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Edición Nº 22

¿Por qué existe racismo en el Perú?
22 de febrero, 2013

No es fácil contestar esta pregunta, muchos intelectuales de diversas disciplinas han intentado resolver este acertijo sin lograr un consenso al respecto. Las primeras respuestas consideraban a la época colonial como la fuente original de la discriminación fundamentada en el color de piel, hoy en día esta perspectiva no goza de total aceptación. Si definimos al racismo como una forma específica de discriminación basada en el color de la piel como explicación de las diferencias de comportamiento o psicológicas, la etapa colonial no parece ser el momento en que se consolidó esta actitud. La discriminación es un asunto bastante más amplio, puede originarse en diferencias religiosas, de género, de edades, etcétera. En ese sentido, la colonia no era una sociedad igualitaria, discriminaba en función de criterios religiosos (por ejemplo ser cristiano nuevo o viejo) y legales (esclavos-libres; españoles-indios) Parte de la confusión proviene de que consideramos a los españoles como “blancos”, mientras en la gran mayoría de documentos en el Perú tal equivalencia no es verificable. Ni ser definido como español, ni indígena se originaban en el color de la piel. Existen descripciones de españoles “trigueños” y de indios con piel “colorada”; sus diferencias son legales: unos provenían de antecesores peninsulares, los otros provenían de la población local regulada por un derecho diferente. En el caso de los esclavos la situación es un poco más compleja, poco a poco, con el transcurrir de la expansión europea, el color de piel negro fue identificado con lo inferior por medio de su vinculación directa con la esclavitud. Sin embargo, se pueden encontrar casos de mulatos en oficios mejor considerados: músicos, cirujanos, etcétera; que sin ser actividades de alto estatus son claramente mejor consideradas que el servicio doméstico o las labores agrícolas. Además, existen abundantes ejemplos de elites indígenas que fueron aceptadas en niveles superiores de la jerarquías sociales, evidenciando el principio de que el color de piel no denigraba a la persona automáticamente.

Durante la etapa republicana se construye un Estado basado en la igualdad ante la ley, eliminando las diferencias raciales y creando la categoría única de ciudadanos peruanos, si bien es cierto que tal proceso se completa con la eliminación de la esclavitud en 1854. En ese momento los afrodescendientes dejan de ser inferiores por ser esclavos, pero comienzan a ser definidos  negativamente por su color de piel, las fuentes comienzan a percibirlos como lascivos, criminales, ociosos, etcétera. En el caso de los indígenas, su inferioridad y luego su exclusión de la participación política provienen de rasgos que serían definitivos para su percepción: el analfabetismo y el alcoholismo, ambos eran aspectos que impedían ejercer el derecho a voto. Paulatinamente se consolidó un discurso que va relacionando directamente el color de piel con rasgos culturales considerados inferiores: bailes, comidas, lenguas, música, etcétera. Una nueva columna vertebral organiza las percepciones sociales: la decencia, valor atribuible solo a algunos grupos fundamentalmente de origen europeo. En la segunda mitad del siglo XIX la influencia europea y el deseo de modernizar al Perú por esa vía fueron acompañados por proyectos de inmigración que no lograron su cometido, pero que reflejan los ideales de las elites decimonónicas. Sí tuvo éxito la contratación de trabajadores asiáticos (1849 chinos, 1899 japoneses) que no fueron percibidos como positivos, por el contrario, fueron percibidos como inferiores y rechazados no solo por las elites intelectuales, sino incluso por los sectores populares. A pesar de esta realidad los asiáticos lograron incorporarse a la sociedad peruana, por diversos medios tales como el trabajo y la vida cotidiana, contribuyendo a la ampliación de nuestra cultura y los mestizajes que conforman nuestra realidad actual.

Paulatinamente se consolidó un discurso que va relacionando directamente el color de piel con rasgos culturales considerados inferiores.

La mezcla de grupos de diverso origen produjo una cultura variada, con muchos intercambios que se reflejan en la comida, la música, la religión, etcétera. Sin embargo, estas prácticas no fueron capaces de articularse en un discurso que cuestione la discriminación racial; por el contrario, en los conflictos inter-personales era – y es – frecuente recurrir a los insultos raciales. En parte esta conducta tiene que ver con un carácter defensivo frente al otro, competidor laboral, por las mujeres o el prestigio social, fenómeno cuasi universal. Por otro lado, la comunidad científica también contribuyó sustentando las diferencias “raciales” con argumentos modernos. Por ejemplo, los médicos de principios del siglo XX intentaron demostrar la existencia de una “raza” indígena que era producto de la adaptación a la altura, añadiendo la incapacidad de algunos otros grupos para tal aclimatación, por ejemplo, los afrodescendientes. Hoy en día la opinión pública considera que los afroperuanos no son capaces de vivir en zonas de altura, lo cual se expresa en la frase: “gallinazo no canta en puna”. Sin embargo, en América existen diversos ejemplos de comunidades afrodescendientes que viven por encima de los 3,000 msn.

Los cambios demográficos en el Perú del siglo XX contribuyeron a hacer más complejo este problema. Si los indígenas durante el siglo XIX fueron definidos como habitantes de las alturas de la sierra, las grandes migraciones a la costa peruana y en especial a Lima tuvieron como efecto la creación de una serie de estereotipos que tuvieron el objeto de marcar una clara diferencia entre los limeños “antiguos” y estos nuevos habitantes urbanos, por más que los primeros también provenían de grupos inmigrantes. Muchos de los recién llegados no hablaban el castellano como lengua materna, carecían de una educación formalizada y habitaban zonas no urbanizadas, rebasando cualquier planificación posible. El lugar que ocuparon en esta nueva estructura social, por muchos años, se caracterizó por ocupaciones de bajo estatus: servicio doméstico, artesanado, venta callejera, etcétera. De este modo el “cholo” se convirtió en sinónimo de pobre, ya no solo hacía referencia a alguien con raíces indígenas.

El lenguaje racial está presente entre nosotros [...]. Es un mecanismo de defensa al que recurrimos cuando perdemos la paciencia o estamos presionados.

En los últimos años la evolución social, la difusión de la educación y el crecimiento económico han permitido intensos procesos de movilidad social, reflejados, por ejemplo, en la nueva composición de las elites económicas y de la población universitaria. Vivimos en una época en que el color de piel ya no identifica con claridad el lugar de cada persona, ni los elementos de consumo se restringen a un grupo en particular. Sin embargo, a pesar de la ampliación del mercado aún persisten conductas marcadas por el racismo. La explicación no es sencilla, en parte hay una tradición racista que consiste en denigrar a la persona tomando como referencia a su color de piel, sin duda esto es una evidencia de lo limitado de la inclusión por la vía del mercado. En sociedades en que las diferencias se han procesado históricamente por el color de piel, esta conducta no se elimina fácilmente, se reconstruye, reaparece; por ejemplo, no se puede hablar de “raza” pero se habla hoy de “biotipo”. La sociedad admite la diversidad pero aún persiste una escala de valores en la que algunos productos culturales son más valiosos que otros y las imágenes estereotipadas continúan. Las últimas elecciones nos han mostrado claramente cómo el lenguaje racial está presente entre nosotros y se usa cuando los demás controles fallan. Es un mecanismo de defensa al que recurrimos cuando perdemos la paciencia o estamos presionados, habita dentro de nosotros y puede escaparse peligrosamente. El racismo es un mal que no se cura al modo de una enfermedad, es un mal crónico que tenemos la obligación de controlar para lograr que algún día, ojalá muy pronto, no siga reproduciéndose.


Jesús Cosamalón

Pontificia Universidad Católica del Perú – PUCP. Universidad Antonio Ruiz de Montoya -  UARM

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