Luego de años de controversia, el presidente de la Corte Internacional de La Haya, Peter Tomka, finaliza la lectura de la sentencia que fija los nuevos límites marítimos entre Chile y Perú, deseando que entre ambas naciones reine el “espíritu de buena vecindad”.
Pero, ¿es posible generar dicho espíritu cuando quienes toman las decisiones finales respecto a asuntos de “buena vecindad” son Santiago y Lima, ciudades alejadas a miles de kilómetros de la frontera? ¿No existe acaso un problema de compatibilidad entre la distancia y los lugares donde efectivamente se vive el límite?
Perú y Chile han tenido, desde su nacimiento republicano, una relación plagada de altibajos, determinada por hechos pasados en el siglo XIX y decisiones gubernamentales tomada por sus gobiernos centrales. Pero el caso de Tacna y Arica es distinto respecto a otras ciudades: poseen no sólo una historia común, previa al nacimiento de las repúblicas, sino que en la actualidad mantienen fuertes lazos a todo nivel. Más allá del cliché de “pueblos hermanos”, lo de Arica y Tacna no puede ser considerado de otra forma, pues sólo son 50 kilómetros de distancia de una con otra, respecto a la distancia con otras ciudades importantes de sus países (Tacna se encuentra a 373 kilómetros de Arequipa, y Arica a 311 kilómetros de Iquique).
Esta cercanía se vive a diario, y miles de tacneños y ariqueños cruzan la frontera por motivos tan diversos como la búsqueda de trabajo o la atención médica. Los ariqueños siempre están informados a cuánto está el Sol peruano, y no es extraño que los tacneños hablen de la “luquita”, término coloquial referido a 1000 pesos chilenos. Incluso hay familias binacionales que se visitan con naturalidad pese a las diferentes nacionalidades de sus integrantes.
No obstante, este clima cotidiano se ve enrarecido por las decisiones diplomáticas y una agenda mediática pensadas desde las capitales, marcadas esencialmente por el discurso Estado Nación el cual nos contrapone como rivales históricos, con percepciones negativas que construyen una visión del “otro” que impregna de tensión la zona. Incluso en ciudades tan cercanas como Arica y Tacna, la convivencia se ve truncada, y los efectos son nefastos para la zona. Sin ir más lejos, durante la lectura del fallo de La Haya el intercambio fue mínimo, los turistas dejaron de ir a Tacna por unos días y eso se sintió en el comercio tacneño. Y esta lucha de ver “quien ganó” en una decisión de Derecho Internacional causaba polémicas que resentían las buenas relaciones entre ciudadanos de ambas ciudades.
La construcción de este “otro” cobra vital importancia en Chile al verse enfrentado en las últimas décadas a una masiva inmigración peruana en muchas ciudades del territorio. Santiago, Valparaíso, Concepción, zonas que no eran de intercambio hace algunos años hoy lucen barrios peruanos, abundancia de restaurantes de comida típica criolla y hasta permitió la fundación de un club de fútbol amateur llamado “Incas del Sur”. En Santiago hay colegios donde te tocan ambos himnos nacionales y no es extraña la masividad de las fiestas patrias el 28 de julio.
Luego de muchos encuentros binacionales ente niños, jóvenes, mujeres y dirigentes sociales, nos damos cuenta que son más los temas que nos unes que los que nos dividen.
Ni hablar en Arica, donde tomar Inca Kola, comer chocolates “Sublime” o escuchar a GianMarco o los Maravillosos es parte de la identidad local, mucho antes que la inmigración peruana se consolidara como un fenómeno social en el resto del país.
No obstante, aún se instala la tensión cuando las temáticas Estado Nación nos confrontan nuevamente. A pesar de los avances sustantivos en materia comercial, no se ha logrado un mayor desarrollo en la solución de la agenda histórica entre ambos países, con demandas insatisfechas por parte de los peruanos; y por parte chilena, la necesidad de una nueva política social y migratoria hacia los migrantes peruanos. Y eso tiene que ver con que la Integración es una deuda de nuestros países, quienes la han limitado al ámbito económico y no a su complejidad social, de dinamismos y compromisos que superan los conflictos puntuales y suponen una coordinación permanente y constante entre pueblos y sus gobernantes. Integrarnos no es solamente contactarnos, es construir un todo, es complementarnos; es, por sobre todo, conocernos.
Dentro de este escenario, donde la distancia entre las capitales conspira en contra, es que el ejemplo de Arica y Tacna y su relación cotidiana tiene todo el potencial de ser una punta de iceberg del desafío de la integración. Y el actor clave para lograr dar forma a este “espíritu de buena vecindad” es la sociedad civil, pues la integración no se construirá desde la Casa de Pizarro o desde La Moneda, sino en la calle, desde la feria Caplina, desde la avenida Diego Portales con la Av. Argentina, desde los Terminales Internacionales y desde los complejos fronterizos de Santa Rosa y Chacalluta.
La visualización de las buenas prácticas entre chilenos y peruanos es un tema clave para construir una nueva perspectiva sobre el “otro”, y en ese sentido el pasado fallo de La Haya dejó varias labores pendientes a los medios de comunicación. Y esta visualización no tiene que ver solamente con el tema de políticas internacionales, sino también con un punto clave en la política de Interior en ambos países: el comprender sus territorios desde sus lógicas locales, las cuales, en el caso de Arica y Tacna, incluyen la relación y el intercambio con otro país.
Luego de muchos encuentros binacionales entre niños, jóvenes, mujeres y dirigentes sociales, nos damos cuenta que son más los temas que nos unen que los que nos dividen. Que tenemos mucho que aprender del otro para mejorar nuestras propias realidades locales y que los aliados son aquellos que según algunos libros fueron “nuestros enemigos”. La conclusión de tener que reconstruir nuestra historia desde la “no violencia” es el primer paso a tener relaciones alejadas de las tensiones y malas prácticas.
El desafío, entonces, es construir desde Arica y Tacna una realidad de integración fronteriza, de cultura de paz y respeto a los derechos humanos sin negar nuestras identidades nacionales, pero sin reprimir el hecho que en la práctica compartimos el mismo territorio, a pesar de nuestras diferentes banderas. Y el desafío es que Santiago y Lima lo entiendan y aprendan, descentralicen sus decisiones para que las distancias se acorten y, efectivamente, la solicitud de Peter Tomka sea una realidad y no una sucesión de palabras de buena crianza.
Cecilia Fuentes
Periodista del Proyecto "Por la Integración y la Cultura de la Paz" (Chile).