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Edición Nº 66

Padre Chiqui: fe, deporte y música para transformar comunidades
Álvaro Fabián Suárez
13 de enero, 2025

Desde los años 80, el P. José Ignacio "Chiqui" Mantecón SJ, un sacerdote jesuita de origen español, ha dedicado su vida a trabajar con comunidades vulnerables en el distrito de El Agustino, en Lima. Reconocido por su capacidad de transformar realidades a través del deporte, la música y el arte, el Padre Chiqui ha liderado iniciativas que han rescatado a cientos de jóvenes del pandillaje y la violencia. Estas actividades no solo fomentan el desarrollo personal, sino que también contribuyen a la cohesión social en un entorno marcado por desafíos y desigualdades.

Esta entrevista explora su trabajo desde la Parroquia Virgen de  Nazaret y sus reflexiones sobre cómo la fe y el compromiso social pueden ser herramientas poderosas para mejorar la seguridad ciudadana y transformar vidas.

¿En qué año comenzó su trabajo en El Agustino?

Llegué a El Agustino en 1985 y estuve allí hasta casi el 2020. Durante ese tiempo fui párroco y también, en algún momento, vicario episcopal, pero gran parte de mi labor la realicé en las calles. Además de mi trabajo en la parroquia, la gente me veía en los conciertos, en las actividades que organizábamos y también jugando fútbol.

Todo esto me permitió ser conocido por los chicos en sus propios espacios, en las calles, donde te encuentras con realidades muy diversas; entre ellas, jóvenes que enfrentaban problemas de violencia. Esa cercanía fue clave para conectar con ellos y comenzar a trabajar juntos.

¿Cómo comenzó su trabajo con las bandas y pandillas en el distrito?

En aquel momento, la violencia juvenil de las pandillas y barras bravas era un problema muy serio, con disturbios e incluso muertes. Yo tuve, tal vez, la suerte de estar en el lugar y momento adecuados. Era capellán del Club Alianza Lima y vivía en un barrio donde predominaba la barra brava Comando Sur.

Muchos de los chicos que formaban parte de la barra también pertenecían a pandillas, pero ya me conocían porque me habían visto en el estadio con los jugadores. Eso, al menos, evitó que me vieran como un enemigo. Así fue como comenzamos a establecer una relación, y a partir de ahí surgieron proyectos que desarrollamos juntos, siempre buscando alternativas positivas para ellos.

También trabajó de cerca con Los Picheiros, que en su momento fue una de las barras bravas más peligrosas del distrito. ¿Cómo logró, como sacerdote jesuita, establecer una conexión con estos jóvenes y convertirse en una figura de paz y reconciliación para ellos?

Los pandilleros, al igual que los travestis o los músicos, eran mis vecinos y vecinas. Como digo, si estás en un lugar y te preocupa lo que sucede a tu alrededor, no es difícil encontrarte con estos chicos y chicas en situaciones complicadas. De lo que se trata es de intentar, juntos, encontrar caminos que les permitan llevar una vida digna.

Nunca tuve un proyecto para trabajar con los pandilleros. Todo lo que hicimos, lo aprendí junto con ellos. Nunca me planteé algo como: "Este es el camino para salvar a la juventud". Nada de eso. Si pude hacer algo, fue gracias a lo que construimos juntos, aprendiendo de ellos y con ellos.

Hace poco se inauguró el Complejo Deportivo "Padre Chiqui" en El Agustino, en homenaje a su trabajo y compromiso en la creación de clubes deportivos en el distrito. ¿Cómo siente que el deporte funciona como una alternativa para alejar a los jóvenes de la violencia? Además, ¿qué papel juegan los entrenadores en el desarrollo integral de estos jóvenes?

He practicado deporte toda mi vida, pero mi perspectiva sobre su valor educativo comenzó hace muchos años en España, cuando conocí a Joaquín Villar, un gran entrenador y amigo, quien me enseñó que el deporte es un instrumento privilegiado para educar y formar personas.

Cuando llegué a El Agustino, fundamos el Club de Fútbol Martin Luther King para trabajar con jóvenes en pandillas, priorizando el deporte como espacio educativo. Junto al entrenador, inculcamos valores como la disciplina, el trabajo en equipo, el respeto y la valoración de la autoridad. Esto dio origen a la Escuela Socio Deportiva Martin Luther King, que integró deporte y educación, alejando a los jóvenes de la violencia y recibiendo un premio del Comité Olímpico Internacional como modelo de deporte formativo.

Me interesó mucho saber que usted apoyó la creación del festival AgustiRock, este espacio autogestionado del que surgieron bandas que siguen siendo muy relevantes a la actualidad. ¿Cómo siente que la música logra impactar en la comunidad de una manera similar al deporte, fomentando la unión y disciplina, pero también las diversas formas de expresión artística de los jóvenes?

Sí, estuve muy presente en los movimientos musicales de los años 80. Justamente, los grupos que surgieron alrededor del movimiento AgustiRock, más allá de los conciertos y las grandes bandas que nacieron allí, reflejaban la vida cotidiana del distrito de El Agustino y abordaban también los problemas del país. Bandas como Los Mojarras, La Sarita y Camuflaje, entre otras, emergieron como un claro ejemplo de ello.

Era una música profundamente conectada con la vida, especialmente con la realidad de los cerros de El Agustino, donde se vivían momentos muy difíciles. Estos grupos canalizaban esa realidad y lograban transformarla en una expresión artística, que iba desde análisis socioeconómicos hasta formas de protesta. Creo que esa conexión directa con la vida y con los desafíos que enfrentaban fue lo que le dio tanta fuerza a este movimiento musical.

El Padre Chiqui estuvo presente en la creación del AgustiRock, un movimiento musical que reflejaba la vida cotidiana y los desafíos de El Agustino en los años 80.

Parte de su trabajo en El Agustino incluyó la reintegración social y educativa de jóvenes que formaron parte de pandillas. ¿Qué programas o estrategias implementaron para lograr este cambio en ellos y en su comunidad?

Cuando creamos la asociación Martin Luther King con muchachos que estaban o habían estado en pandillas, uno de los objetivos principales fue buscar caminos para salir del mundo de la violencia. Esos caminos surgieron de las propias inquietudes de los jóvenes.

La mayoría de ellos había abandonado el colegio, y retomar la educación fue un paso importante. El deporte también fue un gran atractivo, pero al combinarse con un enfoque educativo y formativo, ayuda más. Además, desarrollamos un programa de empleo y preparación para el trabajo.

Otro aspecto importante fue realizar obras de reparación comunitaria. Estos jóvenes, que antes habían causado daño en la comunidad, se involucraron en acciones que mostraban su cambio, como una forma de reconciliación con la población. Así, quienes antes los veían involucrados en actos de violencia, ahora podían verlos haciendo algo diferente y positivo.

Durante este tiempo de trabajo, ¿cómo fue su relación con las instituciones gubernamentales, estatales o privadas? ¿Cree que hubo un respaldo suficiente para este tipo de iniciativas?

Hubo iniciativas importantes. Por ejemplo, en El Agustino y en José Leonardo Ortiz, en Chiclayo, junto con la institución suiza Tierra de Hombres y Encuentros - Casa de la Juventud, impulsamos la implementación de la Justicia Juvenil Restaurativa en el Perú. Este programa atendía a menores infractores en libertad, ofreciéndoles apoyo social y psicológico en lugar de soltarlos o enviarlos a Maranguita. Funcionó tan bien que el Ministerio Público lo adoptó, y ahora muchas Fiscalías de Familia lo aplican.

También tuvimos apoyo del Instituto Peruano del Deporte (IPD) en un proyecto de pacificación del fútbol con barras bravas de Alianza Lima y Universitario. Avanzamos, pero, cuando se cambiaron a los directores, el programa terminó. Algo similar ocurrió con iniciativas impulsadas desde Palacio de Gobierno con los clubes más grandes del país: tras unas reuniones, no hubo continuidad ni interés real por parte del Estado.

Es lamentable, porque cuando había oportunidad de trabajar con pandillas y barras, no se priorizó el problema. Advertí en su momento que, s+i estos jóvenes, dispuestos a disparar o matar por un club o barrio, eran captados por el crimen organizado con pagos, sería un desastre. Me decían que era exagerado, pero aquí estamos.

Jesús, al sanar y perdonar, respondía a las necesidades de quienes buscaban salud, reconciliación o esperanza. Creo que lo primero es ayudar a las personas a reconocer su dignidad como seres humanos

En sus proyectos, el cambio parece impulsarse más desde el deporte, la música o el trabajo comunitario que desde la fe directamente. ¿Cómo ve usted el rol de la fe católica en inspirar estos cambios y transformaciones?

Jesús, al sanar y perdonar, respondía a las necesidades de quienes buscaban salud, reconciliación o esperanza. Creo que lo primero es ayudar a las personas a reconocer su dignidad como seres humanos. Eso es lo que Jesús hacía cuando se sentaba a comer con pecadores, se acercaba a los enfermos o hablaba con quienes estaban marginados. Él veía primero a las personas, no sus etiquetas. Así debemos actuar: acercarnos para que quienes atraviesan momentos difíciles reconozcan su valor y posibilidad de cambio.

Yo nunca prediqué nada. Creo que trabajar por la dignidad de las personas es el camino para que luego puedan encontrar el suyo.

¿Cómo ha sido su experiencia trabajando en Piura durante estos últimos años? ¿Qué proyectos está liderando actualmente en estas comunidades?

Ahora estoy en una comunidad jesuita maravillosa y trabajo con CANAT, una ONG de la Compañía de Jesús que apoya a niños, niñas, adolescentes y jóvenes en situación de pobreza, en algunos casos extrema. Se enfocan en educación, formación y necesidades básicas en el Bajo Piura, específicamente en centros poblados de La Arena y Catacaos. Mi rol principal es acompañar al equipo que trabaja directamente en el campo y ayudar a imaginar el enfoque del proyecto.

A mis casi 76 años, mi participación es más de guía y apoyo. Además, sigo haciendo algo que ha sido parte de mi vida por 40 años en Perú: visitar una vez a la semana la cárcel de mujeres de Sullana. Estas visitas son fundamentales para mí, especialmente en un contexto de situaciones tan dramáticas e injustas. Aunque al entrar a la cárcel uno se encuentra con mucho dolor, siempre salgo con el corazón lleno de esperanza por la fe y fortaleza que veo en estas mujeres. Eso me inspira y me fortalece.

En la actualidad, muchos líderes buscan transformar sus comunidades a través del arte, el deporte y el trabajo colectivo, y usted es visto como un referente en estas iniciativas. ¿Qué mensaje le daría a quienes desean replicar estas experiencias para generar cambio, desarrollo y prevención?

No me considero alguien para dar consejos ni mensajes, pero creo que cualquier líder, gobernante o autoridad que busque el bienestar de su comunidad debe estar en contacto cercano con su gente, escuchando y acogiendo sus necesidades más sentidas.

Si hoy una de las demandas más urgentes es la seguridad, la paz y el respeto, es fundamental trabajar de la mano con la población, respetando profundamente los derechos humanos y priorizando lo que la comunidad realmente necesita. El camino siempre es hacerlo juntos, con colaboración y empatía.

Si hoy una de las demandas más urgentes es la seguridad, la paz y el respeto, es fundamental trabajar de la mano con la población, respetando profundamente los derechos humanos y priorizando lo que la comunidad realmente necesita.

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Álvaro Fabián Suárez
Álvaro Fabián Suárez

Editor de la Revista Intercambio. Periodista y comunicador audiovisual. Bachiller en Periodismo por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

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