En una visita a una comunidad campesina, unos jóvenes llegados de Lima contemplaron cómo las autoridades comunales ejecutaban un castigo físico para una persona que robó en una tienda. Lo que a ellos les pareció una violación de derechos, realmente no era otra cosa que un sistema de control interno de orden social.
Esta diferencia de percepción sobre un mismo hecho plantea inmediatamente la cuestión de “universalidad” de la Declaración de los Derechos Humanos (DDH). Esta condición debería, al mismo tiempo, incluir a hombres y mujeres con sus respectivas identidades y diferencias. En esas identidades existen prácticas culturales que no tienen códigos establecidos como los tiene la DDH y, sin embargo, apuntan al mismo objetivo que esa declaración. Cabe notar que la población podría tener conocimiento de la DDH, pero muchas veces no se da cuenta que lo practica como parte de los usos y costumbres de su propia cultura y comunidad.
En el mundo andino se establecen códigos y normas que se fundamentan desde las distintas formas de percibir su entorno. La convivencia se fundamenta en lo colectivo, que tiene un peso mayor que lo individual. Los vínculos de solidaridad grupal se prolongan en el tiempo a pesar de las dificultades vividas. Permanentemente recrean esos vínculos según la coyuntura social y establecen de forma continua redes sociales para el beneficio grupal.
Para el poblador del mundo andino la racionalidad está presente no solo en el ser humano, sino también en el entorno natural que le rodea. Se considera como uno más entre todos los seres que habitan el mundo, de tal manera que se genera una correspondencia armoniosa entre el hombre y la naturaleza, lo que le pasa a uno tiene consecuencia en el otro.
La DDH habla de derechos como persona; el mundo andino no individualiza, más bien establece la complementariedad entre el hombre y la mujer, entre el individuo y toda la comunidad. Hay roles establecidos donde ninguno es superior ni inferior al otro, individuo y comunidad funcionan con un valor equiparable y como parte inseparable del todo. En esta organización juegan un papel importante las autoridades elegidas en Asamblea, ya sean juntas directivas o Varayoq[1]. De esta manera la Asamblea se convierte en el órgano soberano y la dirección de la comunidad se dirime en este espacio. Las autoridades elegidas no se consideran superiores al resto de comuneros, y no se comportan de forma desmedida o deshonesta, sino que es la persona la que contribuye a la direccionalidad de los procesos colectivos en la comunidad.
Otro aspecto del código de la convivencia andina es la reciprocidad, aspecto fundamental de la comunidad. Si bien en cada cultura encontramos manifestaciones de este tipo con pequeñas diferencias, lo que hace significativo en el mundo andino es que la reciprocidad está asociada a la distribución y retribución. La población donde todos son iguales y ninguno superior a otro, recurre a la solidaridad en la distribución y retribución para que nadie quede sin comer o sin un techo donde pasar la noche, o que dejen de ayudar en el trabajo de la siembra o la cosecha de la mujer viuda o warmisapa[2]. Son normas implícitas en la comunidad que hace que todos colaboren cuando alguien enferma o que solidariamente participen de los ritos cuando hay un fallecimiento en la comunidad.
El mundo andino establece el respeto entre las personas, y fundamentalmente el respeto a los niños y niñas, el trabajo en ellos es un proceso de aprendizaje que se da de manera escalonada sin llegar a la explotación, es el padre quien va enseñar las tareas en el campo al niño y la madre encargada de la enseñanza de la hija de las labores que realiza. De esta manera, desde pequeños, las personas tienen roles sociales definidos que les ubican e identifican en la comunidad.
Se podría cuestionar a lo expuesto que es una idealización de las Comunidades Campesinas sin base en la realidad. Ante esto cabe decir que valorar y conocer estas experiencias es una tarea que nos renueva la esperanza de la construcción de una sociedad justa, porque el ideal nos marca un horizonte a seguir.
La DDH está encaminada a lograr un orden social de respeto, las comunidades campesinas logran ese mismo objetivo mediante otros procedimientos, expuestos someramente en estas líneas.
[1] Autoridades andinas de solvencia moral elegidos por la comunidad, “los que llevan la vara de la ley”, con poderes políticos y civiles.
[2] Se dice a la mujer con muchos hijos y abandonada.
Publicado en noviembre 2009
Emilio Martínez, SJ / Lorena Hermoza Sotomayor
Red de Defensorías "Kusi Ayllu" (Ayacucho)