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Edición N° 64

Perú: derivas de una incógnita política
Ricardo Falla Carrillo
28 de julio, 2024

«La historia depende de las preguntas que le hacemos».

Carlo Ginzburg

Sobre la conciencia histórica emerge la conciencia política, es decir, una conciencia —reflexiva y sintiente— que se asume como parte de una comunidad en el tiempo, desde sus diversos orígenes y en pos de fines alcanzables y duraderos. De ahí que, si no se forma una conciencia de la historicidad comunitaria, resulta extremadamente difícil que un sujeto individual pueda considerarse como parte una colectividad de objetivos comunes. Sin ese sentido de pertenencia, que involucra un saber y un sentir, la ciudadanía y sus usos no llegan a desplegarse, pues en esa ausencia distante, gran parte de lo que implica vivir en democracia no se ejercita porque el actor fundamental de la misma, el sujeto ciudadano, no ha aparecido o se encuentra extraviado en medio de las estrategias de la sobrevivencia, desde donde es muy poco probable que emerja una conciencia histórica y política.

En ese sentido, la emergencia de un ciudadano, políticamente consciente y dispuesto a considerase parte de una comunidad de fines, precisa de una vastedad de condiciones previas, que difícilmente pueden ser construidas a priori. De ahí la importancia de reconocer, con riguroso realismo, las características propias de una sociedad como la nuestra y, por lo tanto, tener en cuenta su historia política, económica y cultural, las peculiaridades de su sistema de conocimiento, sus prácticas económicas y sus comportamientos culturales. Sobre estas bases reconocidas, que sustentan la especificidad de una sociedad, podemos identificar aquellos aspectos que hacen que un país como el nuestro evidencie innumerables carencias políticas y económicas que nos exponen a frecuentes experiencias autoritarias o, incluso, a hipotéticas situaciones peores. Asimismo, a partir de este reconocimiento real, se puede problematizar con profundidad y fundar soluciones, desde lo específico, que eviten el establecimiento, a futuro, de regímenes sobre los cuales no tenemos experiencia.

La deriva material de los peruanos

Nuestros últimos ciclos de crecimiento económico, como todos los anteriores, no crearon las condiciones materiales para que se consolide una movilidad social ascendente que permita arraigar a una extensa clase media, o sea, un amplio segmento social que tenga satisfechas una parte considerable de sus necesidades fundamentales, que pueda destinar una porción de su vida al cultivo de la educación, de la cultura, de las artes y, en definitiva, que pueda tener un espacio para pensar en los asuntos públicos. Si cerca del ochenta por ciento de la población subsiste en la economía informal y centra sus objetivos de vida en el plano de la sobrevivencia, difícilmente tendrá los medios reales como para formarse políticamente y para que surja una conciencia histórica y ciudadana. Esta situación de real fragilidad, exacerbada por el actual estancamiento económico, incide en la anomia y en la desesperanza de vastos sectores de la población. En el escenario de la carencia material, surge la frustración, la misma que, al no canalizarse en objetivos políticos reformistas, incita a un clima de violencia cotidiana que se hace estructural en la medida que no se avizora un horizonte con expectativas.

Los efectos que la informalidad laboral y productiva tienen sobre el sistema de valores son algo que debemos seguir tomando en cuenta para reconocer las restricciones de los sentidos proyectivos de vida en sociedades precarizadas, pues un rasgo de la grave precariedad es que los sujetos, por necesidad, se hallan concentrados en el presente, sin la posibilidad de avizorar un futuro que incluya diversas dimensiones de realización. En la ausencia de un porvenir, el nihilismo pasivo se instala en sociedades como la nuestra.

"Si cerca del ochenta por ciento de la población subsiste en la economía informal y centra sus objetivos de vida en el plano de la sobrevivencia, difícilmente tendrá los medios reales como para formarse políticamente y para que surja una conciencia histórica y ciudadana."

La deriva del sistema del conocimiento

La «piedra de toque» del bienestar de las sociedades contemporáneas es el conocimiento en sus usos más amplios y diversos. Se trata de un saber para la gestión pública y privada, un saber para la formación ético-ciudadana y un saber que desde las ciencias puras y aplicadas se convierte en tecnología y producción diversificada. El sistema del conocimiento, en términos ideales, articula a la escuela básica, a las instituciones de instrucción técnica, a las universidades y a los centros de investigación. Este sistema complejo es el que nutre a la estructura societal de conocimientos que son utilizados por los profesionales de distintas áreas y que permiten el funcionamiento del sistema social.

Sin embargo, desde hace mucho tiempo, en el caso peruano, los componentes del sistema del conocimiento no se encuentran articulados, lo cual genera un divorcio notable entre la sociedad y el saber. Esta situación se exacerba por la pauperización de la educación en diferentes niveles, que ha sido considerable en las últimas décadas. El resultado es que padecemos de una enorme crisis de liderazgos competentes, que se evidencia en la mala gestión de lo público y de lo privado; en suma, personas con distintos grados de responsabilidad que no saben cómo enfrentar inconvenientes de gran o mediana dificultad. Esta gravísima carencia hace que los problemas complejos, que precisan soluciones creativas e integrales, no puedan ser resueltos y se opten por soluciones parciales o extraídas, acríticamente, de otras realidades. La falta de un sistema del conocimiento, medianamente afiatado, es una de las causas de la deriva actual.

"Sin la suficiencia conceptual necesaria para identificar qué se juega en una sociedad cuando hablamos de política, nos encontramos en las fronteras de lo público respecto a otros mundos humanos"

La deriva marginal de la política

Todo país está en riesgo de que las asociaciones criminales y delictivas estén en condiciones de estrechar sus nexos con los actores de la práctica política. No obstante, cuando existen ejes ético-políticos, ético-jurídicos y jurídico-institucionales más o menos consolidados en una sociedad, las posibilidades de esa relación son menos probables. De este modo, la racionalidad delincuencial se mantiene en las «fronteras» de la sociedad, al igual que otras experiencias marginales. Sin embargo, cuando las formaciones políticas han ido perdiendo sus sustentos teleológicos y desaparecen los «baluartes» institucionales de lo político, los grupos e individuos que se encuentran en los márgenes de la política la toman por asalto. De ahí que la marginalidad, al integrarse a la práctica política, traslade sus usos y costumbres a las instituciones, pervirtiendo sus fines.

En la marginalidad política no solo se encuentran las formaciones delictivas o proclives al delito, sino también grupos de individuos que no han tenido contacto crítico con los distintos estratos de la política organizada; por ejemplo, aquellos que se han dedicado exclusivamente a las múltiples actividades productivas, los que se desenvuelven en el ámbito del entretenimiento y de la diversión o los que evidencian alguna limitación específica que les inhibe descubrirse políticamente conscientes. En suma, la marginalidad política está constituida por aquel diverso grupo humano que carece del léxico suficiente como para organizar un saber que les permita interactuar y manejarse en el mundo de lo público y sus intersecciones con la economía, la cultura, la moral y el conocimiento. Sin la suficiencia conceptual necesaria para identificar qué se juega en una sociedad cuando hablamos de política, nos encontramos en las fronteras de lo público respecto a otros mundos humanos.

En el caso peruano (y en otros países de nuestra región), desde hace un tiempo venimos asistiendo al gradual asedio de lo marginal en la política, al extremo que a muchos les cuesta distinguir los comportamientos y actitudes políticas de conductas delincuenciales, de actuaciones de entretenimiento o de expresiones de un cinismo sin filtros idiomáticos. En un país como el nuestro, lo marginal «ha licuado» gran parte de la elaboración conceptual —jurídica, ético-política e ideológica— y nos expone, trágicamente, a situaciones sobre las cuales no tenemos una experiencia registrada para poder contenerla.

Derivas a un escenario desconocido

La confluencia de estas tres derivaciones podrían llevarnos a pensar que se yergue, casi inminentemente, un régimen autoritario que podría poner en paréntesis, por tiempo indefinido, a nuestra frágil democracia. Dadas las graves condiciones que hemos compartido líneas arriba, lo que parece estar en juego es la continuidad de nuestro país en un mediano o largo plazo, pues la deriva socioeconómica, la fragilidad de nuestro sistema del conocimiento y el asalto marginal de la política no son cuestiones que puedan ser abordadas con soluciones simples, extrapoladas de otros contextos o acciones bienintencionadas sin mayor rigor.

A simple vista, el Perú de la tercera y de la cuarta década del siglo XXI se nos presenta como una enorme incógnita en medio de una tierra ignota, es decir, el mundo de hoy y de mañana. No obstante, si hay algo que podemos hacer, es realizar preguntas básicas según la historia particular del Perú: ¿quiénes somos los peruanos de la mitad del siglo XXI?, ¿de cuántos mundos surgimos?, ¿cuáles son nuestros modos de ser?, ¿de qué forma nos relacionamos entre nosotros?, ¿cuál es nuestro lugar en el mundo?, ¿hacia dónde nos dirigimos?, ¿tendremos, aún, un futuro común a mediados de este siglo? Y así, otras preguntas sencillas que precisan respuestas con otras palabras, con nuevas palabras. El Kairós es la problematización abierta y sincera.

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Ricardo Falla Carrillo
Ricardo Falla Carrillo

Intelectual y académico de las Humanidades. Docente y Jefe del Departamento de Filosofía y Teología en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

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