Partimos del convencimiento de que la universidad debe ser una comunidad académica orientada al saber y a la proyección en la sociedad. En tanto que su función es el saber, debe transmitirlo (enseñanza) y producirlo (investigación), pero su desarrollo no puede darse de modo aislado, sino muy vinculado con la sociedad en la que se desarrolla, en especial, con la formación de ciudadanía y, por tanto, el ejercicio de la democracia. A este último aspecto vamos a dedicar el presente artículo.
Es sabido que Martha Nussbaum destaca, justamente, esta última función de la educación universitaria: la de preparar a las personas para que puedan ejercer la ciudadanía en la vida social, tipo de formación al que llama «educación liberal». En el mundo actual, cada vez más multicultural e intercultural, para ser un buen ciudadano se requieren algunas capacidades que permitan el diálogo con personas muy diversas. Se trata de reconocerse y reconocer a los demás como seres humanos, desarrollando el «cultivo de la humanidad». Para dicho cultivo, Nussbaum establece que se requieren tres habilidades: el examen crítico de uno mismo, el ideal del ciudadano del mundo y el desarrollo de la imaginación narrativa[1]. En otras palabras, una educación universitaria que pretenda desarrollar ciudadanía y formar para la democracia debe fomentar habilidades como las señaladas, que también podríamos nombrar «pensamiento crítico, comprensión contextual y global, y empatía».
Son las ciencias humanas las que permiten cultivar especialmente esas habilidades. Sin embargo, de lo que se trata no es de la necesidad de formar a una mayor cantidad de profesionales humanistas (filósofos, historiadores, o artistas) para que, de ese modo, la universidad forme ciudadanos. Un mayor número de profesionales humanistas será, por cierto, siempre absolutamente positivo, gracias a lo cual lograremos una mejor sociedad, pero de lo que se trata es que la formación universitaria tenga una perspectiva humanista, es decir, una formación en la cual los cursos de humanidades, los de filosofía, historia, literatura, arte y también otros asociados a las ciencias sociales, estén presentes en los planes de estudio de las diversas carreras profesionales, especialmente en aquellas no humanistas. Así, la institución universitaria podrá contribuir verdadera y significativamente a la formación de la ciudadanía y al ejercicio de la democracia.
Sucede que son esos cursos los más indicados para desarrollar en los estudiantes esas habilidades de las que nos hablaba Nussbaum, como el pensamiento crítico o la comprensión contextual, habilidades que apenas iniciaron durante su tiempo en el colegio. Ellos, en la universidad, además de aprender contenidos técnicos de su profesión, vienen a crecer, a madurar, a seguir desplegando habilidades, a desarrollar su capital humano. Una universidad, entonces, debe buscar no solo la capacitación profesional en el sentido de aprender a utilizar herramientas de trabajo, sino la formación, la realización humana, el despliegue de capacidades, usando el sentido que le dio Amartya Sen[2]. En relación con eso, Fidel Tubino sostiene que la educación superior debe procurar que un país mejore la calidad de vida de la gente; crecimiento económico, sí, pero, en especial, desarrollo humano, por lo que la formación humanista e interdisciplinaria debe ocupar un lugar central y así obtener una formación ciudadana que contribuya con la democracia[3].
Las humanidades abren la mente, arrojan al estudiante al mundo —al de hoy y al de ayer—, acercan al estudio del ser humano en sus diferentes facetas, muestran culturas diferentes, sensibilidades distintas, creaciones diversas. Su cultivo acostumbra a entender el cambio, muestra que siempre hay algo más de lo conocido. Ello resulta fundamental en un mundo como el actual, signado por las transformaciones e innovaciones tecnológicas, pues entrenan en el devenir. El cultivo de las humanidades pone en permanente contacto con la comparación no prejuiciosa y el pensamiento crítico. Una pedagogía basada en principios y asignaturas humanistas otorga pericia, expertise en la capacidad de diferenciar, de reconocer lo diferente sin censurarlo, de jerarquizar ideas y argumentos para entender o producir un discurso ordenado y bien organizado. Las humanidades preparan para un permanente discernir, lo que incrementa notablemente la capacidad para aceptar el cambio y los nuevos patrones, además de aquella para asumir que lo humano es diverso y diferente por definición.
Las humanidades van entrenando en competencias que acercan a los estudiantes y profesionales a una actitud de vida tolerante, acompañada de una continua capacidad crítica que los prepara para desarrollar ciudadanía y vivir en un sistema democrático, valorándolo en su real y profunda dimensión como el sistema que respeta del mejor modo las libertades y las capacidades humanas. En un mundo como el actual, tan multicultural, hay que salir de la universidad preparado para poder dialogar con personas muy diversas. Además, como hoy todo es nuevo y se va haciendo más nuevo, conviene estar entrenado en el devenir como condición humana. Las humanidades abren la mente a lo distinto que, a la vez, es también humano; entrenan en tolerancia y, por tanto, en el ejercicio democrático.
"Las humanidades preparan para un permanente discernir, lo que incrementa notablemente la capacidad para aceptar el cambio y los nuevos patrones, además de aquella para asumir que lo humano es diverso y diferente por definición."
Es este el sentido del llamamiento que hace la filósofa valenciana Adela Cortina Orts a las universidades para que formen profesionales y no solo técnicos: «Educar con calidad supone, ante todo, formar buenos profesionales, personas justas que sepan compartir los valores morales propios de una sociedad pluralista y democrática»[4]. Cortina presenta asociados indesligablemente educación de calidad con valores democráticos y respeto a una sociedad pluralista. ¿Cómo inculcar ello en profesiones como Ingeniería de Minas, Economía Financiera, o Bibliotecología? La respuesta es fácil: concibiéndolas desde el inicio con un enfoque humanista, a través del cual, junto con toda la actualización propia de la profesión, se acerque a los estudiantes al cultivo de los valores que menciona Cortina. Cito, ahora, otros valores que la filósofa asocia a la formación universitaria: «el diálogo para resolver los conflictos y el respeto a las posiciones distintas de la mía».
Educar en calidad, entonces, es educar en tolerancia. Qué tal impacto político y social hubiese tenido en el mundo entero si la mayoría de las universidades, en vez de estar contando artículos en Scopus o Web of Science, estuviesen cumpliendo con esta labor. En nuestro país, ¿no estaríamos, acaso, más preparados para una cultura del encuentro si la mayoría de nuestras universidades, en vez de construir un ecosistema orientado a ser una máquina de producción de diplomas, hubiesen dedicado el mismo ahínco a formar en humanidades a sus alumnos? Si desde la década de los noventa, época en la que en nuestro país se comienzan a multiplicar las universidades, esos centros de estudio hubiesen desarrollado una formación en ciudadanía, ¿no tendríamos una sociedad menos polarizada, más dispuesta a reconocerse? Es responsabilidad primera de la formación universitaria entrenar a los alumnos en esta disposición. Tal vez si nuestros profesionales, de cualquier carrera, fuesen más formados bajo los postulados de la hermenéutica ontológica, tan bellamente resumidos por Gadamer como «el alma de la hermenéutica consiste en la aceptación de que el otro pueda tener razón»[5], quizás entonces nuestra calidad democrática sería mucho mejor. Muy probablemente no tendríamos este Congreso tan dispuesto a socavar la república, sin siquiera querer escuchar.
Educar en una perspectiva de calidad no es solo formar a los mejores profesionales técnicos, sino a profesionales ciudadanos. Para decirlo en términos de educación universitaria ignaciana: personas para los demás, profesionales que aspiren a construir una sociedad más justa. Entonces, hoy se va más claro que nunca la enorme razón que tenía el gran Nuccio Ordine al sostener que los saberes humanísticos no eran inútiles y que era un terrible error su gradual destierro de los planes educativos y presupuestos ministeriales. Al contrario, son mucho más que útiles, son imprescindibles en nuestra formación ciudadana, en el espíritu crítico y compasivo, ya que facilitan la posibilidad de convivencia[6].
"[Las humanidades] son las que permiten que la universidad cumpla con su verdadera misión: formar y no solo capacitar, formar a ciudadanos que valoren y desarrollen el sistema democrático."
No podemos negar que, a nivel mundial, vivimos un momento en el que la idea de la universidad ha entrado en crisis y ello, aparentemente, porque el mundo laboral no encontraría en los egresados universitarios todo lo que busca. Las universidades han respondido privilegiando la formación específica y desterrando las humanidades al suponer que el mercado no las demandaría. Yo me pregunto si no estará ahí, justamente, el porqué de la crisis. Resulta que ellas, como hemos visto, son las que permiten que la universidad cumpla con su verdadera misión: formar y no solo capacitar, formar a ciudadanos que valoren y desarrollen el sistema democrático. Una formación universitaria con enfoque humanista es lo que hace que los individuos puedan ejercer mejor su ciudadanía, hace pues más democrática a las sociedades. Permite, entre otras cuestiones, que los ciudadanos sean más empáticos, puedan dialogar mejor, se reconozcan más en la diversidad. Por tanto, una educación universitaria de calidad debería apuntar a medir cuánto pueden desarrollar estas habilidades, o semejantes, en los graduados que conseguirán mejores sociedades.
Tal vez entonces, como en toda crisis, haya que volver a la esencia, a lo clásico. El cultivo de unas humanidades bien entendidas, encarnadas en la sociedad, es lo que podría distinguir a los egresados en el mundo laboral. Eso que buscan los empleadores hoy y que no encuentran del todo en los egresados universitarios son habilidades blandas, adaptabilidad, capacidad crítica y en especial empatía. Para desarrollar esas habilidades, como hemos visto, los cursos de humanidades están particularmente dotados. Tal vez el futuro de las humanidades está justamente allí: ser el diferencial que caracterice una educación universitaria de calidad, tanto para construir una sociedad más democrática como para garantizar un mejor desarrollo laboral de sus egresados.
[1] Nussbaum, M. (2005). El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la educación liberal. Paidós.
[2] Sen, A. (1996). Capacidad y bienestar. En M. Nussbaum y A. Sen (eds.), La calidad de vida (pp. 54-100). Fondo de Cultura Económica. También Sen, A. (2000). Nuevo examen de la desigualdad. Alianza editorial.
[3] Tubino, F. (2010). Formación humanista para el desarrollo humano. En M. Giusti y P. Patrón (eds.), El futuro de las humanidades. Las humanidades del futuro (pp. 187-195). Pontificia Universidad Católica del Perú.
[4] Cortina, A. (2021). Para qué sirve realmente la Ética. Paidós.
[5] Grondin, J. (2003). Introducción a Gadamer. Herder.
[6] Ordine, N. (2013). La utilidad de lo inútil. Manifiesto. Acantilado.
Historiador. Docente y Vicerrector Académico en la Universidad Ruiz de Montoya. Miembro del Consejo Editorial de Revista Intercambio.