El tema del aborto ha causado gran polémica en estas semanas. En este espacio publicamos dos posiciones representativas que se han visto enfrentadas en el debate, nuestra intención es iniciar la reflexión en el lector a partir de su lectura.
(Extracto del artículo publicado el 18/10/09 en Suplemento DOMINGO de La República)
Por Rocío Silva Santisteban
Yo no he abortado y sin embargo soy una firme defensora de la despenalización del aborto. Por una razón básica: no se puede defender el derecho a la vida en abstracto cuando, por considerarlo un delito, miles de mujeres mueren anualmente por prácticas clandestinas de abortos en las peores condiciones. Yo soy cristiana y, por eso mismo, defiendo la vida misma y no la viabilidad de una célula. No se trata de un derecho al cuerpo, en mi opinión, sino de una defensa de la especie y de las mujeres como sujetos antes que como vientres.
Hace veinte años, y sin haberme casado, salí embarazada en Viena, Austria. Después de quedarnos pasmados mirando el color celeste del reactivo químico, Eduardo y yo nos dimos cuenta que se confirmaban nuestras sospechas. La dueña de la casa que alquilábamos, Elfriede Svatek, me acompañó al Krankenhaus (no tenía ni una sola amiga que lo hiciera). En el hospital público un joven doctor de la India me preguntó en inglés por la última fecha de mi menstruación. Luego de examinarme me confirmó el embarazo y me preguntó si lo quería tener. “Natürlich” le contesté, un poco indignada por la pregunta, y por la obsecuencia de mi juventud. El doctor me precisó que si quería abortar, necesitaba regresar de inmediato al día siguiente con mis documentos y mi ropa de cama; pero si lo quería tener, entonces, debía regresar en un mes para el segundo chequeo.
Me sorprendió la situación y la poca importancia que le había dado Frau Svatek: una dama setentona típica, abuelita, y sobre quien yo sospechaba cierto disimulado racismo. Ella me explicó que el servicio de salud austriaco era gratuito y que pensara dos veces si quería tener a la criatura. Muchos años después entendí que en Austria ad portas de la caída del muro de Berlín, durante el convulsionado 1989, los hospitales públicos atendían a todo tipo de mujeres, locales o inmigrantes, con papeles o sin papeles, porque la interrupción legal del embarazo era un derecho completamente aceptado. Frau Svatek también me enseñó dónde quedaba la Votivkirche porque ella asistía todos los domingos. Era católica, conservadora, pero reconocía plenamente una política pública que Europa había legalizado muchos años atrás.
¿Por qué no aborté? Yo esperaba a esa hija mucho antes de estar embarazada, con gran curiosidad y mucha irresponsabilidad de mi parte. Veinte años después me doy cuenta que hubo razones concretas para aceptarla: tenía cierta esperanza económica en el futuro y había terminado mis dos carreras. No pasaba por una angustia mayor, excepto la de encontrarme bastante sola, y lejos de mi país. ¿Qué hubiera sucedido si mi embarazo hubiera sido el resultado de una violación en masa por siete sinchis como el de Giorgina Gamboa?, ¿o el producto de las torturas como el caso de Magdalena Montesa?, ¿o de la violación del propio padre como el de E.M.O., piurana, 16 años?, ¿o si el feto era anencefálico como el tortuoso embarazo de Karen LLantoy? La historia hubiera sido completamente diferente y, en todo caso, la opción por la defensa de la vida palpitante de la madre supera cualquier necesidad de convertirla en depósito de vida.
Es absurdo creer que alguien puede estar “a favor” del aborto. Pero, despenalizarlo, es una necesidad urgente para evitar la criminalización de una decisión difícil, terrible, pero que conlleva una responsabilidad de un ser humano libre: nosotras las mujeres.
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(Extracto del artículo publicado el 13/10/09 en el Portal de Noticias de la PUCP)
Por Marcial Rubio Correa
La humanidad defiende la vida de sus miembros y cada uno de nosotros defiende la suya propia hasta las últimas consecuencias, pero hay quienes discuten esa defensa al inicio, cuando la vida humana es embrión o feto; y al final, cuando esa vida se ha debilitado en extremo pero aún subsiste, sea a la vejez o luego de algún trauma o en el transcurso de una enfermedad dramáticamente graves.
La vida es la existencia propia, autónoma, consistente y temporalmente finita de un individuo que nace y muere, se genera y se corrompe.
Desde este punto de vista el embrión humano, que es el óvulo femenino fecundado por un espermatozoide masculino, es vida humana. Aún no tiene la forma del cuerpo humano, pero ha iniciado el largo camino del fenómeno vital. Para ratificar esto es preciso reparar en el siguiente fenómeno natural: si el óvulo y el espermatozoide no se encuentran en el corto período en que es posible la fecundación, morirán en pocas horas o, a lo sumo, en pocos días. Pero producida la fecundación, generan una vida que, salvo accidentes, en términos actuales vivirá en promedio ochenta años.
Este hecho innegable de la naturaleza indica claramente que un embrión, o un feto, es una vida humana y, como tal, debe ser protegida. Quitar esa vida es hacer morir a un ser humano existente. Este es el fundamento de la penalización del aborto y por esa razón hago mío el reclamo de Mons. Miguel Cabrejos para que los poderes del Estado no establezcan normas que despenalicen el aborto, haciéndolo impune y permitiendo además, que las instituciones de salud que están destinadas a proteger la vida humana, sean utilizadas para terminarla, justo cuando se inicia y cuando además, el individuo es totalmente impotente para defenderse.
El otro extremo de la vida humana es aquel en el que una persona existente sufre un debilitamiento de su vida: el fenómeno vital al que nos hemos referido antes se adelgaza, se debilita fuertemente y, usualmente asociado a ello, viene el sufrimiento personal. Ocurre con los ancianos a quienes el cuerpo se les debilita naturalmente, o con personas de cualquier edad, cuando sufren un accidente o una enfermedad de suma gravedad.
El principio a seguir es el mismo que al inicio de la existencia, cuando se es embrión o feto: ese fluir de existencia individual debe ser respetado porque los seres humanos respetamos la vida de los demás. La muerte no debe ser provocada, tiene que ocurrir como un fenómeno natural para no caer en la muerte producida intencionalmente por otros seres humanos.
La terminación voluntaria de la vida por cualquier causa, como por ejemplo la compasión, es una forma de quitar la vida al otro y es, no sólo desconocimiento del derecho a la vida, sino una muerte causada y punible. Por ello, consideramos que los poderes públicos no deben legalizar las formas de terminación de la vida conocidas como eutanasia, eugenesia o similares.
Los seres humanos debemos rediscutir y redimensionar los fenómenos difíciles de la vida como el sufrimiento corporal o espiritual. Éste debe ser mitigado pero no puede ser eliminado y hay que aceptarlo como una de las características de la vida misma que hay que proteger. Una vida sin sufrimiento es imposible. Por eso mismo, la existencia de sufrimiento no puede ser una razón para eliminar la vida. Tampoco debe serlo la eliminación de seres humanos que tienen la perspectiva de tener daños congénitos. Quienes tenemos hijos así sabemos muy bien lo muy humana que es su compañía y lo mucho que vale su vida.
Despenalizar el aborto o la eliminación de la vida en sus formas terminales es romper el principio y empezar a admitir la discusión cuantitativa, la de las opiniones sobre si un individuo merece o no seguir viviendo. La vida es esencial y, por ello mismo, su defensa debe ser cualitativa, no cuantitativa.
Publicado en noviembre 2009
Rocío Silva Santisteban
Periodista.
Marcial Rubio Correa
Rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú - PUCP