Responder a esta pregunta es muy importante, pues nos confronta con la fidelidad al Señor y su Evangelio. “Tuve hambre y me diste de comer, sed y me diste de beber... Conocemos bien el texto de Mateo 25; los invitados al Reino preguntan ¿cuándo Señor te dimos de comer o te dimos de beber...? Y la respuesta no se hace esperar: “cuando lo hicieron por el más pequeño de mis hermanos, por mí lo estaban haciendo”. El más pequeño de mis hermanos es quien hoy me desafía a renovar la opción por los pobres, desde los muchos rostros de pobreza y fragilidad humana que hoy reconocemos.
Desde hace muchos años la Iglesia peruana ha querido ser fiel a la invitación del Concilio Vaticano II, y vivir aquello que nos recordaba la Constitución Pastoral Gaudium et spes que: “Nada verdaderamente humano es ajeno al corazón de la Iglesia”. Es decir, la Iglesia se hace presente ahí donde hay un pueblo que lucha, trabaja, defiende sus derechos y responde a sus deberes de ser prójimo y compañero de ruta de tantos hermanos y hermanas para quienes vivir es una agobiante realidad, por el peso tremendo de una pobreza que deshumaniza y que resta esperanzas de futuro digno.
La pobreza, tal como se vive en nuestro país, es una gravísima afrenta a la dignidad y derechos de grandes sectores poblacionales, en especial de los sectores rurales, del mundo indígena y de los barrios marginales de nuestras ciudades costeras, Cientos de agentes pastorales, hombres y mujeres de fe, han escuchado el clamor del pueblo por justicia, dignidad y derechos y están desde hace décadas acompañando los esfuerzos por vivir humanamente, en solidaridad, en acogida y acompañamiento de los esfuerzos de los más necesitados y vulnerables, desde esta experiencia creyente se han desarrollado una serie de líneas pastorales para responder a nuestros hermanos y hermanas y de esa manera seguir respondiendo a la opción por los más pobres hoy.
En la actualidad la opción por los pobres tiene rostro de derechos humanos, porque la Iglesia ha entendido que la defensa y promoción de los derechos humanos es tarea esencial de su misión. “redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana” (ChL[1] 37)
En el caso peruano desde la década de los 80 la Iglesia se comprometió con la pastoral de los derechos humanos desde sus pastorales sociales, y ese camino ha sido un camino de fidelidad y de riesgo. Hoy, luego de vivir la primera década del siglo XXI los derechos humanos adquieren nuevos rostros: rostros de hermanos y hermanas indígenas, luchando porque se reconozcan sus derechos ancestrales a la tierra y a la consulta, sus derechos a vivir en un medio ambiente sano y no contaminado.
Los derechos ambientales en su gran variedad son un enorme desafío, pues encontramos que son las poblaciones más pobres quienes se ven más afectadas en sus derechos a una tierra no contaminada, al agua saludable, al aire limpio y libre de tanto tóxico y es por eso que se desarrolla una pastoral del cuidado de los bienes de la creación desde una perspectiva de derechos.
La comprensión cristiana de la dignidad de la persona humana se fundamenta en la creación, en la redención y en la escatología. La vida humana es sagrada. En la fe comprendemos que cualquier violación a los DDHH contradice el plan de Dios y es por tanto pecado, ya que es al mismo Dios creador y redentor que se está despreciando. (SD[2] 164-168)
Para Juan Pablo II toda violación a los Derechos Humanos es un pecado social: “Es social todo pecado contra el bien común y sus exigencias, dentro del amplio panorama de deberes y de derechos de los ciudadanos. Puede ser social el pecado de obra y de omisión por parte de los dirigentes políticos, económicos y sociales, que aún pudiéndolo, no se empeñan con sabiduría en el mejoramiento o en la transformación de la sociedad según las exigencias y las posibilidades del momento histórico; así como por parte de los trabajadores que no cumplen con sus deberes de presencia y colaboración, para que las fábricas puedan seguir dando bienestar a ellos mismos, sus familias y a toda la sociedad” (RP[3] 16).
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[1] Exhortación Apostólica post-sinodal: “Christifideles Laici”.
[2] Documento “Santo Documento”.
[3] Exhortación Apostólica: “Reconciliatio et Paenitentia”.
Publicado en julio 2010
Laura Vargas V.
Comisión Epsicopal de Acción Social - CEAS.