La distancia generacional existente entre educadores y estudiantes es un tema de preocupación recurrente tanto para los docentes individualmente (quienes experimentan que la distancia generacional se acrecienta con el paso del tiempo, ya que los estudiantes siempre son de las mismas edades y uno no) como para la pedagogía en general que, al reconocer las diferencias en los códigos culturales que pueden marcar a las generaciones, identifica lo que estas representan para la construcción del espacio comunicacional sobre el que reposa la experiencia educativa.
Ahora bien, la magnitud de las brechas generacionales depende de los ritmos de cambio cultural que experimenta una sociedad y de la exposición generacionalmente diferenciada a los cambios. En este sentido, el mundo de las últimas cuatro décadas se caracteriza por cambios marcados en diversos terrenos, entre ellos la incorporación en nuestra vida diaria de interacciones constantes mediadas por dispositivos digitales. Estos cambios son recurrentemente abordados no solo por las ciencias sociales, sino también por la reflexión sobre la moral, la literatura de ficción y los ensayos de diverso tipo, entre los que me gustaría destacar lo escrito por Baricco[1] y la novela distópica de Greenfield[2].
Al mismo tiempo, necesitamos considerar que los cambios que tendemos a notar en asociación con la tecnología digital se procesan de distintas formas dependiendo de los niveles de acceso a dicha tecnología. No en todas partes se verifica la omnipresencia de los dispositivos digitales que caracteriza, fundamentalmente, a la vida urbana contemporánea, aunque el proceso de expansión del acceso a servicios digitales es creciente. Por lo tanto, las formas en que las brechas generacionales se presentan ante nosotros, los educadores, no son siempre iguales. Por ejemplo, en pequeños centros poblados rurales donde el docente vive en una comunidad urbana próxima, es posible que este tenga mayor exposición a la tecnología digital que sus estudiantes.
¿Hasta qué punto algunas dificultades educativas que asociamos a lo generacional son, efectivamente, generacionales?
Por otro lado, las respuestas que damos a la penetración del mundo digital en las diversas esferas de nuestra vida cubren un espectro amplísimo que va desde el regocijo por las oportunidades que brinda hasta las quejas, reclamos o el pesimismo vinculado a problemas que asociamos a esta penetración, como el empobrecimiento de nuestro universo lingüístico, la disminución de la práctica de la lectura, los problemas de salud mental asociados al acceso, en particular, a las llamadas redes sociales y, como resultado conjunto de todo ello, las dificultades crecientes para el diálogo y la reflexión crítica.
Frente a ello quisiera plantear tres preguntas como invitación a dialogar sobre algunos problemas que definen dichas cuestiones: en primer lugar, ¿hasta qué punto algunas dificultades educativas que asociamos a lo generacional son, efectivamente, generacionales?; en segundo lugar, ¿qué temas necesitamos abordar para entender la realidad contemporánea en la que se inserta la labor educativa?; y, por último, ¿cuál es el potencial que tiene, frente a las realidades actuales, dicha labor?
Con relación a la primera pregunta, considero que es importante notar que los cambios asociados a las tecnologías de la información y la comunicación no tocan de modo exclusivo a las personas más jóvenes. Por supuesto que existen diferencias entre los nativos digitales y quienes no lo somos, pero también existen similitudes. Para empezar, la presencia de estas tecnologías se traduce en un cambio en la comunicación humana que deja de reposar de modo exclusivo en el universo simbólico del lenguaje (oral o escrito) para convertirse en crecientemente visual o multimedial. Este cambio observado hace más de veinticinco años por Sartori[3] empezó con la masificación de la televisión, que no es un fenómeno reciente; asimismo, este cambio supone una transición hacia una comunicación más atada a lo concreto, es decir, con menores niveles de abstracción. Justamente, este punto permite a Sartori sugerir que habíamos iniciado el camino hacia una sociedad del «pospensamiento». De igual manera, estos cambios pueden verse de modo muy marcado en las nuevas generaciones dado su impacto en la formación de la personalidad en edades tempranas; sin embargo, son cambios que se han viralizado, de modo que resulta crecientemente imposible identificar sujetos no «infectados». Por ello, la sensación de caída de la civilización frente a la barbarie no puede traducirse en identificar quiénes son los bárbaros pues, como señala Baricco[4], terminamos siéndolo todos nosotros.
La segunda pregunta tiene que ver con situar los cambios. Estamos no solo ante la transformación de la comunicación humana, sino de cómo esta se inserta en un contexto que, de modo simplificado, uno puede describir como una radical transformación del mundo forjado entre 1945 y los años setenta. Hoy prima la afirmación de identidades particulares frente a la idea de una humanidad universal, se reclama el derecho absoluto a la opinión (el terraplanismo, los movimientos antivacunas, etc.) como opuesta a la necesidad de argumentar y reconocer la validez de la labor académico-científica o del propio orden legal, etc. Asimismo, los problemas que vemos asociados al uso de las redes sociales por parte de las personas (no solo los jóvenes) no son algo que pueda comprenderse apelando al abuso que individualmente cada usuario hace de ellas, sino que requiere entender el modelo de negocio que está detrás de ellas y, finalmente, que la propia atención y el comportamiento de las personas ha devenido la mercancía que se transa en un espacio de hipervigilancia[5].
Con estos elementos en mente, quisiera abordar de modo minimalista la tercera pregunta. Al hacerlo quiero invocar dos ideas planteadas por una educadora peruana muy querida que acabamos de perder. La primera idea señala que «La apropiación de la variedad de castellano usado en el entorno escolar y académico, a nivel oral y escrito, es uno de los fines de la educación»[6]. La segunda apunta a la práctica docente afirmando que
Los docentes deben desarrollar la sensibilidad necesaria para no discriminar ni permitir discriminación por razones lingüísticas […]. Pero eso no significa que no cuiden el desarrollo del lenguaje en sus alumnos desde el inicio de su escolaridad y así coadyuven a una educación antidiscriminatoria.[7]
El desarrollo de competencias lingüísticas en el registro académico del castellano (sin que esto se traduzca en discriminar otras lenguas o variantes del castellano) es algo que no podemos descuidar y que antecede, como preocupación y como condición, a la capacidad lectora que, a su vez, potenciará dicho desarrollo. El universo simbólico reposa sobre el lenguaje (empezando por su forma oral) y constituye la base sobre la cual los seres humanos podemos trascender nuestros meros instintos morales forjados por nuestra historia evolutiva[8] y construir de modo racional una ética que afirme una condición humana universal[9], ya que dicha afirmación requiere de capacidades de pensamiento abstracto que, por su parte, reposan en el lenguaje[10].
Enriquecer el vocabulario, utilizar una gran variedad de formas verbales y componer textos con estructuras que vayan de formas simples a mayores niveles de complejidad (uso de cláusulas subordinadas, construcción de argumentos lógicamente consistentes, integración e inferencias, etc.) son tareas básicas que necesitamos abordar con plena conciencia de su importancia. Para ello, podemos explotar las nuevas tecnologías y confrontarnos críticamente con su omnipresencia escudriñando la lógica detrás de los cambios experimentados en las últimas décadas.
La buena noticia es que la escuela fue pensada para ello y se trata de algo que los docentes sabemos hacer.
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[1] Baricco, A. (2013). I Barbari. Saggio sulla mutazione. Feltrinelli; Baricco, A. (2018). The Game. Giulio Einaudi.
[2] Greenfield, S. (2013). 2121: A Tale From the Next Century. Head of Zeus Ltd.
[3] Sartori, G. (2011). Homo videns. Editori Laterza.
[4] Baricco, A. (2013). Op. cit.
[5] Zuboff, S. (2020). The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power. PublicAffairs.
[6] Zúñiga, M. (2021). Un reto profesional olvidado: La enseñanza de lenguas en un país multilingüe. En C. Guadalupe (ed.), La educación peruana más allá del Bicentenario: Nuevos rumbos. Universidad del Pacífico, p. 90.
[7] Ibid., pp. 95-96.
[8] Bloom, P. (2013). Just Babies: The Origins of Good and Evil. Broadway Books; Churchland, P. (2019). Conscience: The Origins of Moral Intuition. W. W. Norton & Company; Tomasello, M. (2016). A Natural History of Human Morality. Harvard University Press.
[9] Bloom, P. (2016). Against Empathy: The Case for Rational Compassion. Harper Collins.
[10] Borghi, A. M. (2020). A Future of Words: Language and the Challenge of Abstract Concepts. Journal of Cognition, 3(1). https://doi.org/10.5334/joc.134; Borghi, A. M. (2023). The Freedom of Words: Abstractness and the Power of Language. Cambridge University Press; Borghi, A. M., Barca, L., Binkofski, F., & Tummolini, L. (2018). Abstract concepts, language and sociality: From acquisition to inner speech. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, 373(1752). https://shorturl.at/bksN3
Educador. Docente del Departamento Académico de Ciencias Sociales y Políticas, y miembro del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico.