A pesar de que la Constitución Política del Perú declara el carácter multiétnico y pluricultural de la nación peruana, un amplio sector de la población se encuentra, aun hoy, en una situación de desventaja y marginación debido a su identificación racial, apariencia física o pertenencia a un grupo étnico determinado.[1] A esta situación, que afecta de manera particular a las poblaciones indígenas, andinas y amazónicas, además de a las afrodescendientes, le sigue la herencia del sistema colonial que determinó un orden racial donde lo blanco europeo, y lo más cercano a ello, gozaba del mayor capital social, mientras que las poblaciones no blancas eran puestas en la base de la pirámide social. El día de hoy, aún es posible verificar los rezagos de la discriminación sistemática a los que han sido sometidos estos pueblos con efectos devastadores para esta y las futuras generaciones. La escasa posibilidad de movilidad social, las altas tasas de deserción escolar -que se reflejan luego en una segmentación laboral informal o de baja influencia-, y la consecuente falta de acceso a más y mejores oportunidades forman parte del resultado de un esquema en donde el Estado peruano no ha logrado garantizar los derechos básicos de estas poblaciones en igualdad de condiciones, facilitando consecuentemente que se amplíe cada vez más las brechas de desigualdad entre los unos y los “otros”; brechas que se han hecho particularmente evidentes durante el último proceso de elecciones generales 2021.
Como un elemento que escapa a nuestro control, éste determina nuestro posicionamiento y perspectiva del mundo. En este sentido, aun cuando es producto de la casualidad, nuestro origen étnico-racial suele ser determinante para nuestra posición social, las oportunidades y las limitaciones a las que se nos someterá.
En efecto, pocos aspectos afectan la realidad de la vida de las personas más que su origen étnico-racial. Como un elemento que escapa a nuestro control, éste determina nuestro posicionamiento y perspectiva del mundo. En este sentido, aun cuando es producto de la casualidad, nuestro origen étnico-racial suele ser determinante para nuestra posición social, las oportunidades y las limitaciones a las que se nos someterá. Esto basado en la manera en que la sociedad en donde vivimos ha considerado y considera a las personas que comparten nuestro mismo origen. Antes bien, las diferencias raciales o étnicas entre las personas, que son naturales, han sido llenas de diversos significados y lecturas a través del tiempo, en todas las sociedades.
El sistema o dinámica racial en el que las personas nacemos y del que hacemos parte, aprendiéndolo, suscribiéndolo y recreándolo, de manera consciente e inconsciente, implica que todas las personas con las que establecemos contacto, directo o indirecto, van a ser racializadas por nosotros. Dicho de otro modo, al verlas iniciaremos con el proceso cognitivo de dar significado a las características físicas que identifiquemos. Los significados a los que arribemos dependerán de las ideas colectivas o estereotipos que las sociedades han construido sobre diversos grupos étnico-raciales. Y, en consecuencia, las nociones preconcebidas que se tienen sobre los grupos étnico-raciales en las sociedades y sus significados se reproducen, sin mayor reflexión, de manera continua en todo tipo de interacciones, dinámicas de comunicación social y lenguaje cotidiano, entre otros.[2]
Así, la noción de las diferencias raciales o étnicas no son pervasivas per se; menos aún el concepto de raza/etnia como categorías de uso sociológico para el estudio diferenciado de diversos grupos humanos, o la noción de identidad racial como un elemento constitutivo del proceso identitario de la persona de manera particular. El problema, sin embargo, aparece cuando las diferencias étnico raciales son sometidas a un orden jerárquico de carácter cualitativo donde se considera que unos grupos son mejores o peores que otros.
En este contexto, el racismo es la ideología (el conjunto de ideas) que "racionaliza" que ciertos grupos étnico-raciales no gocen de una inclusión social plena, o puedan disfrutar de derechos u oportunidades en igualdad de condiciones. Este conjunto de ideas da por sentado que "no todas las personas somos iguales," o tenemos el mismo valor en la sociedad, presuponiendo además que nuestra raza u origen étnico racial es una de las razones principales de estas diferencias.
En este contexto, el racismo es la ideología (el conjunto de ideas) que "racionaliza" que ciertos grupos étnico-raciales no gocen de una inclusión social plena, o puedan disfrutar de derechos u oportunidades en igualdad de condiciones.
Antes bien, es importante saber que, como conjunto de ideas o ideología, el racismo no se mide en términos de acciones concretas o actos específicos. Por ejemplo, hay una concepción errónea de que el racismo debe ser activamente agresivo, público y visible para ser real. No obstante, esto responde a la noción de racismo construida desde contextos nacionales distintos al peruano; concretamente, en países como Sudáfrica o Estados Unidos, donde el sistema del apartheid o Jim Crow nos mostró un sistema racial alimentado por la segregación legal de los distintos grupos raciales. En otras palabras, si bien podemos considerar al racismo como un fenómeno universal, este adopta características especificas en cada realidad social concreta en el que se inserta. Así, el racismo en el Perú no solo tiene características excluyentes hacia diversas poblaciones como la indígena (andina y amazónica), afrodescendiente y asiático-peruana, sino que se evidencia en todas las áreas de la vida de las personas de manera transversal, incluyendo nuestro lenguaje cotidiano, nuestro humor, y el discurso oficial del mestizaje. Una narrativa que invisibiliza a los pueblos originarios y no mestizos.
Una de las formas adicionales en la que el racismo se percibe en nuestra sociedad es precisamente en el imaginario colectivo respecto de cuáles son los puestos, lugares, roles y espacios que se espera que las personas habiten. Hagamos el ejercicio juntos: imaginen un Embajador, un profesor universitario, un oficial de nuestra fuerza aérea. Ahora pensemos en un taxista, una persona haciendo comercio ambulante, un policía. Lo mas probable es que las personas en ambos grupos sean además de grupos raciales diferentes, donde los primeros, en posiciones sociales además más valoradas, sean más claras que las personas en el segundo grupo.
Las elecciones generales 2021 nos dieron una lección respecto de lo mucho que nos falta avanzar en temas de igualdad racial en el Peru, lo violento del racismo en nuestro país, y cuanto tenemos por deconstruir y reconstruir como sociedad. Pedro Castillo Terrones se presentó como un maestro de escuela y líder sindicalista de Cajamarca -uno de los departamentos más pobres del Perú- y, en general, un extraño no solo a la política tradicional sino a la élite de poder del país, mayormente concentrada en Lima. Un ciudadano común de ascendencia indígena, profundamente comprometido con su comunidad, y que se encontraría trabajando en la parcela agrícola familiar en un día cualquiera. Altamente identificable para el ciudadano común de Perú, más allá del centro de la ciudad capital, no es de extrañar que Castillo ganara con más del 50% de los votos en Ayacucho y Huancavelica -dos de los departamentos más pobres del Perú- y, con más del 30% en otros 9 departamentos que no son Lima.[3] Sin embargo, como se mencionó anteriormente, las ideologías racistas fueron la piedra angular de esta ronda de elecciones. En efecto, no es hasta la noche de las elecciones en primera vuelta que los grandes medios de comunicación se interesaron por este candidato “aparecido” desde el interior del país. Fue tan subestimado en Lima, y a menudo pasado por alto que cuando la encuesta a boca de urna lo anunció como el primer candidato finalista, los medios de comunicación no tenían una foto de su rostro.
A la vez, muchas plataformas de redes sociales se inundaron de comentarios racistas contra Castillo y sus votantes, sobre todo en base a su apariencia y supuesta identidad racial. Los mensajes destacaron su extravío en la alta esfera política clamando además una supuesta ignorancia en sus votantes, falta de educación, y, en general, aversión al desarrollo del país (donde desarrollo obviamente es una noción que construida desde Lima tiene características particulares). Es necesario subrayar que Pedro Castillo Terrones es un hombre de mediana edad y de tez indígena clara; características raciales que en el imaginario colectivo del país están asociadas a estereotipos respecto de que los pueblos racializados, indígenas o negros, por igual, están mal preparados o no son lo suficientemente brillantes para funcionar en la esfera pública, y mucho menos en espacios de decisión de alto nivel, como sería la presidencia de la republica. Por otro lado, Castillo ostenta un marcado acento quechua, lo que en otros contextos denotaría un celebrado bilingüismo. No obstante, en el contexto peruano, donde las lenguas originarias no son celebradas sino mas bien rechazadas como un símbolo de retraso; su forma de hablar se encuentra con burlas, correcciones condescendientes y el irrespeto que históricamente nuestro país a otorgado a los “otros”.
Finalmente, hay un factor adicional e interesante a considerar. Durante esta elección, ambos candidatos decidieron utilizar y movilizar el miedo y la ansiedad contra un enemigo común percibido: los venezolanos en Perú. Es sabido que la profunda crisis social y económica ocurrida en la República Bolivariana de Venezuela ha generado una enorme migración de ciudadanos venezolanos hacia países como Ecuador, Perú, y Colombia. Al día de hoy, el Perú ha recibido alrededor de 1.2 millones de ciudadanos venezolanos, quienes se han convertido en una parte activa de la economía nacional, pero aún experimentan condiciones laborales precarias, inseguridad social y alimentaria y, en general, se les paga significativamente menos que los ciudadanos peruanos.[4] Los conflictos emergentes sobre la seguridad ciudadana, y su percibida culpabilidad, viene facilitando la idea de que estos ciudadanos son sujetos abyectos. Eso es un problema en sí mismo, ya que los sentimientos xenófobos están en su punto más alto y se ha vuelto común relacionar a la figura de la persona venezolana con la noción de criminalidad y el peligro. Un elemento adicional, sin embargo, y que requiere mas estudio, es el impacto de esta tendencia en la esfera de la política racial nacional. De hecho, ya imaginados, ajenos y/o considerados fuera de lugar, los afroperuanos ahora son "acusados" aleatoriamente de ser venezolanos y, por lo tanto, comenzaron a ser sometidos a hipervigilancia en espacios públicos. Este cambio cognitivo se ha visto facilitado por la suposición general de que los venezolanos son de piel más oscura y el pensamiento general de que los ciudadanos peruanos no son negros. En efecto hace algunas semanas, el país vio (una vez más) un nuevo caso de discriminación racial en el que la policía nacional acosaba a una mujer peruana negra falsamente considerada una ladrona. Debido a los muchos videos publicados y a su propio testimonio, una de las acusaciones publicas que se hacia sobre esta mujer, aun antes de probar el delito (que no ocurrió) era que era venezolana y que debía “regresar a su país.”
Nos toca a nosotros como sociedad y al gobierno entrante el ampliar las bases ciudadanas y de acceso a las oportunidades de aquellos cuya ciudadanía parece estar cuestionada constantemente, aun hoy.
El Perú sigue siendo un país profundamente desigual, de grandes brechas de acceso a derechos y oportunidades, de profundas brechas educativas, de grandes brechas salariales. Un país donde las oportunidades están mayoritariamente concentradas en Lima, y donde los procesos colonizadores se siguen ejerciendo sobre millones de ciudadanos y ciudadanas en el día a día. Un lugar que aloja la creación discursiva de una Lima moderna vs. una Lima rural, y otras tantas imágenes, reales y simbólicas que marcan distancias bastante certeras entre los unos y “los otros”. Quienes son personas decentes que deben salir de su casa, durante la pandemia y los ignorantes o desconsiderados que son criminalizados por estar en la calle durante la cuarentena, cuando la calle es precisamente su lugar de trabajo.
Es innegable que esta pandemia y las medidas de prevención y remedio que han tomado los Estados, correctas en muchos casos, han puesto también en evidencia algunas de sus más profundas falencias históricas. Para el caso que nos ocupa, ha evidenciado de manera palpable el estado de desconexión y relegación de los gobiernos nacional y regionales, y los grupos más vulnerables. En este contexto, entonces, se han profundizado aún más las brechas de desigualdad entre conciudadanos y se ha sobrevulnerabilizado a las personas que ya vivían en los márgenes de la sociedad. De la misma manera, el proceso politico de las elecciones generales ha agravado aún más estas diferencias por cuanto las ha explicitado y puesto sobre la mesa. Nos toca a nosotros como sociedad y al gobierno entrante el ampliar las bases ciudadanas y de acceso a las oportunidades de aquellos cuya ciudadanía parece estar cuestionada constantemente, aun hoy. ¿Estaremos todos listos para ese reto?
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[1] Defensoría del Pueblo. Actuación del Estado frente a la Discriminación. Casos conocidos por la Defensoría del Pueblo, 2010. Inf. 005-2009-DP/ADHPD
[2] Véase Hartigan, Jr. 2010; Hooker, 2009
[3] Oficina Nacional de Procesos Electorales – ONPE (2021). Presentación de resultados: Elecciones Generales y Parlamento Andino 2021. Retrieved from: https://www.resultados.eleccionesgenerales2021.pe/EG2021/EleccionesPresidenciales/RePres/T.
[4] Banco Mundial (2021). Migrantes y Refugiados Venezolanos en el Perú: El Impacto De La Crisis De La Covid-19 (#Coronavirus). Retrieved from: https://www.bancomundial.org/es/news/infographic/2020/07/22/infografia-migrantes-y-refugiados-venezolanos-en-el-peru-el-impacto-de-la-crisis-de-la-covid-19-coronavirus.
Primavera 2021
Mariela Noles Cotito
Universidad del Pacífico