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Edición Nº 9

Racismo y Discriminación: una mirada desde los jóvenes
4 de agosto, 2009

Por un lado, convivimos con el racismo casi todos los días... Y, al mismo tiempo, nos vemos a nosotros mismos conviviendo con gente de distintos lugares, con diferente color de piel asumiendo nuestra relación humana de manera espontánea.

La Compañía de Jesús ha asumido un reto complicadísimo. Ahora mismo, a lo largo de este año, la Oficina de Coordinación Social está apostando, reunión tras reunión, por un grupo de estudiantes universitarios para que den nuevas perspectivas respecto al problema del racismo en el Perú y las distintas formas de discriminación que este acto repulsivo genera. ¿Nuevas perspectivas desde los jóvenes? Todos los que estamos dentro del grupo sabemos lo fácil que es caer en espacios comunes, o repetir lo que algún especialista ya ha mencionado sobre el racismo; sobre todo cuando se trata de un tema particularmente difícil de tratar. Y es difícil de tratar por muchas razones...

¿Qué sentido tiene que un grupo de jóvenes asuma el reto de adentrarse en temas como el racismo? ¿Qué nos lleva a juntarnos como estudiantes universitarios a reflexionar sobre esta problemática? Sería muy fácil responder con argumentos relativos a la necesidad de lograr un punto de vista común que nos lleve a un mayor sentido de compromiso ético y responsabilidad social. Creo, sin embargo, que hablar en abstracto sobre el racismo resulta un sinsentido, un cliché innecesario que puede ser repetido hasta el cansancio por una infinidad de grupos parecidos al nuestro.

Nosotros comenzamos reconociéndonos como parte del problema. Todos tenemos una historia relacionada con el racismo: hemos sido discriminados o discriminamos. Sutilmente, pasivamente, directamente, explícitamente. Cada uno esconde o muestra su inseguridad, en la timidez o en la violencia, en la acción concreta o en la impotencia. Cada cual, en esta sociedad, pareciera estar obligado a proteger su espacio, sus amistades, su cultura. Estamos pues, insertos en una historia de racismo, en una sociedad que es garante de la discriminación en distintos niveles. Demostramos, día a día, cómo nos cuesta todavía vivir en la diferencia. En ese sentido, como grupo hemos renunciado a la posibilidad de asumir una postura neutral: no pensamos ocultarnos tras las estadísticas, ni mirar de lejos al racismo al leer argumentos teóricos en ensayos sociológicos o antropológicos. Mucho menos cuando la herida sigue abierta. ¿Qué sentido tienen las teorías si estas no se confrontan con la praxis? Y, ¿qué sentido tienen las descripciones fidedignas si no somos capaces de sentir el dolor que es producto del desprecio y la indiferencia concretas? Así pues, lo que queremos es presentarnos a nosotros mismos auténticamente, asumiendo el problema del racismo desde nuestra propia experiencia. Todos, en ese sentido, cuando nos reunimos, entramos a una terapia en cuanto todos necesitamos reconciliación: con nosotros mismos y con nuestra sociedad.

Algo queda claro: el hecho de que seamos estudiantes universitarios resulta secundario. Definitivamente ayuda para entender mejor nuestras lecturas, además nuestras discusiones pueden enriquecerse con conocimientos previos; sin embargo, nada tiene tanta fuerza como el gesto al momento de relatar nuestras experiencias: los silencios incómodos luego de un relato, el titubeo de quien se cuida de ser ofensivo, la impotencia frente a la injusticia en el tono de la voz y el movimiento de las manos, la confusión respecto a una situación concreta reflejada en una mirada al vacío. Y es que sucede algo que puede pasar desapercibido: el racismo no es solo un tema sensible, sino que hace aflorar nuestra sensibilidad.

Para los jóvenes que hemos tenido el privilegio de tener una educación crítica y reflexiva, el racismo es un problema serio; pero al mismo tiempo un problema tácito. ¿Por qué? Porque vivimos en una situación confusa, y por momentos evidentemente contradictoria. Por un lado, convivimos con el racismo casi todos los días: en la agresión verbal, en los comentarios sueltos o indirectos, en los chistes, en la portada de un periódico. Y, al mismo tiempo, nos vemos a nosotros mismos conviviendo con gente de distintos lugares, con diferente color de piel asumiendo nuestra relación humana de manera espontánea. Día tras día el mercado y la interacción social nos lleva a entablar una dinámica de convivencia mixta, cada vez más intercultural. Aquello considerado huachafo por la gente blanca hace unos años, ahora es asumido como la “moda” del momento. Esto no implica que el racismo esté disminuyendo: significa que el racismo asume un nuevo código, un lenguaje más sutil y por momentos repulsivamente agresivo. Desgraciadamente no dejamos de pertenecer a una cultura mestiza que arrastra todavía con actitudes autoritarias, paternalistas y clientelistas.

Puede que el hecho de ser estudiantes sea secundario, pero el hecho de que seamos jóvenes resulta una gran ventaja. Nuestros espacios comunes son cada vez más abiertos y diversos: el micro, la universidad, las discotecas, el “feisbuk”. Por ende, tenemos la posibilidad de adentrarnos en experiencias nuevas. De alguna forma estamos entrando en una etapa en donde lo privado se empieza a diluir en lo público: nuestras formas de expresión están a la vista de cientos de personas por medio de la web, nuestro ser-social ya no radica en el ser aceptado en ciertos “círculos”: de artistas, emprendedores, “juergueros”, etc. De alguna forma u otra pertenecemos a varios de estos círculos y en cada uno de ellos encontramos historias distintas. La masificación de los medios de comunicación trae consigo, a pesar de la alienación, una virtud esencial: estar en contacto con experiencias particulares, con historias distintas. El racismo se esconde detrás de la inseguridad; detrás de “círculos” que temen diluirse; detrás de hábitos y costumbres de familias y grupos que buscan, anacrónicamente, identificarse como aristócratas que le rinden pleitesía al poder de turno. Ahora más que nunca debemos estar atentos a expresiones discriminatorias: nuestra historia se está construyendo día a día y con ella estamos justificando el dolor e indiferencia de muchos, o la restauración e inclusión de personas que son capaces de abrir las puertas de su cultura al mundo. Estoy seguro que este grupo, al compartir sus experiencias, apunta a la reconciliación y al respeto de las diferencias. Aprovechar los espacios que este momento de la historia nos está dando y la diversidad cultural del país es el reto que tenemos por delante.

Publicado en agosto 2009


Luis Daniel Cárdenas

Estudiante de Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

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