Parte de las tareas de la administración pública es hacer balances de fin de gestión. Por su propio bien, es saludable que ello ocurra y muchas autoridades saben, a su pesar, que deben hacerlo, pues las reglas o técnica administrativa, así lo exigen. Sin embargo, dicho balance no está aislado de la evaluación política, que es la más solicitada por la población (y muchas veces, de manera exigente). Y allí viene el problema, pues ese tipo de arqueo no quiere ser enfrentado por esas mismas autoridades, ya que el balance técnico es frío, pero el político es ardoroso. El primero se hace con números y fórmulas; el segundo, con las entrañas. El primero es mudo, se presenta en Excel y se archiva; el segundo puede convertirse en un griterío de indignación y puede llegar hasta la agresión física.
Todo esto hay que tenerlo en cuenta cuando se trata de hacer una evaluación específica, como la que me pide la Revista Intercambio, acerca de la gestión yamilista; o sea, del período 2015-2018 del Gobierno Regional de Arequipa, a cargo de Yamila Osorio Delgado.
Es decir, el período yamilista hay que evaluarlo técnicamente, pero también políticamente, y para empezar a hacerlo es importante tomar en cuenta las peculiaridades de ese período, pues no hay que olvidar que más que expectativas, lo que generó el triunfo de Yamila, en las elecciones regionales del 2014, fueron un sinnúmero de curiosidades o dudas, ya que se trataba de la primera mujer encargada de dirigir los destinos de la Región (luego nos enteraríamos que era la única mujer con ese cargo en todo el país); por otro lado, encabezaba la lista de Tradición y Futuro, partido ya gobernante de la Región, lo que hacía suponer que ella encarnaba la continuidad de Juan Manuel Guillén Benavidez, pero el mismo ex presidente regional se encargó de desmentirlo e, incluso, renunció a su propia organización, lo que sumergía en el limbo institucional a esta nueva y joven figura política que era más conocida y recordada como Reina de Belleza de Camaná, su lugar de origen, que como Consejera Regional en el período guillenista.
Cuatro años después hay que reconocer que lo hizo mucho mejor de lo que muchos esperaban [...]. Es más, esas flaquezas las supo revertir e, incluso, construir una imagen nacional que ha hecho que en Lima la vean como una potencial candidata presidencial para escenarios futuros.
A pesar de todos esos supuestos inconvenientes (dudas y curiosidades, sin partido y poca experiencia pública), el período yamilista arrancó ganando en poco tiempo cierto entusiasmo, debido a la indudable simpatía que la nueva gobernadora despierta, y el buen aparato mediático puesto en marcha a su favor. Incluso, para los interesados en politología, la presencia de Yamila empezó a abrir el debate acerca del inicio de una nueva etapa de la política arequipeña, etapa marcada por la sangre joven y femenina que enterraba, por fin, el ejercicio político tradicional encarnado por viejos y supuestos ilustres, que tuvo en Juan Manuel Guillén su última representación. Es decir, empezó a hablarse del inicio de la era "postguillenista" de la política local, expresión que en el fondo guardaba cierta expectativa de una gestión positiva para la Región.
La ilusión que despertó la gestión yamilista se basaba en la supuesta concreción de viejos proyectos anhelados por los arequipeños, como Majes Siguas II y la Variante de Uchumayo[1], que le daría una remozada y moderna cara a la entrada de la ciudad. Esas grandes obras se harían en paralelo a otras menores que beneficiarían a las provincias, (“trabajaré con las 109 municipalidades distritales y provinciales para apuntar a un desarrollo equilibrado de Arequipa”, decía en su campaña). Prometió también cambiar la matriz energética de Arequipa, generar polos de desarrollo y una verdadera descentralización de recursos, aprovechando las potencialidades de cada provincia. ¿Cómo se concretaría eso? Impulsando inversiones públicas y privadas que generen miles de puestos de trabajo. Como postre, impulsaría también el Programa Regional “Corrupción Cero”; es decir, administración eficiente y transparente.
Cuatro años después, algunas de esas promesas se materializaron, pues Yamila puede mostrar la ejecución de varias obras, como los mejoramientos de la infraestructura y equipamiento en colegios provinciales como Chuquibamba, Caravelí o Camaná; la mejora de la Biblioteca Vargas Llosa; el saneamiento en el Cono Norte; o la construcción de pistas provinciales, así como arreglos de establecimientos de salud. Pero, lo que no puede mostrar son sus faraónicas promesas, sus grandes obras, aquellas que, según las reglas crueles de la evaluación política, definen o no la aprobación de una gestión. Así, Majes Siguas II y la Variante de Uchumayo quedarán, una vez más, en el tintero, en el archivo de las promesas incumplidas y, lo peor, de los juicios por venir[2].
¿Todo ello significa que hay que desaprobar la gestión yamilista? En varios foros y entrevistas he señalado que no, pues si bien técnicamente su gestión puede tener una nota aprobatoria (raspante, pero aprobatoria) y políticamente terminar con la censura ciudadana, creo que no hay que ser injustos. Cuatro años después hay que reconocer que lo hizo mucho mejor de lo que muchos esperaban, considerando sus debilidades (inexperiencia y falta de apoyo institucional, principalmente). Es más, esas flaquezas las supo revertir e, incluso, construir una imagen nacional que ha hecho que en Lima la vean como una potencial candidata presidencial para escenarios futuros, dándole prestigio a Arequipa y alejándola kilométricamente de la imagen de otros impresentables gobernadores regionales fugados o envueltos en procesos de corrupción.
Justamente, la construcción de esa imagen nacional: la de la política provinciana, joven, guapa y sagaz, refuerzan su aprobación porque demostró empeño y mucho músculo para superar los prejuicios y estereotipos que siguen tejiéndose alrededor de las mujeres jóvenes y atractivas que se “atreven” a incursionar en la política. Yamila Osorio demostró, de lejos, ser una mejor autoridad, una mejor política, e incluso con mejor pericia, que muchos de los supuestos grandes cuadros técnicos y políticos que rodearon al gobierno pepekausista. Es decir, frente a los profesionales de Yale, Stanford o Harvard que nos gobernaron en los dos últimos años, yo prefiero a la camaneja que estudió su primaria y secundaria en el CEP Señor de Luren y su carrera en la Universidad Santa María de Arequipa.
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[1] El proyecto Majes Siguas II significaría la incorporación de 38,500 hectáreas en la Pampa de Siguas, orientadas a la agricultura, complementadas con la generación de energía eléctrica con una potencia de 560 megavatios, a través de dos centrales hidroeléctricas. También se proyecta incrementar las exportaciones US$ 360 millones por año, aumentando el PBI agrícola e industrial, y la generación de 90 mil empleos directos y 27,700 indirectos.
La Variante de Uchumayo es un proyecto vial de 4.7 kilómetros de longitud que empezó con el gobierno de Juan Manuel Guillén en su I etapa y que Yamila Osorio prometió culminarla con las dos últimas.
[2] Hace un año que Majes Siguas II está paralizado, pues la empresa constructora está vinculada al caso Lava Jato. Sobre la Variante de Uchumayo, se sabe que no cuenta con expediente técnico y menos con Estudios de Impacto Ambiental; sus terrenos no están saneados y se entregaron 19 millones de soles a la contratista, sin haber hecho nada.
Primavera 2018
José Luis Vargas Gutiérrez
Doctor en Ciencias Sociales. Exdecano del Colegio de Sociólogos y director de la Escuela de Sociología de la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA). Actual Director de Cooperación, Convenios e Internacionalización de la Universidad Agustina