades de carga de los lugares que frecuenta; su contraparte: la sostenibilidad ambiental, el cuidado de los bienes comunes, la magia de una actividad, el turismo definido por el intercambio cultural y el apetito por conocer el mundo en el que viven y sueñan los otros.

¿Que qué me pareció mi paso por el Mundo Chachapoyas? Lo máximo, me encantó. Lo tiene todo para que empecemos a soñar con un turismo para todos.

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Guillermo Reaño
Guillermo Reaño

Comunicador y educador, director del Grupo Viajeros y referente en turismo sostenible, patrimonio natural y cultura viajera en el Perú.

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