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Edición Nº 19

La responsabilidad social empresarial, realidad y desafíos
12 de abril, 2012

Mucha agua ha corrido bajo el puente desde que a mediados de los setenta, en uno de sus artículos más influyentes, Milton Friedman sentenciara que “el negocio de los negocios son los negocios” y que la responsabilidad principal de las empresas era poner a disposición de los consumidores productos y servicios, maximizado las ganancias de sus accionistas. En esa concepción del mundo, la actuación corporativa no tenía porqué incluir consideración alguna sobre el bienestar de las comunidades. Bastaba la búsqueda unidimensional del beneficio personal (clave para el funcionamiento de cualquier economía de mercado) para alcanzar objetivos socialmente superiores.

Sin embargo, la globalización de las últimas décadas y la proliferación de grupos de interés cada vez más diversos y complejos, con demandas crecientes y muchas veces divergentes, han puesto en el ojo público a la empresa, la misma que es evaluada no solamente por la calidad de sus productos, sino por la naturaleza más amplia de su vinculación con las comunidades y el entorno en el que operan. No puede haber empresas pujantes en comunidades fracturadas y disfuncionales.

Vista así, la responsabilidad social empresarial (RSE) parte de una idea simple pero profundamente transformativa: que las empresas tienen obligaciones sociales que sobrepasan los límites impuestos por la maximización de utilidades. Hoy por hoy, el tema en discusión no es si las empresas deben abrazar la causa de la responsabilidad social, sino cómo deben hacerlo.

De hecho, estamos frente a una práctica cuyos adherentes se incrementan exponencialmente en todas las latitudes, tanto en el norte desarrollado como en el sur, entre consorcios multinacionales y locales, entre industrias tradicionales y sectores tecnológicamente sofisticados. Es difícil que una empresa aspire a proyectar su liderazgo en el mercado sin referirse a sus prácticas sociales como elemento diferenciador. Esto guarda especial relevancia para aquellos que deben persuadir a consumidores informados en el mercado de bienes y servicios; pero también para empresas afincadas en los sectores extractivos, para quienes las relaciones con la comunidad son de vital importancia operativa.

No en vano han proliferado las iniciativas globales, algunas auspiciadas por las Naciones Unidas, que buscan estandarizar prácticas e instituir mecanismos de reporte transparentes. Entre estas tenemos el Compacto Global, los Principios del Ecuador, la Iniciativa para la Transparencia en las Industrias Extractivas, los Principios Voluntarios de Seguridad y Derechos Humanos, el ISO 26000, entre otras. El común denominador de estos emprendimientos es la preocupación por apuntalar y mejorar el involucramiento y desempeño social de las empresas.

Es necesario tener buenas prácticas sociales no solamente por razones éticas, sino también porque la lógica de acumulación así lo demanda.

Sería errado asumir que la vigencia de la RSE obedece a imperativos exclusiva o prioritariamente éticos. De hecho, hay muchas y sobradas razones prácticas para que las empresas hagan suyo el manto de la RSE. En primer término, la adopción de iniciativas de responsabilidad social contribuye sobremanera a generar corrientes de opinión favorables hacia la empresa, apuntalando su reputación pública y generando lealtades estables de prolongada vida, las mismas que se traducen en preferencias y decisiones de consumo menos volátiles.

Más aún, la buena reputación corporativa resultante establece una amplia reserva de buena voluntad pública en beneficio de la empresa, protegiéndola de los avatares asociados a las crisis que pudieran golpearlas en el espacio público. Frente a situaciones extremas que ponen en riesgo el prestigio de las empresas o de las marcas, esta reserva de buena voluntad entre ciudadanos y consumidores opera para darle a las empresas involucradas el beneficio de la duda, lo que difícilmente ocurre en ausencia de la buena reputación corporativa.

Así entendida, entonces, la RSE es generadora de un vasto capital invisible pero tangible en momentos de necesidad. Por ello el compromiso social corporativo tiene también sentido desde una óptica de mercado. Es decir, la visión tradicional de la empresa como maximizadora de beneficios resulta ampliamente compatible con el paradigma de la buena ciudadanía corporativa. Es necesario tener buenas prácticas sociales no solamente por razones éticas, sino también porque la lógica de acumulación así lo demanda.

En el extremo, la valoración bursátil puede reflejar un diferencial a favor de las empresas más apreciadas por sus compromisos con buenas prácticas de responsabilidad social y cuidado del ambiente. No en vano, vienen creciendo los fondos cuyos participantes concentran sus inversiones en aquellas empresas comprometidas con la RSE.

Otra dimensión igualmente relevante de la RSE es su capacidad de movilizar a los trabajadores de la empresa y constituirse en un elemento diferenciador que permite atraer y retener talento. Por lo general, los trabajadores de empresas con buenas prácticas de RSE se sienten más satisfechos y comprometidos con sus centros de trabajo. Esta última consideración resulta particularmente relevante en atención a la creciente competencia entre las empresas para reclutar y mantener en su entorno a trabajadores altamente calificados.

Un enfoque alternativo de la RSE es el que propone la focalización de dichas iniciativas en ámbitos de acción que, además de tener una dimensión social, contribuyan a apuntalar las condiciones competitivas de la empresa. Esto pasaría por mejorar el entorno a través de iniciativas que refuercen el acceso a infraestructura de uso público y privado (carreteras, conectividad, acceso a servicios). Otro de los elementos de dicha estrategia sería el reforzamiento de los factores de producción (proyectos que tengan incidencia sobre mejoras en la calidad del capital humano), así como iniciativas que tengan impacto sobre los otros componentes del diamante de la competitividad, identificado por Michael Porter.

Sin lugar a dudas, la responsabilidad social empresarial se ha transformado en un paradigma hegemónico en el discurso público. A diferencia de otras tendencias que periódicamente asaltan el mundo corporativo, ésta no es una moda pasajera. La persistencia y expansión de la RSE está asociada al encumbramiento de valores universales como la solidaridad, de profunda raigambre y vasta capacidad movilizadora. La interconexión creciente, la caída de barreras informativas y la reivindicación de la transparencia se conjugan para avalar estas tendencias y darle una especial condición de permanencia.

Publicado en abril 2012


Pablo de la Flor Belaúnde

Ex vicepresidente de la minera Antamina, Gerente de Asuntos Corporativos del Banco de Crédito del Perú (BCP).

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