Este artículo intentará tender un puente entre la teología y la escuela predominante en la disciplina económica, la economía neoclásica. A este puente lo denominaremos «interrupción», basándonos en la teología de la interrupción propuesta por Lieven Boeve[1]. La idea detrás de una teología de la interrupción es que la teología no puede operar más bajo uno de los polos del binario de una hermenéutica de la continuidad versus una hermenéutica de la discontinuidad en relación con la tradición cristiana. En el contexto actual postmoderno, la teología debería operar bajo un modelo de recontextualización que consiste en dejarse interrumpir por la cultura, las ciencias, las humanidades, así como por las espiritualidades contemporáneas. Este enfoque no consiste en una ruptura ni tampoco en una repetición de la tradición cristiana, es más bien una recontextualización de la disciplina teológica en consonancia con una experiencia de ser interrumpida, no solo por la academia y el contexto actual, sino también por el mismo Dios. Al permitirse ser interrumpida por un otro (el contexto, otras disciplinas, Dios), la teología puede ser lo suficientemente crítica respecto de sus deficiencias y seguir siendo una empresa académica plausible y vital para el mundo de hoy.
La invitación a ser interrumpida no es exclusiva para la ciencia teológica, sino que se convierte también en misión para ella; de hecho, la teología debe interrumpir también otros campos del conocimiento para ser fiel a su misión. En nuestro caso, buscaremos interrumpir la ciencia económica (en su vertiente neoclásica) desde una perspectiva de teología cristiana. Seguiremos este propósito presentando dos ejemplos de interrupción teológica: la idea de Dios detrás del paradigma económico neoclásico y la noción de la ciencia económica como una disciplina pura, neutral y universal.
La economía neoclásica (consolidada por economistas como Alfred Marshall y Leon Walras en el siglo XIX) revolucionó la forma en que los economistas y el público en general piensan sobre las cuestiones económicas. Su eficacia se basa en un conjunto de supuestos cuya factibilidad ha sido cuestionada por diversas disciplinas académicas. Uno de tales supuestos es que los seres humanos y las empresas son entidades racionales cuyo principal objetivo es la maximización de la utilidad y los beneficios. Otro supuesto es la pretendida universalidad de las leyes económicas que emanan de sus modelos. La economía neoclásica carece de un análisis contextual de los agentes económicos, supone que las motivaciones individuales del homo economicus son universales y espera que todos los individuos se comporten siguiendo las mismas reglas del mercado. Los consumidores satisfacen sus deseos eligiendo productos y servicios de empresas en un mercado competitivo donde precios y cantidades se asignan eficientemente de acuerdo con las leyes de la oferta y la demanda.
¿A qué se debe el éxito de la economía neoclásica? Autores como Robert Nelson[2] sostienen que detrás de esta historia de éxito hay un atractivo sobrenatural, una identificación de la economía como una nueva teología que ayuda a explicar por qué tal teoría tiene tantos adeptos, no solo en el mundo académico, sino también en la política y en la opinión popular[3]. Desarrollaremos esta idea proponiendo una analogía entre la economía neoclásica y la teología utilizando algunas nociones teológicas de Dios, así como soteriología, eclesiología y antropología teológica.
La eficacia de la economía neoclásica se basa en la creencia de los participantes de que el mercado resolverá cuestiones sumamente complejas (precios, costos, beneficios, salarios, intereses) mientras que ellos solo necesitan perseguir sus intereses individuales. Dempsey[4] identifica un deísmo en el trasfondo de esta perspectiva económica: un dios providente, una mano invisible que conduce los resultados hacia la eficiencia y la competitividad. Este dios providente y todopoderoso tiene la capacidad de convertir los motivos egoístas de los agentes racionales en un equilibrio a largo plazo: precios y cantidades asignados eficientemente, costos mínimos, ganancias competitivas y sostenibles, competencia perfecta, salarios que igualen la productividad y tasas de interés que reflejen los costos de oportunidad. Estos resultados óptimos y de equilibrio son una especie de paraíso de la economía neoclásica.
"La gente ya no tiene que esperar la vida eterna en medio de este valle de lágrimas; por el contrario, el mercado garantiza que si uno persigue su utilidad, conseguirá la felicidad en la Tierra."
Un paraíso así se comporta como una soteriología, como una propuesta de salvación. La oferta cristiana de redención y unión con Dios es reemplazada por un nuevo cielo en la tierra[5]. La gente ya no tiene que esperar la vida eterna en medio de este valle de lágrimas; por el contrario, el mercado garantiza que si uno persigue su utilidad, conseguirá la felicidad en la Tierra. Tenemos así una maximización de la felicidad que persigue solo intereses individuales y fe en que esta mano invisible providente (¿Dios?) se encargará de los problemas. No hay necesidad de conversión ni el llamado a trabajar con otros por el reino de Dios, ni necesidad de confesar los pecados; solo necesitamos confiar en que, a largo plazo, todo será solucionado y salvado por el mercado. Incluso cuando hay crisis económicas, estas son solo costos a corto plazo, pequeños sacrificios que deben pagarse para que la mano invisible pueda eliminar las ineficiencias y llevarnos nuevamente a un nuevo equilibrio en nuestro paraíso neoclásico.
Como en toda lectura teológica, no puede faltar la referencia eclesiológica. Para que la economía neoclásica funcione, esta mano invisible (Dios) debe tener fieles (consumidores y productores) que se «reúnan» en un templo (el mercado) y sean enseñados por un sacerdote (los economistas). La liturgia y la estética de esta nueva religión se enseñan en las clases de Economía 101 en las universidades[6], mientras que sus enseñanzas se hacen cumplir en el ámbito público por organismos internacionales, partidos políticos y representantes de corporaciones y empresas globales. Es una nueva iglesia, con fieles, sacerdotes y templos esparcidos por todo el mundo.
La antropología detrás de la economía neoclásica es uno de los pilares más importantes y determinantes de toda la disciplina. El homo economicus se originó con Adam Smith en el siglo XVIII, colocando al centro de la motivación del ser humano la búsqueda del interés propio, pero con claros matices, pues para Smith el homo economicus posee sentimientos morales y una comprensión social del ser humano. Este homo economicus evolucionó con la escuela neoclásica del siglo XIX y se convirtió en un individuo aislado y autónomo, motivado exclusivamente por el interés propio en la búsqueda de la maximización de preferencias materiales a través de la utilidad o las ganancias[7]. El paradigmático homo economicus de la economía neoclásica es un agente racional que tiene información completa sobre los mercados y se caracteriza por preferencias individuales y funciones de utilidad que deben optimizarse en modelos matemáticos. Su único objetivo es cuidar de sí mismo sin preocuparse por las implicaciones éticas o morales de sus decisiones económicas. Es un constructo universal, lógico y racional, con fórmulas y matemáticas integradas, pero sin una identidad socialmente construida ni ningún tipo de preocupación auténtica hacia los otros homo economicus. Centrado en sí mismo, sin historia ni relaciones vitales, el homo economicus puede alcanzar el paraíso en la tierra. Esta antropología económica está sumamente lejos de la antropología teológica que concibe al ser humano hecho a imagen y semejanza de Dios, llamado a tener relaciones vitales de comunión con el prójimo y de servicio hacia los necesitados.
De este modo, podemos apreciar que la ciencia económica ha podido articular una nueva fe y una estructura que puede acompañar y sostener la fe de sus seguidores durante tiempos difíciles y celebrar sus logros a escala global. Pero ¿cuán auténtica es esta «teología económica»?, ¿cuáles son sus deficiencias?, ¿cómo es que puede beneficiarse de una auténtica teología cristiana? No tenemos espacio para tratar todos estos temas, pero sí podemos enunciar maneras en que la teología y algunas consideraciones hermenéuticas provenientes de teologías contextuales pueden interrumpir y presentar una crítica teológica de la economía neoclásica.
La noción de providencia será útil para nuestra interrupción de la economía neoclásica. La teodicea clásica describe la providencia como «el cuidado, mantenimiento y guía intencional y amorosa de Dios[,] del cosmos y de sus procesos»[8]. Así, Dios creó libremente el mundo ex nihilo (de la nada), pero una vez realizada la creación, Dios no la dejó a la deriva, sino que se comprometió a preservarla. Esta preservación se ha concebido tradicionalmente en dos niveles[9]:
El providencial Dios deísta de la economía neoclásica, con sus leyes naturales del mercado coincide con esta noción de providencia. Si dejamos la definición como tal, esta doctrina de la providencia es compatible con el deísmo, la noción de un dios impersonal que creó el universo y le dejó leyes físicas y naturales universales para que su creación pueda existir sin la necesidad de su participación o interrupción continua. Sin embargo, la teología cristiana de Dios desafía esta comprensión de la providencia. Para la teología cristiana, Dios no es una entidad impersonal sino una trinidad de personas divinas en eterna comunión que, por libertad y amor, creó el universo. Dios no solo creó el mundo ex nihilo, sino que también lo sostiene ex amore (por amor)[10] y, a través de este amor a su creación, el Dios trinitario se compromete con sus criaturas en una relación eterna y amorosa. El Dios cristiano es un dios que se relaciona con sus creaturas.
Esta naturaleza providencial del Dios trinitario se refleja en las Escrituras judeocristianas, según las cuales Dios sacó a su pueblo de la esclavitud en Egipto y entró en una alianza con ellos; una alianza, una relación en la que Dios se une a su pueblo en amor y fidelidad que alcanza su plenitud y cumplimiento en el envío de su hijo unigénito para la salvación del mundo. De esta manera, una providencia deísta genérica no es suficiente para el mundo creado, incluido el ámbito de la economía. La teología cristiana está en desacuerdo con un dios que permite que leyes genéricas gobiernen y determinen la vida. Según las Escrituras, Dios está vivo, se preocupa por su creación e invita a la humanidad a responder con fe al mejoramiento del mundo. Asimismo, la fe de los seres humanos es una respuesta personal y activa a la revelación de Dios[11] y no una creencia abstracta en una deidad teórica que deja al mundo desatendido y autogobernado por leyes universales y manos invisibles.
"Esta antropología económica está sumamente lejos de la antropología teológica que concibe al ser humano hecho a imagen y semejanza de Dios, llamado a tener relaciones vitales de comunión con el prójimo y de servicio hacia los necesitados."
Las teologías contextuales se basan en la comprensión de que todo conocimiento teológico proviene de un contexto[12]. Se originan en respuesta a preguntas y desafíos de creyentes y no creyentes de tiempos y lugares específicos. Esta premisa nos ayudará a evaluar el reduccionismo operado por la economía neoclásica. Al olvidar que la economía trata de decisiones humanas, los economistas neoclásicos redujeron su tarea a un problema de optimización guiado por leyes económicas ahistóricas. Siguiendo el positivismo de las ciencias naturales como la física, los economistas de esta escuela olvidaron que la libertad humana no puede reducirse a leyes deterministas que se desarrollan en mercados indiferenciados. Esta visión tanto de la disciplina económica como de la humanidad de los agentes económicos ha sido rechazada por las ciencias sociales y ya no se sostiene[13]. Desde una hermenéutica de interrupción contextual, la economía —incluyendo la noción de homo economicus— al igual que la teología deberían ser disciplinas académicas contextuales.
La teología de la liberación latinoamericana ha leído su contexto de pobreza y ha defendido que existe una opción preferencial de Dios por los pobres, los vulnerables, los débiles y los oprimidos. En la economía real, no existen los mercados libres donde todos obtienen los resultados que merecen. Siempre están los pobres, los que no pueden acceder a los mecanismos formales del sistema económico, los que son dejados atrás por el mercado. La utopía de la economía neoclásica no se ha cumplido para los países en vías de desarrollo, tampoco para los pobres o las clases medias bajas de Occidente. Experimentamos en nuestros tiempos un aumento de la frustración ante la percepción de que el sistema económico es insostenible. En los últimos años, se ha visto un aumento de demandas antisistémicas en bastiones del capitalismo como Estados Unidos y Europa. Es hora de que la ciencia económica reevalúe sus principales teorías y prácticas, considere críticamente su dependencia de una escuela de pensamiento que refleja una teología inadecuada, y construya —con la ayuda de otras disciplinas como la teología— un marco teórico más humano, contextual e inclusivo, que ponga las necesidades de las personas en el centro de su análisis, en lugar de la noción genérica y «neutral» de la asignación eficiente de recursos. Necesitamos que la economía haga espacio para una concepción del ser humano en relación y solidario, de modo tal que otros (en particular los más pobres) puedan también alcanzar plenitud en este mundo y en el que vendrá.
Primavera 2024
[1] Boeve, L. (2003). Interrupting Tradition: An Essay on Christian Faith in a Postmodern Context. Peeters Press.
[2] Nelson, R. (2020). Neoclassical Economics as Theology. En S. Schwarzkopf (ed.), The Routledge Handbook of Economic Theology (pp. 341-349). Routledge.
[3] Al menos hasta la crisis financiera de 2008 en los Estados Unidos y Europa.
[4] Dempsey, M. (2020). Providence. En S. Schwarzkopf (ed.), The Routledge Handbook of Economic Theology (pp. 19-27). Routledge.
[5] Nelson, op. cit.,p. 344.
[6] Id.
[7] Annett, A. (2021). Cathonomics: how Catholic social thought can create a moral economy. Georgetown University Press, pp. 71-74.
[8] Karkkainen, V. (2014). Trinity and Revelation: A Constructive Christian Theology for the Pluralistic World. Grand Rapids, Eerdmans, p. 164.
[9] Ibid., p. 166.
[10] Concilio Vaticano II. Gaudium et Spes, GS 2.
[11] Concilio Vaticano II. (1965, 18 de noviembre). Dei Verbum, § 5. https://shorturl.at/oPSYm
[12] Bevans, S. (2002). Models of Contextual Theology. Maryknoll, Orbis Books, pp. 3-15.
[13] Clark, Ch. (2019). Catholicism and Economics: Towards a «Deeper Reflection on the Nature of the Economy and Its Purposes». The American Journal of Economics and Sociology, 78(2), pp. 409-441.
Director de Revista Intercambio. Estudios de economía y filosofía con postgrados en teología y administración y finanzas. Revisor de Obras y Comunidades de Jesuitas del Perú y párroco en la Parroquia de Quispicanchi en Urcos-Cusco.