La elección presidencial brasileña de 2014, la primera después de las grandes manifestaciones de junio de 2013, está marcada por una aparente paradoja. La vibración en las calles de las jornadas de junio contrasta con la apatía general por la disputa del más alto cargo del país. La séptima elección, después del largo ciclo militar y que remplazó a cinco generales en el poder (1964-1985), marcha hacia el récord de votos nulos, abstenciones y votos en blanco.
La paradoja entre el bullicio de las calles y la indiferencia hacia el proceso electoral, en realidad, no es una antítesis, sino la expresión de las mismas calles que han manifestado su desencanto con los políticos y el sistema político. El lema 'no me representan', visible en pancartas publicitarias, anunciaba lo que estamos presenciando ahora. El paisaje del escenario electoral solo puede ser comprendido por el post-junio de 2013 y el movimiento #NãoVaiTerCopa (No vamos a tener Copa) de 2014.
Sin embargo, la novedad en el mundo de la política brasilera, no son las elecciones y lo que deriven de ellas, sino lo que se produjo antes de ellas, en lo que puede llamarse el poder constituyente, la potencia de las calles exigiendo y produciendo política. Las jornadas brasileñas de junio son parte del ciclo global de luchas iniciado por las revoluciones árabes de 2011, pasando por el Movimiento Europeo el 15-M, la Occupy Wall Street, hasta las luchas de Gezi Park en 2013 en Turquía.
Se trata de comprender que las calles hacen visible y refuerzan la brecha entre la política expresada en el cuerpo social y la política representada por el sistema político. Cualquier intento de leer la primera bajo los términos de la segunda es fallido, porque una crisis de representación es precisamente cuando la segunda se torna insuficiente para dar cuenta de la primera. En otras palabras, la sociedad brasileña de hoy es más moderna que su Estado; y, entre los candidatos, quien mejor perciba que ya no se trata de gobernar para las calles sino de unirse a ellas, estará más cerca de la victoria.
Tres claves interpretativas irrumpen de la lectura de las calles y de su inflexión por el nuevo momento político brasileño: el rechazo, el reconocimiento y la cuestión social. El rechazo por la representación política de los partidos y de la clase política en general que se desmoralizaron. Una brecha se ha abierto entre las calles y la representación política e institucional. El "ustedes me representan" fue reemplazado por "Yo me represento". Oponiéndose al agotamiento de la democracia representativa, se exige el "reconocimiento político" traducido en una efectiva democracia participativa y directa.
Por otra parte, el movimiento no es sólo de rechazo, sino que también está en busca de reconocimiento. Las personas quieren ser reconocidas, quieren que su dignidad e identidad sean respetadas, legitimadas. El reconocimiento aquí asume una triple condición: reconocimiento político, social y cultural. Junto al reconocimiento político (representación) y social (inclusión), también está la lucha por el reconocimiento cultural; es decir, la lucha no es sólo por la igualdad, sino también por el reconocimiento de la diversidad en cuanto a las condiciones y opciones de género, raciales y étnicas.
Al lado del 'rechazo' y del 'reconocimiento' hay otro tema clave que surge de las calles: la cuestión social. Cuando menos se esperaba, y cuando muchos pensaban que ya estaba bien encaminada y hasta resuelta la "cuestión social" –con la movilidad creciente de miles hacia arriba-, las calles dieron el mensaje de que las cosas no están bien.
El lema de la calle "mucho más que 0,20 centavos”[1] expresa el caldo latente de un clima de frustración de los que no se sienten incluidos. De los que están fuera de la sociedad de consumo, de miles que trabajan en empleos precarios. De aquellos que estudian y trabajan y necesitan desplazarse en las metrópolis carrocentristas, pero también de aquellos que no estudian ni trabajan y se dan cuenta de que el prometido acceso a la sociedad de consumo no vendrá por la educación y menos aún por el trabajo de salario mínimo. El resentimiento se une también a la indignación por no acceder, o por el acceso restringido, a servicios como salud, educación, servicios sanitarios básicos, vivienda, transporte público.
El malestar de las calles señala que el modelo neodesarrollista de inclusión a través del mercado de consumo -la apuesta de Lula/Dilma- se hizo insuficiente. Es innegable que los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) dieron más atención a los problemas sociales que los gobiernos anteriores. La caída del desempleo con la fuerte oferta de puestos de trabajo, el aumento de los salarios reales, los programas de mitigación de la desigualdad que dieron lugar a la movilidad social ascendente de miles de brasileños son ejemplos de esta atención. Se habla de la aparición de una nueva clase media en Brasil - 22,7 millones de brasileños han cambiado el nivel de ingresos, sobre todo en los últimos cinco o seis años-.
La crítica, sin embargo, también expresada por las calles, es que el crecimiento económico no se tradujo en cambios estructurales y rupturas con los grandes grupos económicos del agronegocio, de las finanzas y de la gran industria. Los pobres ganaron mucho con los gobiernos de Lula y Dilma, pero los muy ricos han ganado aún más. El movimiento #NãoVaiTerCopa, durante la edición de la Copa Mundial en suelo brasileño, y antes que él las manifestaciones del mes de junio de 2013, en la estela de la Copa Confederaciones, expresan esta latencia.
Las protestas señalaron una serie de demandas que, antes de la realización de los megaeventos, fueron respaldados. El #NãoVaiTerCopa denunció la absoluta prioridad de las inversiones en los estadios, la publicidad y la seguridad para la Copa en el contexto de la degradación de los servicios esenciales a la población, como el transporte público, la salud y la educación. Protestaban contra la falta de hospitales y escuelas "nivel FIFA". También se cuestionó el legado de violaciones de derechos y exclusiones de los no deseados de la Copa: los barrios marginales y comunidades "en el camino" de las obras, los vendedores ambulantes, personas sin hogar en las calles, las ocupaciones urbanas.
Reuniendo una amplia variedad de demandas y reivindicaciones las jornadas de junio de 2013 y el #NãoVaiTerCopa se convirtieron en un fuerte desafío al nuevo modelo de desarrollo y una fuerte disidencia en el funcionamiento estructural de las instituciones, de los gobiernos y la democracia representativa brasileña. Es a partir del contexto anterior que se entiende el poco entusiasmo por las elecciones de 2014. Las calles indican los límites de las representaciones del tablero de los partidos políticos nacionales.
La paradoja entre el bullicio de las calles y la indiferencia hacia el proceso electoral no es una antítesis, sino la expresión de las mismas calles que han manifestado su desencanto con los políticos y el sistema político.
Desde la perspectiva de la disputa electoral, el curso de las elecciones indicó, por defecto, la victoria de Dilma Rousseff (PT). El accidente de avión que cobró la vida del joven candidato del PSB, Eduardo Campos, sin embargo, barajó el juego. Ahora, con la entrada de Marina Silva, parece que vamos a tener una segunda vuelta entre Marina y Dilma.
Dilma Rousseff (PT), por ahora, sale al frente a causa del gran capital electoral en las regiones más pobres de Brasil debido, principalmente, a las políticas de transferencia de ingresos implementados durante el gobierno del PT, como la Bolsa Familia, los fuertes programas de impacto social ("Mi Casa, Mi Vida", "Más Médicos”) y las consecuencias de una economía, ahora en crisis, que incluyó a muchos en el mercado formal, aunque en empleos precarios. Aecio Neves del partido PSDB, derrotado en las últimas tres elecciones presidenciales contra PT, muestra dificultades de crecimiento, de un parte, porque se centra en un discurso electoral moralista y, de otra, porque es un tributario del gobierno del ex presidente Fernando Henrique Cardoso (1994-2002), responsable de un punto de bajo crecimiento de la economía y del aumento de la desigualdad social.
La incógnita está por el lado de Marina Silva, salida de las filas del PT, ex -ministra de Lula y que después del intento frustrado de creación de su partido Red Sostenibilidad emigró a la plancha de vice del Partido Socialista Brasilero (PSB). Con la muerte de Campos asumió su candidatura. Marina surgió con la bandera de la ecología pero se acerca poco a poco al ideal de una política económica liberal. Se sabe poco de lo que va a ser efectivamente defendido por ella. En estos momentos ejerce una fuerte atracción sobre los indecisos, sobre la gente del "no me representan" que no es exactamente el movimiento de las calles, pero tienen algo de la cultura que floreció en ellos.
La novedad que tiene que ser comprendida por la realpolitik es que el "punto fuera de la curva" – el legado de las calles - llegó para quedarse. Hay nuevos actores y nuevos sujetos sociales en movimiento que manifiestan las contradicciones de fondo de un modelo anticuado y ya superado.
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[1] “Mucho más que 0,20 centavos” fue el lema de las movilizaciones por el aumento del pasaje urbano en 20 centavos.
Cesar Sanson
Doctor en Ciencias Sociales, profesor de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte y socio del Instituto Humanitas Unisinos - IHU.