El «turismo» es una palabra que evoca movimiento físico, dejar la rutina diaria y visitar uno o varios lugares durante un período corto de tiempo. Cuando hablamos de turismo «religioso», podemos afirmar que se trata de una motivación espiritual. Sin embargo, es más preciso, en este caso, hablar de una «peregrinación», es decir, visitar un lugar donde podamos transformar nuestra vida por un encuentro personal, familiar o comunitario con Dios, por medio de su Hijo Jesucristo o por la veneración de la Virgen María o de los santos.
En el Perú hay diversos santuarios, o sea, lugares de peregrinación donde se expresa la intensa religiosidad popular; la más significativa es la devoción al Señor de los Milagros que trasciende las fronteras de nuestro país. Lo mismo podemos decir de las diversas advocaciones marianas y de los santos.
La vida es un transcurrir constante. Un ir de aquí para allá, con las alegrías y las tristezas, las angustias y las esperanzas de la vida. Nuestra fe en Jesucristo, nuestro hermano y compañero de camino, es el fundamento de nuestra esperanza. La vida en la tierra es un regreso a Dios, como nos lo dice Jesús: «Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre»[1].
Nuestra misión, como la de Jesús, es «pasar por el mundo haciendo el bien»[2], anunciando, con el corazón y las obras, que somos peregrinos de la esperanza, «incluso no nos acobardamos en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada»[3].
La esperanza de la que hablamos expresa la voluntad de Dios Padre de asumir los sufrimientos de la humanidad en la persona de su Hijo Jesús con la fuerza del Espíritu Santo.
"Nuestra misión, como la de Jesús, es «pasar por el mundo haciendo el bien», anunciando, con el corazón y las obras, que somos peregrinos de la esperanza."
San Ignacio de Loyola es llamado «el peregrino». Vivió, con pasión, la vida de su época, con ansias de conquistar el mundo. Participó de los halagos de la sociedad que ofrecía una felicidad pasajera y efímera. Mientras defendía el castillo de Pamplona, una bombarda lo hirió en una pierna. Este hecho lo hizo detener su desenfrenada vida social y su ideal militar. Empezó así una severa crisis que lo postró durante meses en cama. Luchó tercamente para recuperar su apariencia física y seguir el llamado del mundo con sus fantasías pasajeras.
En esas circunstancias de una obligada estancia de soledad y sufrimiento, Dios tocó el corazón de Ignacio, con la lectura de la vida de los santos, para hacerle experimentar la felicidad profunda de servir a un «rey que nunca muere». Allí comenzó su peregrinaje interior que lo llevó a distinguir lo que será la clave de su conversión y su modo de proceder: el discernimiento espiritual.
La búsqueda constante de la voluntad de Dios, en la peregrinación geográfica y espiritual que realiza, hace de Ignacio de Loyola un «peregrino de esperanza».
Ignacio de Loyola, solo y a pie es el título de un libro de José Tellechea Idígoras. En él describe al «peregrino» que recorre todos los caminos de España y de Europa con el único deseo de llegar a Jerusalén, ansioso de pisar las huellas de Jesús. Así, cumple su objetivo: reside en Jerusalén por un breve tiempo. Por motivo de la guerra, es obligado a dejar la Tierra Santa. Llega a Roma, que «también es Jerusalén» y vive en ella hasta el día de su muerte, el 31 de julio de 1556.
Hoy vivimos la continuidad de la pasión de Cristo y, así, con San Pablo decimos: «Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia»[4].
Es verdad, miremos sino el mundo de hoy, la desigualdad y la pobreza crecientes, las guerras que asesinan vidas inocentes, dividen familias, destruyen ciudades enteras donde ya no se puede vivir. A esta situación desoladora se añaden los graves signos de corrupción en la política y la falta de transparencia en la gestión pública, que impiden el desarrollo humano y social. El sistema económico imperante aumenta la pobreza y la exclusión social, es decir, la esperanza como actitud constructiva de una sociedad de hermanos y hermanas está muy lejos de una humanidad fraterna y solidaria.
En el Perú —como en muchas partes del mundo—, vivimos múltiples crisis que se entrecruzan y dan como resultado una compleja situación existencial con el añadido emocional de un desánimo generalizado. La mayoría de los peruanos experimenta diversas crisis: climática, sanitaria, migratoria, económica, alimentaria, política, ética y ecológica.
Ante esta situación de desesperanza se nos invita a manifestar la resiliencia y solidaridad del pueblo peruano y de las iglesias para ayudar a superar estos desafíos que se nos presentan mediante una esperanza activa, es decir, salir de nuestro yo para construir el «nosotros social» de hermanos y hermanas.
El origen de la palabra jubileo viene del latín iubilare, que significa expresar o gritar de alegría. Ya es tradición de la Iglesia Católica celebrar cada veinticinco años un año jubilar para renovar la relación de todos los bautizados y bautizadas con Dios, el prójimo y la creación.
El papa Francisco ha convocado, en este año 2025, a celebrar el jubileo con el lema «Peregrinos de la Esperanza» para un mundo y para un Perú que sufre los efectos de la corrupción, las guerras, las injusticias y las consecuencias del cambio climático. El jubileo es un tiempo propicio para la reconciliación y el perdón, como signo auténtico del amor. Así nos lo dice Jesús: «Amen a sus enemigos, hagan el bien… serán hijos del Altísimo que es bueno con los ingratos y pecadores. Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes»[5]. Así también dice San Pablo: «sean buenos y comprensivos unos con otros, perdonándose mutuamente como Dios los perdonó en Cristo»[6].
"El papa Francisco ha convocado, en este año 2025, a celebrar el jubileo con el lema «Peregrinos de la Esperanza» para un mundo y para un Perú que sufre los efectos de la corrupción, las guerras, las injusticias y las consecuencias del cambio climático."
El jubileo 2025 es un año de conversión sincera en el que ponemos en obra lo que decimos con nuestras palabras «porque la boca habla de lo que está lleno el corazón. ¿Por qué me llaman ¡señor! ¡señor! y no hacen lo que digo?»[7].
Somos llamados a vivir el jubileo 2025 como «peregrinos de la esperanza»; para ello, que «cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido»[8]; nos ponemos en camino al encuentro con Dios, con nuestros hermanos y hermanas, especialmente los más pobres y abandonados.
Renovemos nuestro compromiso de abrazar a la humanidad herida. Para ello, pidamos a Dios con el peregrino de Loyola, el «conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo, enteramente reconociéndolo, pueda en todo amar y servir a Dios»[9]. Esta es la mejor forma de vivir el Jubileo 2025, como peregrinos de una esperanza activa y eficaz, unidos a Jesús crucificado y resucitado.
[1] Juan 16:28.
[2] Hechos 10:38.
[3] Romanos 5:3-5.
[4] Colosenses 1:24.
[5] Lucas 6:35-36.
[6] Efesios 4:32.
[7] Lucas 6:45-46.
[8] 1 Pedro 4:10.
[9] Ejercicios Espirituales, 233.
Arzobispo de Huancayo y destacado defensor de la justicia social, el medio ambiente y los derechos humanos en el Perú y América Latina.