InstagramFacebookXLinkedIn

Edición N° 64

La carga de Milei: sobre el perfil, los planes y los exabruptos del presidente argentino
Ramiro Escobar
27 de julio, 2024

Milei habla en el Foro de Davos y es aplaudido y, a la vez, visto con extrañeza. Milei despide a uno de sus ministros en medio de una denuncia por falta de víveres para los más pobres. Milei viaja a España e insulta a Pedro Sánchez. Milei dice que si alguien va a morirse de hambre no es necesario intervenir. Milei sostiene que el calentamiento global lo inventó el «marxismo cultural». Milei se autoproclama como el «primer presidente liberal libertario del mundo».

Hasta hace unos pocos años o meses, el presidente latinoamericano que daba más que hablar era Nayib Bukele; con su colita en el pelo y su gorra puesta hacia atrás, sacudía el debate público haciendo gala de su mano dura contra la delincuencia y de las pullas hacia sus críticos. Pero desde que entró a gobernar Argentina, Javier Milei parece disputarle los titulares, la dureza de la palabra pública, el protagonismo. Es como un duelo de colosos del verbo áspero y vitriólico.

Aunque el mandatario argentino quizás pesa más, porque, a fin de cuentas, Bukele importa a quienes viven en países asolados por la inseguridad ciudadana, mientras que el «liberal libertario» que está en la Casa Rosada capta la atención internacional y se perfila como uno de los íconos, desatados y preferidos, de la extrema derecha en varias partes del planeta. Este gremio lo ha invitado a España para condecorarlo y a Alemania para que hable en cierto olor de multitud.

¿Qué simboliza Javier Milei en esta escena contemporánea tan agitada por guerras, crisis ambientales y pandemias en potencia? Hasta donde se le observa y a pesar de que las propuestas que ha hecho en su país sufren para ser llevadas a la práctica (ha tenido que bajar sus expectativas sobre una ley que pretende reducir el Estado), parece ser la expresión más furiosa de una resistencia al cambio social y cultural en varios sentidos. Su lema clásico «¡Viva la libertad, carajo!» lo descifra.

Aunque su discurso sea demodé —pues hasta en Davos se habla hoy de regular a las grandes empresas—, Milei se muestra como un cruzado contra la «izquierda», contra la intervención del Estado, contra el crecimiento de los derechos sociales. Es como si sus gritos e insultos pretendieran clamar contra un mundo que, mal que bien, está sufriendo algunas transformaciones. La decisión de cerrar el Ministerio de la Mujer en Argentina es uno de los signos más evidentes de esta saga.

A pesar de que la sociedad humana, con todas sus contradicciones y miserias, camina a otorgarle más derechos a las mujeres, él da marcha atrás. Algo similar ocurre con los derechos de la comunidad LGTBIQ+ , a la que en su campaña presidencial dedicó unas palabras —digamos— «comprensivas» al afirmar que si una persona quería casarse con un elefante, podía hacerlo. En cuanto al cambio climático, su mirada es contundente: «se trata de una mentira del socialismo».

Milei es, quizás, quien más se ha tomado en serio aquello de la «batalla cultural». Es más, lo dice abiertamente: clama contra quienes supuestamente quieren destruir el mundo con los cambios mencionados y otros y tiene como el gran cuco al «maldito Estado». Por eso ha generado la devoción de las derechas más extremas e incluso ha hecho dudar de su corrección democrática a las más moderadas. Acaso es el hombre que necesitaban para decir lo que en verdad piensan.

Sin embargo, conviene explorar un poco las ideas del rumboso mandatario para ver si, en rigor, tienen consistencia. Una de las cosas que se dice de él, por ejemplo, es que es «antisistema». Lo refrenda al soltar sus filípicas contra la «casta», aun cuando en su contingente de funcionarios tiene a varios de ese presunto clan (algunos peronistas incluidos). Solo por eso ya se podría decir que no es, en rigor, el outsider del que se habla con fruición o hasta con interés académico.

Pero hay otro ángulo que pone a tambalear su vena «revolucionaria». Un antisistema tendría que estar con la lucha frente al cambio climático y no ser un negacionista como él. Atemperar los peligrosos niveles de temperatura que está alcanzando el planeta implica vivir la austeridad, cambiar costumbres y modos de consumir por la vía de políticas públicas y en la vida personal. Alguien que cree que esto no es necesario, porque ¡viva la libertad carajo!, no es antisistema.

Precisamente porque es el sistema económico, social y cultural el que ha generado este enorme y ya alarmante problema, es el Estado la entidad que debe enfrentarlo debido a que la dinámica febril del mercado nunca lo hará con eficacia. Imaginar que la oferta y la demanda solas van a moderar la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) es simplemente irreal. Esa dinámica es uno de los mayores detonantes de la crisis al avanzar sin control sobre los ecosistemas.

Porque —ojo— Milei no propone una economía de mercado que pueda considerar externalidades (un anatema para su gusto), sino una desregulación prácticamente total. Algo que no planteaba ni Adam Smith y que hasta los gurúes modernos del liberalismo, como John Williamson, el creador del Consenso de Washington, ya no plantean. Ya en 2003, Williamson hablaba en un artículo de redistribución del ingreso en América Latina, algo herético para el «libertario».

Por último, la palabra «libertad» es demasiado seria y profundamente humana como para estrujarla y ponerla de estandarte político si, al fin y al cabo, se pondrán en marcha políticas que afectarán a los más pobres entre los pobres, o si implica solo reducir impuestos para que, supuestamente, la magia del emprendimiento cierre las brechas sociales sin que nadie se quede en el camino. La libertad no es tal si no sirve para hacer menos tormentosa la convivencia social, si da privilegios.

En un artículo reciente publicado en El País, de España, el economista argentino Juan Manuel Telechea recuerda los dos conceptos de libertad planteados por Isaiah Berlin: el negativo y el positivo. El primero implica ausencia de restricciones; el segundo, la capacidad de decidir de manera autónoma qué quieres hacer con tu vida. Milei, según Telechea, se olvida del segundo, que, entre otras cosas, puede hacer que, movido por deudas impagables, alguien venda su riñón.

"La palabra «libertad» es demasiado seria y profundamente humana como para estrujarla y ponerla de estandarte político si, al fin y al cabo, se pondrán en marcha políticas que afectarán a los más pobres."

En otras palabras, si la libertad se queda en que no me pongan amarra alguna, nos aproximamos a lo que es el capricho de un infante, a la pataleta del bebé que quiere hacer cualquier cosa. Una desregulación total puede provocar que metamos la mano al enchufe o, en términos económicos, que explotemos todos los recursos de la Tierra sin límites o que consumamos bienes hasta que la barriga nos reviente. Y que no nos importe si alguien llora, no come o hasta muere en el camino.

Un mundo cruzado por guerras como las de Gaza y Ucrania no necesita una concepción tan infantil de la política o de la vida misma. Una biósfera golpeada por la impronta dislocada de la especie humana, tampoco. Milei apoya a Israel sin fisuras, como si los palestinos no existieran; ningunea la crisis ambiental, cual si fuera un asunto prescindible; no preserva ni siquiera la cortesía política. Demasiado narcisismo para una época carente de esperanza y empatía.

Compartir en:
Ramiro Escobar
Ramiro Escobar

Docente universitario y periodista internacionalista.

Recomendado

© 2024, Compañía de Jesús Provincia del Perú
Contacto
Logotipo Jesuitas del Perú