Pedro Castillo termina el 2021 con una fuerte caída en su popularidad (según IEP apenas 25% lo aprueba mientras que 64% lo desaprueba) y enfrentando un pedido para iniciar un proceso de vacancia en su contra. Si bien hoy parecieran no haber votos para vacar al presidente, en la situación de debilidad actual todo dependerá de que el escándalo en curso no traiga sorpresas o no explote uno nuevo. ¿Cómo hemos llegado aquí en apenas cuatro meses de gobierno?
Para entender el momento actual vale la pena pensar en algunas particularidades de nuestra política post-transición del año 2000. Si bien no tenemos partidos fuertes, sí tenemos una división territorial del voto bastante estable que lleva a elecciones polarizadas. Cambian los rostros, pero se repiten los fraccionamientos. Las campañas del 2006 y 2011 (y aunque en menor medida, también la del 2016) mostraron una división estructural del sufragio con Lima y la costa norte aglutinando un voto más conservador, de protección del modelo económico, y el sur y centro con un voto más crítico. La primera vez ganó Alan García con una posición de cambio moderado (aunque luego gobernara más a la derecha). El 2011 gana Humala como el candidato del cambio, pero tras moderarse y reducir su percepción de radical.
Este año se volvió a mostrar esa división en la elección, pero en segunda vuelta no hubo mucha moderación por ninguno de los lados. La derecha Fujimorista fue agresiva, macartista, y buscó solucionar con promesas de bonos su lejanía de los sectores más pobres y espacios rurales. La izquierda de Castillo y Vladimir Cerrón tampoco hicieron mucho por bajar el tono. Nadie se corrió mucho al centro. Esta segunda vuelta dejó un país bastante polarizado, con una derecha dura que negó la legitimidad de la elección y un partido de gobierno, Perú Libre, que se marcó como el socio radical que cuidaría la pureza ideológica del presidente.
Si algo dejaba la campaña de Perú Libre era improvisación, debilidad organizativa y una forma simplona de ver la política y el Perú. Todo esto se reforzó en las semanas previas a la juramentación.
La campaña se concentró en estas diferencias ideológicas con acusaciones mutuas de ser peligros autoritarios. Ambos lados despertaban, con razón, temores. Pero ese foco en la polarización escondía un segundo problema también muy grande que nos acompaña desde el 2016 y que también complicaría al nuevo gobierno. Un problema ya no estructural, sino institucional. Dados los cambios en el sistema político peruano, lo más probable era que, ganase quien ganase, el siguiente gobierno sería inestable. El periodo 2016-2021 nos dejó un nuevo “sistema político” con la particularidad de que ese cambio se dio sin reformas constitucionales. El conflicto entre el Ejecutivo y el Congreso, sumado a la progresiva concentración de poder del segundo, construyó una suerte de parlamentarismo achorado en el que las palabras "vacancia" y "cuestión de confianza" se han normalizado. La debilidad en el Congreso del partido de gobierno en el 2016 y la ausencia de bancada de gobierno el 2020 debilitaron al Ejecutivo en el Congreso. Nos dejaron formas nuevas de pelear políticamente.
Así, ganara quien ganara el 2021, probablemente tendríamos un gobierno presionado por el Poder Legislativo por temas presupuestales y donde los conflictos se resolverían con amenazas mutuas. La polarización, además, puede coexistir con enormes coincidencias en otros temas. No olvidemos que el fragmentado y supuestamente polarizado congreso anterior nos mostró acuerdos enormes al momento de lanzar leyes populistas y defender intereses informales en contra de las reformas. Como sea, era más fácil predecir el desgobierno y el ataque a las reformas en curso (transporte, educación, servicio civil) que un zarpazo antidemocrático.
Pues bien, a esta polarización política y a un Congreso empoderado tenía que enfrentarse Castillo si quería gobernar. El momento requería ponerse muy, muy arriba para lograr estabilidad y sobrevivir. No era lo esperable: si algo dejaba la campaña de Perú Libre era improvisación, debilidad organizativa y una forma simplona de ver la política y el Perú. Todo eso se reforzó en las semanas previas a la juramentación. Pedro Castillo no reconoció lo complejo de este escenario, o, si lo hizo, no actuó en consecuencia. Tenía que dar seguridades de que su gobierno no sería ni radical ni improvisado. Su debilidad lo requería, sus enemigos no le perdonarían errores o abusos. Y fue poco lo que se hizo para lanzar estas señales. La improvisación vista en campaña se hizo más evidente al formar gobierno. Lo que se vio en esos días fue opacidad, silencios, reuniones en su zona de confort, en un momento que se requería apertura y tender puentes. Tampoco es que fuera hostil; en esos días clave Castillo no fue nada.
Luego vino lo peor, porque de ser precario pasó a levantar de nuevo la sospecha de radicalismo. El primer gabinete de Castillo fue, con algunas excepciones, un error colosal. Le regaló el que debía ser su primer gran gesto de unidad, su gabinete, a Perú Libre, incrementando todas las alertas de sus opositores. Guido Bellido, su primer premier, era un radical, con declaraciones polémicas sobre la violencia terrorista en el país, machista, sin experiencia de gobierno. Además, fue un gabinete de cuotas, basándose en otras organizaciones de izquierda para gobernar, pero con enormes deudas en términos de calidad. Es decir, despertó todas las alarmas. Mostró además que sus socios aceptaban el papel de subordinados. Salvo un par de ministros, que demoraron su juramentación, el resto aceptó un gabinete con Bellido a cargo y con otros nombres cuestionados, entre radicales e inexpertos.
Y no digo que ese nombramiento fuese un error porque no me gusta lo que Bellido representa. Vamos un paso atrás: si Castillo tuviera una bancada propia y mayoritaria, si hubiese ganado ampliamente y no gobernara en Lima, quizás pudo buscar una estabilidad radical, apelando a lo que han hecho otros gobernantes populares de izquierda en el poder. Si el Perú fuera Bolivia quizás un cuoteo corporativo entre organizaciones le daría estabilidad. Me hubiese parecido pésimo para la democracia y la economía, pero hay casos donde los presidentes se han empoderado con esas tácticas y han logrado conseguir estabilidad. Pero Castillo no era Chávez, ni Evo ni Correa. En el Perú, el voto territorializado del que hablamos, el peso de Lima, la debilidad de la izquierda, hacía la estrategia de colocar un radical y hacer un cuoteo de los míos, suicida. Castillo ganó con las justas, carecía de organizaciones de apoyo, no tenía (tampoco Perú Libre) experiencia de gobierno y el votante que lo rechazó rodea palacio de gobierno. Ese era el contexto.
Tampoco considero un error que fuera un gabinete de izquierda y con un mayor número de políticos y actores regionales. Si no lo era, perdía apoyo entre sus votantes. Y sin ese apoyo se volvía más vulnerable frente al Congreso. Pero era posible ser un gabinete de izquierda, abierto a nuevos actores regionales, con más vínculos con el centro político, sin ese nivel de precariedad. Es más, el argumento de que era un gabinete político y de regiones insulta a los buenos políticos y técnicos que hay en regiones.
Los costos de este nombramiento los vimos en estos meses. Tuvimos un gobierno improvisado, que desconocía como gobernar. La dificultad de comunicación del presidente se hizo más patente con un premier que peleaba con la prensa y tuiteaba lo que creía bueno para su agenda, no la del gobierno. Los malos nombramientos eran bombas de tiempo. Además, se veía en ministerios clave agendas particularistas, vinculadas a la informalidad, que afectaban reformas en curso. Se fueron sucediendo los escándalos, por inexperiencia o por claros avances anti reformistas. Y mientras eso pasaba, a Castillo se le veía atrapado en una agenda pequeña: su sindicato, su región, sus conocidos.
Excepciones hay, por supuesto. Ciertas garantías de responsabilidad económica. No sabemos si Castillo mantuvo técnicos en el MEF y el BCR por convicción o porque la crisis económica le dejaba poco margen. Pero lo hizo. Un buen proceso de vacunación, que además ha ido mejorando. El lanzamiento de ciertas agendas que responden a sus votantes. En general, sin embargo, el anunciado primer gobierno de izquierda mostró enormes limitaciones. Y no por errores de buena fe, sino una pésima selección del personal, con alta tolerancia a la mediocridad, las agendas particulares y la improvisación.
El segundo gabinete, nombrado a inicios de octubre, pretendió ser un nuevo comienzo. Lo preside Mirtha Vásquez, una política de izquierda más centrada y con vocación de diálogo. Salieron ministros cuestionados, especialmente uno que, con seguridad, iba camino a la primera censura, abriendo la discusión sobre la cuestión de confianza. Sin embargo, Vásquez no nombró a su gabinete. Hereda mucho del anterior, e incluso con un nuevo ministro del interior más problemático. Comienzan a aparecer otros conflictos de interés del gabinete, con intentos de retroceso en la reforma de transporte y de la educación superior. Crisis por los ascensos militares. Explota otro escándalo con el Secretario de Palacio de Gobierno por sus desembozados pedidos por whastapp al jefe de la Sunat. Hasta mediados de noviembre del 2021 el gobierno había cambiado diez ministros. Todo un record nacional. Vásquez se aprecia desbordada por toda esta dinámica.
El gobierno ha logrado cierta estabilidad por tres razones. Por un lado, durante los primeros meses los votantes de Castillo en sectores socioeconómicos bajos y en sectores rurales lo mantuvieron con una popularidad estable. Castillo comenzó su gobierno con aproximadamente 40% de popularidad, bastante bajo frente a sus predecesores, pero se mantuvo allí por un par de meses a pesar de sus errores y ataques. La segunda razón está en las bancadas con mayor presencia regional, como Alianza por el Progreso y Acción Popular, que han apoyado la posición del gobierno en votaciones clave. Es errado decir que esto es una pelea del Congreso contra el Ejecutivo. Todavía no lo es; es más bien del Ejecutivo contra un tercio del Congreso que no concede nada al gobierno y busca la vacancia desde el primer día. Y eso lleva a una tercera fuente de estabilidad: cercanía con sectores interesados en desbaratar reformas presentes en el Congreso también parecen darle un poco más de oxígeno. Estas coincidencias le dieron por tres meses cierto teflón al gobierno.
Las fuentes de inestabilidad son varias y se acrecentarán si la sensación de desorden o corrupción crece. La primera es la alta sensibilidad al tema de la corrupción.
Pero las fuentes de inestabilidad son varias y se acrecentarán si la sensación de desorden o corrupción crece. La primera es la alta sensibilidad al tema de la corrupción. La excusa de “el Fujimorismo lo hizo también” es la peor defensa para un gobierno que se sostiene en la idea de ser distinto. Se está instalando la imagen de un gobierno corrupto. Luego, una oposición dura y un sector importante de la prensa que golpea lo que haga el gobierno, no le conceden nada. Se mantiene la posición dura de segunda vuelta. Tercero, el cúmulo de intereses pequeños, informales, y los vínculos con actores anti reformas, o buscando acceder al poder, incrementan la posibilidad de nuevos escándalos.
El gran problema de todo esto es que el gran problema está a en Palacio de Gobierno. Poner orden en este contexto requería enormes habilidades políticas y mirada de largo plazo. O cuando menos saber rodearse y escuchar. Quedó grande el encargo. Ahora la situación de Castillo es muy frágil. Si la corrupción lo toca, aunque sea de ladito, o un hecho trágico es atribuible al gobierno (protestas que se salen de control), puede llegarse a un acuerdo entre los duros, el centro e incluso Perú Libre, distante de Castillo tras la salida de Bellido, para la vacancia.
El inicio del actual proceso de vacancia ha mostrado todas estas debilidades. Parece difícil, por todo lo narrado, que Castillo ahora sí reaccione. Hoy su gobierno parece más cerca de terminar devorado por el uso excesivo de la vacancia presidencial que de ser relanzado. Sin embargo, lo tumultoso y errático de estos cuatro meses no debe hacernos olvidar una pregunta fundamental: ¿qué de todo esto se explica por las malas decisiones de gobierno y qué es más permanente, parte ya de la forma que se hace política tras el quinquenio anterior? Intentar construir un sistema más estable, donde palabras como vacancia o disolución vuelvan a ser excepcionales, pasa por entender esta diferencia.
Verano 2021/2022
Eduardo Dargent
Pontificia Universidad Católica del Perú - PUCP