La Pandemia “es un desafío que nos abre el horizonte humano para pensar las cosas de otra manera, para inventar una forma distinta de vivir, y …nos corresponde a todos enfrentarla comunitariamente, en solidaridad y con responsabilidad creadora”[1].
En un número anterior de esta Revista se decía en palabras de Francisco: “Hermanas, hermanos estoy convencido de que el mundo se ve más claro desde la periferia”. En este texto, queremos continuar afinando nuestra mirada y nuestra sensibilidad para descubrir cómo la emergencia sanitaria nos volvió a colocar en las fronteras de nuestra humanidad y ver brotar semillas de esperanza desde un contexto de prácticas de injusticia e inhumanidad presentes en el caminar de nuestro pueblo del Perú.
En estos últimos años, a partir del caminar con las señoras de las ollas comunes, trataremos de aproximar una mirada de cómo las hemos visto y sentido desde su clamor incesante ante la injusticia de no tener que comer y su pasión por conseguir justicia, convencidas, que defender su dignidad es creer que la vida puede más y que la solidaridad nacida desde abajo dignifica la humanidad de todos.
Amigos y amigas de la vida: resistencia y resiliencia
La emergencia sanitaria hizo evidente la debilidad del sistema alimentario nacional. La incapacidad de los sucesivos gobiernos para enfrentar adecuadamente los problemas de pobreza existentes de un tercio de la población devino en emergencia alimentaria y se tradujo en hambre para aquellos que “sobreviven día a día”, inventándose una ocupación para llevar algún sustento a sus hogares. Se encontraron sin ninguna alternativa. En solo un año se sumaron, a los pobres ya existentes, 3.3 millones de personas en el país.
Enfrentados a una situación extrema entre la muerte por hambre o por la COVID-19, y acostumbrados a resistir ante las adversidades, apuestan por la vida. Es así como, rápidamente, se movilizaron para organizarse y transformar el hambre y la pandemia en una acción solidaria que les permitió comprender el dolor de los otros, que es el suyo propio. Echaron mano de su historia y prácticas culturales ancestrales[2] de trabajo colectivo para el beneficio de todos.
Inician un camino de cuidado colectivo, de amor a los otros. A diferencia de las Ollas Comunes puntuales, de luchas sindicales o de actividades comunitarias, la mayoría de estas Ollas permanecerán mientras dure la crisis alimentaria y puedan estabilizar y asegurar una subsistencia decente de sus familias con trabajo digno.
Su dinamismo para resistir las lleva a desarrollar, con imaginación y creatividad, un conjunto de propuestas, acciones y luchas que van más allá de la preparación y reparto de alimentos. Buscan mejorar la calidad de la dieta alimentaria y el sistema de reparto realizado por las Municipalidades en combate contra la mala gestión y la corrupción. Buscan defender una dignidad que es común y se convierte en aventura de vida colectiva con buen trato, lucidez, firmeza.
Frente a la cultura del descarte: practican la justicia, dan razón de su esperanza
Información actualizada da cuenta de la existencia de 3411 Ollas Comunes a nivel nacional, de las cuales 2476 corresponden a Lima Metropolitana que atienden diariamente a 222,803 beneficiarios. Lo común en todas ellas es que se ubican mayoritariamente en la periferia de las grandes ciudades (Lima, Callao, La Libertad, Arequipa, Piura, etc.).
Hoy, sin haberse resuelto el tema de la pobreza y la inseguridad alimentaria, a los Comedores Populares, los Comités de Vaso de Leche y otras organizaciones creadas para enfrentar el hambre durante nuestra historia peruana, se suman las Ollas Comunes para atender a los más excluidos, los más pobres, los nuevos pobres, los que están en las partes más altas de los cerros.
La fe en la solidaridad pasa porque los logros que consiguen, con sus luchas, son para todas las ollas comunes, independientemente si pertenezcan o no a la Red Metropolitana. Una solidaridad que moviliza el amor, y el amor también es político.
Es desde aquí, justamente, donde surge esta organización solidaria que comparte su humanidad con su comunidad y da el ejemplo, con sus banderas blancas, su fuerza, su convicción, su ética y su sentido de derecho.
Las Ollas Comunes son la esperanza para estas familias por asegurar por lo menos una comida una vez al día y muestran así, que la justicia pasa por obras y gestos concretos cargados de honestidad, audacia, valentía y de reconocer los derechos de los otros.
Demuestran también que la fe en la solidaridad pasa porque los logros que consiguen, con sus luchas, son para todas las ollas comunes, independientemente si pertenezcan o no a la Red Metropolitana. Una solidaridad que moviliza el amor, y el amor también es político[3].
Haciendo camino en la construcción del Bien Común
A lo largo de estos 2 años y medio se pudo aglutinar una nueva generación de personas que en la construcción del bien común aprendieron a trabajar ideas, a escucharse entre ellas, a escuchar a otros, a buscar alternativas, a tejer alianzas, y a reclamar por sus derechos.
Hicieron el camino andando, primero en su barrio organizando a sus vecinos, luego buscando recursos para equipar su propia Olla. Muchas funcionan en la calle o en casa de alguna de las beneficiarias. Este proceso de formación de ollas fue extendiéndose por la ciudad, primero cinco, luego nueve, y ahora 19 distritos forman parte de la Red de Lima Metropolitana.
Se combina la necesidad, la voluntad y el conocimiento. Dialogando se elaboran[4] con el aporte, presencia y liderazgo de sus dirigentes y su equipo técnico, propuestas de Política Pública sobre alimentación, se visibilizan demandas, se hacen movilizaciones, se hace ejercicio ciudadano.
Era un reto enorme, se trataba de poner por delante el derecho a la alimentación y buscar soluciones. Ello significo recorrer un camino duro, la consigna que más frecuentemente se escucha entre ellas “sin luchas no hay victorias” lo resume.
Lograr el liderazgo individual primero y el reconocimiento en sus territorios después, requirió horas de dedicación, de sacrificio personal, de recorrido de olla en olla, sin recursos económicos. Era hacer el trabajo que no estaban dispuestas a realizar la mayoría de las autoridades distritales e incluso el MIDIS. El empadronamiento de las Ollas significaba para muchos rendir cuentas, algo que convenía mantener en la opacidad.
Otra fue la lucha para el reconocimiento de las autoridades, desde el trato agresivo y de no reconocimiento, o de espera interminable para el reparto discrecional de sus víveres en medio del sol abrazador o del frio.
Conseguir recursos asignados específicamente para las ollas requirió de tuitazos, movilizaciones, plantones, cabildeo con parlamentarios, con funcionarios públicos, buscar alianzas, presentar memoriales, petitorios, documentar denuncias, etc.
No obstante, con todo ello, se pretendió y pretende actualmente desconocer su liderazgo contraponiendo otros liderazgos que “dócilmente” acepten dádivas económicas o políticas. La lucha que desarrollan actualmente es para conseguir Presupuesto para 2023.
Todas estas acciones han permitido avanzar en el aprendizaje y empoderamiento de estas guerreras de la alimentación, en el ejercicio de derechos ciudadanos, en conocer el funcionamiento de las instituciones del Estado, en vigilar el desempeño de sus autoridades a través de los Comités de Transparencia y Acompañamiento, en conocer cómo funciona (o no) la lucha contra la corrupción, el papel de la Defensoría del Pueblo y la Contraloría General de la Republica.
Esta realidad nos invita a aceptar la novedad de una manera nueva de ver y hacer las cosas para comprender los desafíos que se avecinan y no perder de vista el horizonte de conquistar el derecho a la alimentación para todas y todos. Sin ello, no hay justicia.
Rescatar la fuerza de vida y aglutinar lo sano
Cuando se trabaja por un DERECHO tan fundamental como el de la alimentación es posible concertar voluntades a través de la acción colectiva. Cuando desde una mirada por el BIEN COMÚN desde una perspectiva de derechos, y se actúa con valores como justicia y equidad, es posible apostar por un futuro mejor, es posible construir alianzas sanas que sumen.
Cuando se enfrenta la adversidad con creatividad y se alcanzan propuestas, se abren caminos nuevos para alcanzar JUSTICIA, recogiendo lo avanzado, corrigiendo las falencias, perfeccionando normas y prácticas, debatiendo ideas y actuando democráticamente.
Cuando la solidaridad brota del sentido de humanidad, moviliza el hacer con otros y contagia “ve y haz tu lo mismo”[5], para transformar lo individual en una acción del nosotros colectivo. Bienaventuradas las ollas comunes mientras haya gente con “hambre y sed de justicia”[6] y las “ollitas” ya no sean necesarias.
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[1] Carlos Castillo, Arzobispo de Lima. Una Iglesia de testigos en tiempos de pandemia, Podcast #03, 21 de marzo 2020.
[2] Los principios de reciprocidad y complementariedad son un don de todas las sociedades como rasgos de un estilo de vivir cotidiano en comunidad.
[3] Francisco, Enciclica Fratelli Tutti, No. 180, p. 120.
[4] Propuestas y aprobación de Leyes (Ollas Comunes y Recuperación de Alimentos), de Reglamento (Ley de Ollas Comunes), de Ordenanzas Municipales, Convenios con Ministerios (PRODUCE, Ministerio de la Mujer, Ministerio de trabajo) reuniones con el Presidente, Ministros, directores de diferentes instituciones, con el Arzobispo de Lima, parlamentarios, alcaldes, empresarios, participación en CADE en los últimos días, entrevistas con medios nacionales e internacionales, etc. etc.
[5] Lc, 10,37
[6] Mt 5,6.
Verano 2022 / 2023
Cecilia Guerrero / Janett Ramírez
Resucita Perú Ahora
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