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Edición Nº 47

El desafío de la empleabilidad juvenil
4 de septiembre, 2019

La empleabilidad de los jóvenes es un reto, tanto en los países desarrollados como aquellos en vías de desarrollo, y nuestro país no es una excepción. En el Perú, la tasa de desempleo de los jóvenes triplica a la del resto de la población y, cuando consiguen empleo, sus condiciones laborales son precarias. Así, por ejemplo, la tasa de informalidad del empleo juvenil supera el 90% y es aún más alta entre los jóvenes de escasos recursos.

Con los jóvenes se da un entrampamiento respecto a su experiencia acumulada. Los potenciales empleadores, generalmente, y por razones atendibles, prefieren contratar trabajadores con alguna experiencia laboral. Los jóvenes, por obvias razones, no cuentan con tal experiencia. Así, la juventud termina siendo causa y consecuencia de los propios problemas de empleabilidad.

Hay quienes impulsan el emprendedurismo para el alivio de estos problemas de empleo, pero la evidencia viene mostrando que ello tampoco es solución. Los emprendimientos tienen mayor probabilidad de éxito cuando los emprendedores a cargo combinan adecuadamente el ímpetu juvenil con la experiencia que viene después de ella. Para los jóvenes es mejor ganar primero un poco de experiencia con trabajo dependiente antes de lanzarse a la aventura de ser emprendedor.

En los países vecinos existe una seria preocupación por el creciente porcentaje de jóvenes que no estudian ni trabajan. En el Perú, tal porcentaje no es tan elevado como en nuestros vecinos. Nuestros jóvenes mayoritariamente estudian o trabajan, pero queda una gran pregunta pendiente: ¿de qué calidad son aquellos empleos o estudios en los que se encuentran? Hay un enorme reto tanto en la calidad del empleo (formalidad, esquemas de seguridad en el ambiente de trabajo, etc.), como en la formación técnica y profesional (adecuación a las demandas del mundo del trabajo, actualización de la malla curricular, etc.).

Puesto en perspectiva, el problema de la juventud es muy importante para el país, pues aún somos una nación mayoritariamente joven. Por otro lado, las investigaciones internacionales dan cuenta de un fenómeno que debe ser considerado: las condiciones laborales de las personas en el inicio de sus vidas productivas son un predictor importante de lo que sucederá a lo largo de sus carreras. Dar a los jóvenes un buen inicio laboral funciona como una suerte de “empujón inicial” para lo que sucederá a lo largo de sus vidas.

Hay por lo menos dos dimensiones según las cuales las diferencias entre jóvenes son muy claras y merecen la atención de los hacedores de políticas: la dimensión económica y la de género.

Un factor adicional a tomar en cuenta es que estamos viviendo una era en la que la esperanza de vida de la población viene en aumento de manera considerable. En el último medio siglo hemos ganado dos décadas de esperanza de vida. Una consecuencia inevitable de esto es que las personas, cada vez más, trabajarán más años, extendiendo sus carreras. Por ello, tener un buen “empujón inicial” se hace cada vez más importante.

Para ello, se hace necesario repensar las estrategias de transición del mundo de la educación al mundo del trabajo. Esto pasa por fortalecer los vínculos entre las instituciones de formación (colegios, institutos, universidades, etc.) y el mundo del trabajo, que hoy no son tan sólidos como se requiere. Para esto valdría la pena impulsar aún más los esquemas de aprendizaje dual (en un centro de estudios acompañado de experiencias prácticas reales en el mundo laboral).

Es interesante anotar que en el mismo periodo en que la esperanza de vida de la población aumentó dos décadas, la escolaridad promedio de nuestra misma población aumentó solo cinco años. Ahora vivimos veinte años más, pero solo estudiamos cinco años más de lo que hacían nuestros compatriotas nacidos cincuenta años atrás. ¿Esto debería llevarnos a abogar por la extensión de la duración de la educación (primaria, secundaria y terciaria)? No necesariamente, pero sí vale la pena pensar en estrategias de aprendizaje a lo largo de la vida. Cada vez más será necesario que las personas alteren el mundo del trabajo con actualizaciones periódicas de sus habilidades para mantenerse vigentes en un mundo cada vez más cambiante.

Ahora bien, el universo de jóvenes en el país es bien heterogéneo. Más allá de las diferencias territoriales, que en nuestro país pueden llegar a ser muy marcadas, hay por lo menos dos dimensiones según las cuales las diferencias entre jóvenes son muy claras y merecen la atención de los hacedores de políticas: la dimensión económica y la de género.

Las diferencias de empleabilidad y, en general, de oportunidades entre los jóvenes del quintil 1 y del quintil 5 de la distribución de ingresos es amplia[1]. Las diferencias trascienden lo financiero pues, en los hogares más pudientes, además, hay por lo general mayor influencia de padres o tutores con mayor educación y mejor empleabilidad. Ello exacerba las diferencias. Al respecto, no solamente es injusto que los jóvenes tengan oportunidades diferenciadas en la vida dependiendo de la riqueza del hogar del que provengan, sino que esto también implica un uso ineficiente del recurso humano por parte del país.

Algo similar sucede con las diferencias de género: implican un uso ineficiente de nuestros recursos humanos, de nuestros talentos. En cuanto a las diferencias de género, la perspectiva puede ser ligeramente más optimista. Se viene gestando un cambio cultural según el cual las relaciones entre hombres y mujeres se tendrán que ir construyendo de manera más equilibrada en nuestra sociedad.

En la etapa de la juventud se remarcan las diferencias de género en la realización de las labores domésticas, siendo la mujer la más recargada con ello.

Respecto al cambio cultural, adicionalmente, vale la pena hacer dos afirmaciones. Por un lado, tal como venimos constatando, está sucediendo y nos permite ir construyendo relaciones de género más equitativas. Por el otro, sin embargo, es importante notar que el cambio cultural no sucede de la noche a la mañana. En algunos casos, el cambio tomará varias generaciones.

Pero más allá de lo demorado que pudiera ser el cambio cultural, la tarea comienza ahora. Además, un punto de partida para ese cambio cultural somos nosotros mismos. Podemos cambiar las relaciones de género desde nuestra inmediatez y cotidianeidad, sin esperar a que las leyes o mandatos lo cambien por nosotros.

Así, por ejemplo, ¿sabía usted cuantas horas requiere su hogar para su normal funcionamiento? Me refiero al tiempo que se necesita para mantener las cuentas de la casa, pagar los recibos, mantener la vivienda en correcto funcionamiento, tener la casa limpia y atender el bienestar de los miembros del hogar, entre otras tareas. Los hogares peruanos necesitan más o menos treinta horas de trabajo doméstico no remunerado y no delegable para funcionar. Una señal de cuan desigual es el reparto de responsabilidades es que las mujeres se hacen cargo de 80% de tal trabajo.

De esta manera, antes de salir de sus casas las mujeres ya se enfrentan a una desigualdad de oportunidades frente a sus pares hombres. El reparto desigual de tareas domésticas las deja con menor disponibilidad de tiempo para salir a trabajar, estudiar y velar por su progreso.

Esta es una desigualdad que se gesta día a día en la inmediatez de nuestros hogares. Más aún, sucede entre personas que comparten un techo, entre familiares y personas que se aman. Aliviar esta desigualdad está a nuestro alcance, en nuestras manos. De nosotros depende la construcción de un mundo en el que haya un mejor reparto de oportunidades.

Las estadísticas revelan que es precisamente en la juventud cuando las diferencias de género en el reparto de tareas domésticas se exacerban. Es en este momento de la vida en el que vale la pena reforzar el mensaje acerca de la importancia de participar activamente en el funcionamiento de nuestros hogares. La tarea es de todos, por el bien de todos. La construcción de un mundo más equitativo, con mejores oportunidades para todos, comienza en casa.

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[1] Un quintil es la quinta parte de los hogares ordenados de menor a mayor en función a los ingresos. El quintil 1 representa a los hogares con menores ingresos y el quintil 5 a los que perciben mayores ingresos (N. del E.)

Primavera 2019


Hugo Ñopo Aguilar

Economista

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