El Sínodo sobre la Familia, llevado a cabo en Roma entre el 4 y 19 de octubre, ha sido una muestra más del estilo del Papa Francisco. En las semanas previas al Sínodo, el Papa expresó repetidas veces su deseo que los obispos convocados a este evento eclesial hablasen abiertamente y sin temor. ¿Por qué insistir en que todos deberían hablar con libertad?, ¿es acaso un gesto populista de un Papa que ciertamente maneja bien su imagen? No lo creo.
En primer lugar, Francisco es un hombre institucional que respeta las formas establecidas y cree en su eficacia. Se ha referido a la colegialidad y sinodalidad como formas de llevar a la práctica su ministerio eclesial; es decir, todos los obispos participantes en el Sínodo, y no solamente el Papa, comparten la responsabilidad de buscar juntos la voluntad de Dios. Y por lo tanto hay que escuchar todas las voces.
En segundo lugar, como buen líder, Francisco alienta la participación de todos porque sabe que el esfuerzo de muchos ayudará mejor a encontrar soluciones a los acuciantes problemas que la familia hoy plantea a la Iglesia. Claramente el Papa no cree que él solo tenga la respuesta a tales problemas. Pero, más importante aún, esta invitación a hablar con libertad y sin temor refleja una actitud de confianza en la acción del Espíritu. Como lo dijo en la clausura, el objetivo del Sínodo es “encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades e innumerables desafíos que las familias deben afrontar”. Para poder hacer esto es necesario, por un lado, estudiar, con ayuda de las ciencias sociales y la teología, la realidad de la familia hoy y, por otro, abrirse a la acción del Espíritu de Dios que viene “a hacer nuevas todas las cosas”.
El discernimiento espiritual supone poner atención a las mociones que se suscitan en la persona para captar, a través de ellas, las insinuaciones del Espíritu, la voluntad de Dios. Como buen jesuita, el Papa Francisco quiere discernir los espíritus, acoger lo que viene de Dios, aquello que humaniza a las personas, y rechazar lo que no viene de Dios, aquello que afecta la dignidad humana.
Francisco no ha querido imponer su agenda personal sobre los miembros del Sínodo. Ha querido, en cambio, escuchar todas las voces, y que todos en el Sínodo se escuchen, en libertad, unos a otros. Su preocupación es pastoral. Recuerdo su primer gesto de pastor a los pocos días de su elección: luego de celebrar Misa para los trabajadores del Vaticano en una capilla doméstica, salió a la puerta a saludar a todos y todas, preguntando sus nombres e interesándose por sus vidas, como lo haría un buen párroco. Se ha hecho famosa su frase: pastores con olor a oveja. Francisco quiere gente entregada al servicio del pueblo de Dios, no desafectados administradores de los misterios sagrados. Lo dijo en la clausura del Sínodo: la suprema ley es la salud de las almas, el bien de las personas. Para eso se es pastor. Y esta misma dinámica ha proyectado en el Sínodo. Él se ha dispuesto diligentemente a escuchar todas las voces, y no únicamente las que le agradan. Una actitud así exige acoger, sin temor, las tensiones y discrepancias producto de puntos de vista distintos. Es más, únicamente la escucha atenta de unos y otros permitirá hallar la voluntad de Dios.
Algunos creen que al insinuar la posibilidad de cambio en doctrinas tradicionales, el Papa está llevando a la Iglesia al borde del precipicio. Temen que se pierda algo esencial de la vivencia católica. Francisco ha salido al paso de estas voces alarmantes para decir que no está en discusión la indisolubilidad del matrimonio, ni tampoco la unidad, fidelidad y procreatividad de este sacramento. Pero, como lo recuerda el gran historiador de la Iglesia John O´Malley, algunas veces se necesita cambiar para permanecer fiel a la tradición. Por ejemplo, la libertad religiosa y la usura, para mencionar solo dos casos. Se trata de actualizar el seguimiento de Cristo. Lo dice el mismo Papa Francisco: “cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la fuerza del ´sensus fidei´, de aquel sentido sobrenatural de la fe, que viene dado por el Espíritu Santo para que, juntos, podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida, y esto no debe ser visto como motivo de confusión y malestar”. ¿Cambiará algo? No lo sabemos. Se trata de discernir lo que más conviene, lo que humaniza más, lo que más resuena con el Evangelio de Cristo.
Al Papa le preocupa la transmisión de la fe en el siglo XXI, cómo el Evangelio puede seguir siendo buena noticia para el mundo de hoy. Este es el contexto en el que se ubica el Sínodo sobre la familia. Quizá, como afirma Enrique Rodríguez SJ, el Papa está colocando las bases para una nueva teología del laicado, un laicado fortalecido desde la familia. La apertura al diálogo en libertad propiciada por el Papa Francisco es, sin lugar a dudas, una buena manera de caminar en esa dirección. Y este es el aire fresco que la Iglesia respira hoy.
Edwin Vásquez Ghersi, SJ
Director de Medio Universitario y docente en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM).