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Edición Nº 66

Crisis de Seguridad: Perspectivas de Luis Vargas sobre el Crimen Organizado y la Inacción Estatal
Álvaro Fabián Suárez
13 de enero, 2025

Bueno, el problema de la inseguridad ciudadana que enfrentamos va de la mano con otros problemas graves, como la corrupción, la precariedad de las instituciones democráticas y la inestabilidad política. Esta situación no es fortuita; es consecuencia de décadas de debilitamiento progresivo del Estado de Derecho, la democracia y el respeto por los derechos fundamentales. La ausencia de un combate efectivo contra la corrupción ha permitido el surgimiento de actos delictivos que hoy amenazan la estabilidad e incluso la existencia del Estado.

Lo vemos reflejado en problemas como el sicariato, los crímenes violentos y el abandono de zonas donde el Estado ya no tiene presencia. Este vacío es aprovechado por el crimen organizado, afectando no solo a la ciudadanía, sino también a sectores como el medio ambiente. En muchas zonas, la presencia del Estado es prácticamente inexistente, lo que representa un gran peligro. Lo más preocupante es que los sectores del gobierno parecen negarse a aceptar esta realidad, cuyas consecuencias estamos enfrentando actualmente.

El problema principal es la ausencia de políticas de Estado sólidas. Desde el año 2000, tras el retorno a la democracia, se intentaron implementar iniciativas para recuperar los espacios democráticos perdidos durante el gobierno de Fujimori. Sin embargo, estas se desvanecieron debido a la corrupción que marcó a los gobiernos sucesivos: Toledo, García, Humala, Kuczynski y todos los que siguieron. Esta constante erosión de la democracia y el desinterés de la ciudadanía por elegir adecuadamente a sus autoridades nos han llevado a esta crisis.

Más allá del sistema judicial, el verdadero problema es el desmantelamiento integral del Estado, agravado por el abandono de sectores esenciales como, por ejemplo, la educación. Un país sin un sistema educativo sólido está condenado al fracaso, y esto lo vemos reflejado en la precariedad de nuestras autoridades, que priorizan sus intereses personales sobre el bienestar colectivo. Este es el gran desafío que debemos enfrentar, y por el cual necesitamos unirnos para evitar que el Estado de derecho siga deteriorándose.

"La ausencia de un combate efectivo contra la corrupción ha permitido el surgimiento de actos delictivos que hoy amenazan la estabilidad e incluso la existencia del Estado."

La migración ha incidido en cierta medida, pero no es el factor determinante. Problemas como la minería ilegal tienen un impacto mucho mayor en el incremento del crimen organizado. Este sector, que ha sido descuidado en los últimos años, genera corrupción, tráfico de drogas, trata de personas, sicariato y otras actividades delictivas.

Además, estas redes delictivas se expanden de manera similar al narcotráfico, combinando actividades ilegales y ampliando su alcance y presencia, buscando convertirse en un narcoestado. Aunque hay extranjeros involucrados, la mayoría de quienes integran estas organizaciones son nacionales, y su influencia se ha extendido incluso a instituciones como el Congreso y en puestos importantes del Poder Legislativo. Sus actividades son las mismas que hemos observado durante los últimos 15 años. Esto debería alarmarnos y motivarnos a mantenernos vigilantes para evitar que esta situación siga deteriorando al país.

Lo que esta ley busca es reducir la capacidad de respuesta del Estado, específicamente del Poder Judicial y el Ministerio Público, frente al crimen organizado. Esta ley no aparece de forma aislada, sino que forma parte de un patrón más amplio. Bajo el pretexto de legalizar la minería informal, se ha desarticulado la lucha contra la minería ilegal, retrasando las acciones de control. A su vez, se han implementado leyes que limitan la capacidad del Ministerio Público y del Poder Judicial para enfrentar el crimen organizado, trasladando investigaciones a la Policía Nacional, una institución que no tiene la preparación adecuada para lidiar con estos delitos.

Además, cada semana se descubren policías vinculados a organizaciones criminales. A esto se suman resoluciones y leyes que facilitan la prescripción de delitos y el bloqueo de investigaciones, como las que involucran a la presidenta con actos criminales. Todo esto nos muestra que no estamos ante un marco legal efectivo para combatir la criminalidad, sino ante uno que, en realidad, favorece la continuidad de estas prácticas ilegales, protegidas por representantes de los grupos poder en el Congreso.

El Congreso ha manipulado al Tribunal Constitucional para evitar el control de constitucionalidad, y ha influido en la Junta Nacional de Justicia para controlar el Poder Judicial y el Ministerio Público a través de nombramientos estratégicos. Esto permite que ciertas instituciones, que deberían estar cumpliendo su rol, estén siendo sometidas por intereses políticos y corruptos. Los congresistas, en su mayoría, buscan beneficios personales, y no existe una diferencia clara entre los partidos en términos de línea política; todos parecen actuar en función de sus propios intereses.

En cuanto a la Constitución, es cierto que la de Fujimori no era una mala carta magna, aunque muy imperfecta. No obstante, lo que está ocurriendo ahora con el Congreso, manejado en gran parte por el fujimorismo, es un desmembramiento de la misma. En el caso de la ley que transfiere las investigaciones a la Policía, esta es claramente inconstitucional, pero al Congreso no le importa. Esto evidencia que no hay un interés genuino en solucionar problemas, sino en consolidar y mantener el poder.

"No estamos ante un marco legal efectivo para combatir la criminalidad, sino ante uno que, en realidad, favorece la continuidad de estas prácticas ilegales, protegidas por representantes de los grupos poder en el Congreso."

Con este Congreso y con la actual presidenta, no podemos contar para nada. La presidenta no tiene ningún tipo de capacidad de decisión; es un cero a la izquierda. Ella misma ha admitido que gobierna con sus amigos y hace lo que el Congreso decide. No tiene liderazgo ni capacidad para enfrentar esta situación.

Frente a esto, lo único que queda es un llamado a la ciudadanía. Debemos estar atentos y buscar un cambio democrático en las próximas elecciones. Es fundamental no volver a elegir a quienes han demostrado que solo buscan su propio beneficio y no están a la altura de las circunstancias. Necesitamos representantes capaces de iniciar un serio proceso de reconstrucción institucional porque el país está atravesando una crisis muy grave.

Es cierto que esa indiferencia, o más bien el hartazgo de la ciudadanía, juega a favor de quienes están en el poder. Actualmente, el principal problema para la gente es sobrevivir día a día, especialmente frente a las dificultades económicas. Pero quienes gobiernan subestiman algo fundamental: el comportamiento histórico del peruano, que puede ir de la pasividad a reacciones extremas.

Ya estamos viendo señales claras de estas reacciones: la presidenta no puede salir a la calle sin que la abucheen y confronten, lo mismo sucede con los congresistas. Las huelgas y paros están ganando mayor apoyo y presencia ciudadana, y eso es una advertencia que las autoridades no están tomando en serio.

Espero que, en las próximas elecciones, la ciudadanía reflexione y tenga claro quiénes son los responsables de esta crisis, para no volver a elegirlos ni a ellos ni a quienes los representan.

Mientras sigamos con esta situación en el Congreso y el Poder Ejecutivo, no veo solución. No hay el menor interés por parte de las autoridades en abordar este tipo de problemas. Hemos escuchado a congresistas admitir que no les importa tener solo 4% de aprobación. A la presidenta, al ministro del Interior y a los congresistas simplemente no les interesa lo que sucede con el país. Solo demuestran una indiferencia absoluta. En lugar de preocuparse por la crisis, la noticia es que han incrementado la dieta para sus refrigerios.

Lo que tenemos aquí es un completo desprecio hacia la ciudadanía y su realidad.

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Álvaro Fabián Suárez
Álvaro Fabián Suárez

Editor de la Revista Intercambio. Periodista y comunicador audiovisual. Bachiller en Periodismo por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

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