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Edición Nº 27

«La diversidad de culturas nos enriquece y nos acerca a Dios»
8 de julio, 2014

Entrevista al P. Miguel Cruzado SJ, Provincial de la Compañía de Jesús en el Perú.

Por Diana Tantaleán
(Apostolado Social SJ)

El P. Miguel Cruzado SJ, Provincial de la Compañía de Jesús en el Perú, ha sido designado Consejero General en la Curia de la Compañía en Roma y Asistente Regional para América Latina Meridional. Tras casi 5 años al frente de la Provincia peruana, él nos comparte lo que ha sido su labor, su visión de la Iglesia y del país.

¿Cómo ha vivido esta nueva designación para Roma y cuáles serán las responsabilidades a asumir en el cargo?

Ha sido una sorpresa, pero ya agradeciendo la confianza del P. General y disponiéndome a lo que la misión y la Compañía necesiten.

Me han nombrado Asistente para América Latina Meridional, que comprende las Provincias de Perú, Bolivia, Chile, Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. La labor fundamental es asistir al Padre General en el gobierno de la Compañía en el sur de América Latina, colaborando con el trabajo de los Provinciales en esta parte del continente, y haciendo la conexión con el gobierno del P. General.

¿Cómo han sido estos años como Provincial?, ¿qué recoge de esta vivencia?

Ha sido una bella experiencia al servicio de la misión, de mis hermanos jesuitas y de muchas personas con quienes compartimos vida y trabajos. Una buena parte del trabajo del Provincial es confirmar a los compañeros en la misión, dialogando personalmente sobre su vida en el servicio, en un diálogo espiritual, no simplemente de planificación institucional o de revisión de trabajos. Ha sido una experiencia de Dios. Es lo que más me queda en el alma de estos años como Provincial.

También he debido acompañar el Colectivo Apostólico de la Compañía de Jesús en Perú, que son los jesuitas, laicos, religiosas, sacerdotes, con los que llevamos decenas de instituciones. Es un Colectivo grande, con influencia en la vida de muchas personas. He visto una bendición en esta diversidad de servicios, de lenguajes sobre el bien, de vocaciones y búsquedas de Dios.

La diversidad del Perú, y del Colectivo Apostólico del que forma parte la Compañía en la Iglesia, constituye probablemente nuestra mayor riqueza. Somos un colectivo diverso –de culturas, sectores sociales, vocaciones particulares- en el que se tienden puentes y, se colabora hombro a hombro por una misma misión. Uno constata en la práctica cotidiana cómo el Señor labora en los distintos mundos del Perú donde estamos –profesionales, empresariales, indígenas, populares urbanos, en niños, jóvenes, adultos; en religiosos y en personas no creyentes de buena voluntad-. En toda esta diversidad he visto epifanías, búsquedas auténticas y bellas manifestaciones de Dios.

El Provincial se encuentra con unos y otros, va de un mundo a otro y su vida diaria es casi una sinfonía de sorprendentes epifanías. Estos años me han confirmado que la diversidad del Perú -cultural, regional, incluso religiosa- puede ser también una sinfonía y no un lugar de enfrentamiento y desconfianza. Ojalá viviéramos, en el Perú y en la Iglesia, como una bendición la diversidad de búsquedas, culturas y lenguajes -como en Pentecostés- y no nos quedáramos encerrados en la visión temerosa de Babel, viviendo lo diverso como maldición o desconfianza.

¿Cuáles considera que han sido los avances en la Provincia en este tiempo?

Hemos seguido un dinamismo que ya venía desde fines de los años 90, el fortalecer redes sectoriales y Plataformas Apostólicas Regionales (PARs). Estos espacios de encuentro y acción colectiva nos están enriqueciendo. Es un trabajo en red de obras similares –educativas, sociales, pastorales, etc.- y las PARs como colectivos de presencias diversas –de distintos temas y sectores- en un mismo territorio, donde nos encontramos jesuitas, laicos, religiosas.

Algo que también se ha ido manteniendo es el dinamismo espiritual en todo lo que hacemos, como ofrecer ejercicios espirituales o espacios de formación en torno a temas eclesiales e ignacianos en todo el Colectivo Apostólico. Aunque trabajamos con personas de distintas confesiones, todos asumimos como valiosa la referencia espiritual.

Otro punto fuerte en la Provincia es que, aún con escasez de recursos y a pesar de nuestra fragilidad, hemos mantenido y estamos estructurando mejor nuestro servicio a los más pobres, el trabajo por la justicia, la atención a las personas más vulnerables.

De todo este trabajo y compromiso, ¿qué piensa que se debe seguir impulsando a futuro?

Definitivamente el seguir trabajando en equipo. Se tiene que fortalecer la “colaboración”, esto supone una relación horizontal con otros. Discernir con otros es el modo más eficaz de hallar la voluntad de Dios en la misión. Co-laborar tiene un significado teológico muy fuerte: significa laborar juntos en una misión que es de Dios; no es que “tú me colaboras”, donde unos son el centro y los otros los colaboradores; todos “co-laboramos”, trabajamos juntos. No hay jefes, hay discípulos discerniendo juntos. Es otra visión de Iglesia, la de una comunidad que trabaja por la misión de Dios. Eso es un signo de los tiempos.

Seguiremos manteniendo la cercanía a las personas vulnerables y preocupándonos por la justicia. En el Perú hay muchas personas marginadas que no cuentan con suficientes posibilidades para crecer. Mientras eso exista, la Iglesia y la Compañía tienen que estar con ellos. No estar con quien sufre significaría renunciar a una dimensión central de nuestra misión. Dejaríamos de ser quienes somos.

Seguiremos ofreciendo la riqueza de la espiritualidad ignaciana en la Iglesia y tratando de fortalecer una mirada en profundidad de las distintas dimensiones de la vida y la sociedad. Esto es decisivo cuando parece imponerse una visión de la vida en que lo único importante parece ser el tener y ganar al costo que sea. En la sociedad peruana a veces pareciera que justicia, bondad, solidaridad, son malas palabras, vistas como el lenguaje del “subdesarrollo”; mientras que el lenguaje del “desarrollo” es el egoísmo, el éxito a cualquier costo –ambiental o moral-, la indiferencia ante el dolor. La promoción del egoísmo, el maltrato del débil, la destrucción de la creación, el mal uso de los recursos de todos, son pecados, no son opciones aceptables para un cristiano.

En estos años de estabilidad económica y conflictos sociales ¿qué piensa de las políticas que ha implementado este gobierno y el papel que han tenido los menos privilegiados de nuestra sociedad?

Aún con todos los esfuerzos de este gobierno o de otros, en el Perú hay muchos lugares donde el crecimiento económico no ha significado más vida para las personas. Hay sufrimientos que desde Lima no se entienden, que se preferiría invisibilizar o se juzgan rápidamente como injustificados.

El crecimiento económico de estos años, fuertemente concentrado en las ciudades, ha creado un optimismo exagerado que genera cierta ceguera. La ceguera de la indolencia ante el dolor de quienes continúan marginados; la del cortoplacismo que no mira el futuro, despreocupándose del cuidado de las instituciones sociales o la educación, de aquello que sostiene la vida común.

¿Qué piensa de los casos de corrupción que se ven hoy en día y a qué cree que se deba?

Lo primero es decir que, desde la Iglesia, la corrupción es pecado. Hay quien considera que robar un poco es parte de la viveza criolla, o que “robar pero hacer” es justificado. ¡No!, está mal. Quien utiliza los bienes y los recursos que son de todos, para el uso privado, comete un delito y todo cristiano debería denunciarlo. La Iglesia tiene la responsabilidad de denunciar este pecado.

Deberíamos tener una actitud mucho más pro-activa para denunciar y cuestionar la cultura de la corrupción que vivimos, desde la pequeña coima por la calle hasta denuncias graves. A veces nos hemos quedado más en la preocupación por los pecados privados, descuidando los pecados sociales como este.

El problema de fondo está en un cierto sentido común ideológico que, para promover el valor de lo privado, ha sospechado de lo público hasta justificar el desprecio por el lenguaje del bien común. Es impresionante la agresividad que genera en algunas personas apelar al bien de todos en situaciones en que miran sólo su propio interés o comodidad.

Tenemos que reaccionar frontalmente contra la corrupción, pero también cuestionar la ideología que sutilmente la ha justificado.

La Compañía de Jesús siempre ha apostado por la educación en todos los niveles, ¿qué opinión le merece la educación superior en el país y el proyecto de ley universitaria recientemente aprobado?

La situación de la educación superior del país es un grito que clama al cielo, es un escándalo. Se ha estafado a generaciones enteras de jóvenes y esto ya no se puede subsanar. Cuando a uno lo estafan en la formación universitaria, lo estafan para toda la vida, no puede volver “a elegir otro producto” porque ya terminó su edad de estudiante. Esto está destruyendo vidas, limitando oportunidades, engañando sin remedio.

En este sentido es muy importante que se haya generado el debate alrededor de la ley recientemente aprobada. El debate debe continuar.

La doctrina de la Iglesia considera que la educación es parte del bien común y, por lo tanto, todas las personas tienen derecho a ella. No es un bien mercantilizable como cualquier otro, al menos no lo es para la doctrina cristiana y, por tanto, es preocupación nuestra como Iglesia su acceso universal y la mejora de su calidad en todos sus niveles. La educación debe ser un lugar de oportunidades para todos.

¿Cuáles cree que serían los desafíos de la Iglesia en el Perú?

Un desafío importante de la Iglesia del Perú es contribuir a la valoración de los diversos carismas y al dialogo al interior de ella. A veces hemos vivido la diversidad de carismas como distancia o desconfianza. Un desafío importante en la Iglesia del Perú es ser comunidad y escucharnos unos a otros. La Iglesia debe dar testimonio de comunión, diálogo y respeto a las personas. Así ella no sólo se hace más comunidad al interior, sino que además da ejemplo al país de cómo los conflictos pueden resolverse poniendo por delante el bien de todos.

En cuanto a las opiniones que ha estado dando la Iglesia, sobre leyes o decisiones del Estado, y a las que muchos han respondido diciendo que somos un Estado laico, ¿qué piensa sobre eso?

La Iglesia tiene derecho a expresar su visión de las cosas en aquellos temas que tienen que ver con valores que brotan de su propia tradición; sin embargo, no pretende imponer su visión a ningún Estado o colectivo nacional. La Iglesia defiende el bien común, y esto doctrinalmente supone que se escuche y busque armonizar bienes y consideraciones de las distintas comunidades, en una nación o Estado.

Los asuntos públicos deben debatirse y la visión cristiana debe ser parte del debate. Los cristianos tenemos que ser capaces de aportar en el debate público del país. Todo creyente debería valorar el participar en asuntos públicos, no es malo hacerlo, es bueno y aún deseable si ello puede permitir un bien mayor, más universal o de mayor alcance. Todo creyente debería aportar desde los valores del Evangelio en los asuntos públicos.

Sobre el rol de la Iglesia como defensora de los derechos humanos, y a propósito del proyecto de ley de unión civil, ¿no cree que este debate se definiría mejor si pensamos en que todos los ciudadanos debemos tener los mismos derechos, independientemente de su raza, credo o identidad sexual?

El Papa ha entendido que Estados laicos busquen incorporar en el derecho diversas situaciones de convivencia, buscando salvaguardar los derechos que personas que comparten sus vidas desean concederse una a otra. Ha considerado que deben estudiarse estas situaciones.

Sin embargo, más allá del tema jurídico civil, lo que me preocupa en este debate es su intensidad y una oposición apasionada que en ocasiones expresa un juicio negativo apresurado sobre personas de identidad homosexual. Me impresiona la rapidez y facilidad con que podemos oponernos a siquiera estudiar las situaciones de unión civil, a veces sin escuchar, y cuestionando rápidamente una u otra opinión.

Es cierto que en la Iglesia católica no hay una tradición positiva de acogida a la condición homosexual; pero sí hay un mandato muy fuerte de reconocimiento y defensa de la dignidad de todos, de escucha a cada persona y confianza en sus búsquedas auténticas del bien y de Dios, además de una preocupación especial por aquellos que pueden sufrir maltrato o marginación. Estos son mandatos claros de nuestra doctrina.

Dios nos libre de faltar a la exigencia de dignidad, justicia y caridad en este debate. Hay demasiado dolor causado por juicios apresurados –a veces en nombre de Dios o de su Iglesia- a personas de identidad homosexual, católicas y no católicas. El juicio apresurado, en un contexto de prejuicios negativos, fortalece la discriminación y marginación de las personas. Dios nos libre de hacer más daño, de juzgar sin escuchar, de contribuir a la discriminación y maltrato de personas homosexuales, muchas de ellas en nuestra Iglesia, al lado nuestro, buscando a Dios y su voluntad junto con todos.

El Papa Francisco ha tomado acciones más concretas en contra de los casos de abuso sexual dentro la Iglesia, lo que es visto de manera positiva por todos luego de los muchos años en que este tema no se trataba abiertamente, ¿qué piensa de estos casos y de su origen?

Es un drama inmenso que esto haya sido posible dentro de la Iglesia, que es el espacio comunitario donde la confianza es la base de todo. Nos espanta y avergüenza profundamente que haya podido y aún pueda suceder algo así entre nosotros. La Iglesia está haciendo todo lo posible por identificar y denunciar todas estas situaciones. El Papa ha sido muy claro al respecto.

No sé cuál sea el origen de esto, pero no tiene que ver con la castidad o el celibato, como han sostenido algunos: que la infelicidad o frustración de una vida en castidad o celibato generaría estas enfermedades en algunas personas. En la historia de las religiones -no solo en la Iglesia Católica- siempre ha habido comunidades de célibes, muchísimas personas que hoy y a lo largo de la historia se han realizado personal y espiritualmente en esta manera de vivir la afectividad, con alegría y normalidad, no como sacrificio o esfuerzo.

El Señor nos ayude a continuar en la tarea de mejorar la vida interna de la Iglesia, identificar y hacer frente a situaciones que pueden hacer daño, rectificar y pedir perdón cuando haga falta, para servir mejor y ser lo más fieles que podamos a la alegría del Evangelio, como nos pide el Santo Padre hoy.


Miguel Cruzado Silverii, SJ

Sociólogo. Provincial de la Compañía de Jesús en el Perú desde enero del 2010.

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