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Edición Nº 62

¿Cómo propiciar una Cultura del Encuentro ante el conflicto político?
Javier Caravedo
3 de agosto, 2023

El Perú a traviesa una crisis política y social profunda, en la que la convivencia pacífica en democracia se ha resquebrajado preocupantemente en un nuevo nivel de deterioro. Las posibilidades de encuentro entre peruanos y peruanas de distinta procedencia social y pensamiento político parecen cada vez más lejanas. El desencuentro parece atravesar espacios familiares, comunitarios, laborales y educativos.

La dolorosa muerte de 66 personas y cientos de heridos en el marco de las protestas sociales, derivadas de los eventos del 7 de diciembre de 2022, ha generado una gran indignación, especialmente en las regiones del sur del Perú. El flujo constante de protestas de comunidades y organizaciones de la sociedad civil, tanto en los territorios como en la ciudad de Lima, lo atestiguan. Las heridas se han ahondado ante la falta de responsabilidades políticas y legales frente a las graves violaciones de derechos humanos documentadas y señaladas por organizaciones internacionales y no gubernamentales[1]; la estigmatización generalizada de los manifestantes como terroristas; las expresiones discriminatorias hacia los pueblos indígenas, especialmente hacia las comunidades Aimaras; el desconocimiento de la legitimidad de las demandas políticas; y la militarización como respuesta gubernamental, mientras simultáneamente se invoca al diálogo.

A pesar de que sectores políticos y sociales favorables al statu quo de la nueva gestión gubernamental consideran que la crisis ya ha sido superada, el escenario es muy volátil frente a las heridas sociales abiertas y la baja legitimidad de los actores políticos nacionales y las instituciones como el Congreso de la República y el Poder Ejecutivo.

Así, el contexto se presenta como la manifestación de nuestra sociedad en la que, como comunidad política, predominan las energías desintegradoras. Urge, pues, reflexionar sobre cómo movilizar las energías sociales cohesionadoras existentes a partir de una cultura del encuentro. Esto nos lleva a preguntarnos qué impide y qué posibilita el respeto, el diálogo y la tolerancia.

Nos enfrentamos al desafío de una crisis signada por la fractura entre la ciudadanía y el sistema político, la fragmentación y la polarización tanto política como social. Estamos ante una crisis sistémica de representatividad y legitimidad institucional, como factor estructural limitante del diálogo político y social. Todos los actores son débiles y las interlocuciones precarias.

Igualmente, debemos reconocer que nuestro país tiene una débil cultura del encuentro y de genuino diálogo democrático. Algunos de los factores que, a nuestro juicio, han impedido su desarrollo son:

  • La amarga disputa de narrativas sobre la memoria colectiva respecto al conflicto armado interno, así como entre perspectivas sobre el quiebre de la democracia en los 90 y el proceso de transición democrática a inicios del 2000. El Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social, irónicamente, ha sido objeto de una permanente disputa simbólica cargada de intolerancia. Esta disputa permea de trasfondo el discurso público y político en relación con una serie de temas como los conflictos socioambientales, la seguridad ciudadana, la educación, la relación con las Fuerzas Armadas y la Policía, entre otros.
  • La aguda confrontación política entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo que empezó en el 2016 con el período presidencial de Pedro Pablo Kuczynski, en el que la mayoría congresal realizó una oposición hostil. Una dinámica de confrontación que luego se reprodujo y profundizó en las sucesivas gestiones presidenciales. Las amenazas constantes de vacancia presidencial y disolución del Congreso instalaron un ciclo de inestabilidad política permanente.
  • El impacto de la pandemia del Covid-19, en medio de la inestabilidad política e institucional señalada, que golpeó al Perú más que a cualquier otro país del mundo, desnudando tristemente las enormes injusticias y desigualdades.
  • La constante degradación institucional, no solo por la inadecuada gestión gubernamental y la falta de meritocracia, sino también por la corrupción ante la penetración de intereses mercantilistas, ilegales y criminales en la formalidad política. Prima la negociación de intereses privados ilegítimos en lugar del diálogo programático en torno a políticas públicas en beneficio del bien común.
  • El proceso electoral del 2021 que reflejó en primera vuelta la desafección y fragmentación política y que, en segunda vuelta, se transformó en una alta polarización política y social que se ahondó por las acusaciones de fraude y la falta de reconocimiento de los resultados electorales. Síntoma de esto es que, durante 44 días, entre la segunda vuelta y la proclamación de Pedro Castillo como presidente, 128 mil ciudadanos se movilizaron reclamando resultados favorables respecto de una y otra candidatura.[2] El golpe de Estado del 7 de diciembre del 2022 de Pedro Castillo, pretendiendo cerrar el Congreso e intervenir a los órganos de justicia, y su posterior vacancia y captura, fue el precipitado desenlace de este episodio del conflicto político que subrayó aún más el desencuentro.
  • La trama autoritaria de la sociedad que se manifiesta en el racismo, la discriminación y la exclusión. Una república democrática implica la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos. Sin embargo, la relación del Estado peruano con sectores amplios de la ciudadanía no ha sido de igualdad. Este ha sido el trasfondo detrás de la disputa electoral, las protestas del 2023 y la respuesta gubernamental.
  • La alta desconfianza no solo en las instituciones de la democracia sino a nivel interpersonal. El Perú es uno de los países en Latinoamérica con más alta desconfianza interpersonal.[3]
  • La desafección política por la insatisfacción con la democracia y la tolerancia al autoritarismo. De acuerdo al Latinobarómetro, el Perú es uno de los países de la región con una mayoría de población no democrática (54%).[4]
  • Los medios de comunicación masivos y las redes sociales retroalimentan visiones sesgadas y la polarización afectiva. El espacio cívico de discusión de asuntos públicos es cada vez más reducido.
  • La palabra “diálogo” ha sido vaciada de contenido. Para mucha gente es una excusa para adormecer y acallar legítimas demandas, como una “mecedora”. Las personas no se sienten realmente escuchadas ni reconocidas en sus necesidades.

Quebrada la relación entre ciudadanía, gobierno y Congreso, así como la legitimidad institucional para desplegar un diálogo político nacional, resulta crucial fomentar una cultura del encuentro ciudadano para la escucha y el diálogo desde las regiones del país, con énfasis en el sur, que contribuya a crear condiciones hacia un necesario y amplio diálogo democrático.

Las heridas se han ahondado ante la falta de responsabilidades políticas y legales frente a las graves violaciones de derechos humanos documentadas y señaladas por organizaciones internacionales y no gubernamentales.

El campo de la transformación de conflictos y la construcción de la paz nos puede dar algunas luces de cómo abrir rutas estratégicas en ese sentido. Desde esta perspectiva, el encuentro es un elemento central en el tejido de una cultura de diálogo. En ese sentido, y siguiendo a Hal Saunders, definimos el diálogo como:

“Un proceso de genuina interacción mediante el cual las personas cambian gracias al aprendizaje adquirido por su profunda disposición a escuchar. Cada una de ellas se esfuerza por incluir las inquietudes de los otros en su propia perspectiva, aun cuando el desacuerdo persista. Ninguno de los participantes renuncia a su identidad, pero cada uno reconoce suficientemente la validez de las reivindicaciones humanas de los demás, y en consecuencia actúa en forma diferente hacia los otros”.[5]

Agregamos a esta definición de diálogo, que podría parecer limitarse a encuentros, el concepto de diálogo transformativo, el cual subraya la necesidad de una perspectiva sistémica y de proceso. En ese sentido definimos diálogo transformativo como:

procesos de interacción comunicacional a través de los cuales se va construyendo un tejido de vínculos entre diversos actores promoviendo así el acercamiento, el aprendizaje, el entendimiento, la confianza, la colaboración y el consenso, con el propósito de abordar problemas y conflictos generando cambios positivos a nivel personal, relacional, cultural y estructural orientados al desarrollo sostenible y la construcción de la paz.” [6]

La cultura del encuentro y del diálogo están íntimamente vinculadas a la cultura democrática. No es posible el encuentro si no valoramos la pluralidad y no nos mirarnos como iguales en dignidad humana y ante la ley.

De esta manera, se reconoce que las realidades sociales son complejas, interdependientes y están en continua dinámica de cambios. Lo importante es influir positivamente en el sentido de los cambios para posibilitar la convivencia pacífica y el bienestar de las personas, mediante la satisfacción de sus necesidades. Esto se relaciona con lo que John Paul Lederach llama “justapaz”[7], es decir, enfoques de la resolución de conflictos dirigidos a reducir la violencia e incrementar la justicia en las relaciones humanas.

Los encuentros genuinos generan que las personas reconozcan su interdependencia, lo que en las tradiciones sudafricanas se conoce como Ubuntu, principio sobre el que se basó la Comisión de la Verdad y Reconciliación en ese país, bajo el liderazgo de Nelson Mandela y Desmond Tutu, y en el que se construyó su democracia multicultural post Apartheid.

La cultura del encuentro y del diálogo están íntimamente vinculadas a la cultura democrática. No es posible el encuentro si no valoramos la pluralidad y no nos mirarnos como iguales en dignidad humana y ante la ley.

Dado el contexto presentado, consideramos que avanzar hacia una cultura del encuentro requiere articular iniciativas que desarrollen espacios que tengan como pautas:

  • Ser impulsados desde las propias regiones.
  • Que pongan el énfasis en la escucha profunda para el reconocimiento de las voces ciudadanas en sus demandas.
  • Que sean promovidos por actores legitimados de la sociedad civil, de alcance regional y nacional, y por instituciones internacionales.
  • Constituirse como iniciativas plurales.

La ruta que proponemos es, en ese sentido, la de tejer conscientemente un capital social dialógico plural desde el Tercer Lado, a partir de espacios de escucha en las regiones.

Según los datos del Latinobarómetro, el Perú presenta una mayoría de población que no se identifica como democrática, alcanzando el 54% de la misma.

El Tercer Lado[8] alude al campo de actores que, sin ser partes primarias del conflicto, aunque puedan tener simpatía por alguno de los lados, tienen disposición a promover procesos de salidas no-violentas y dialogadas que transformen los conflictos. Este campo de actores de la sociedad civil los podemos encontrar en organizaciones civiles, iglesias, cámaras de comercio, gremios, universidades, sindicatos, comunidades y organizaciones sociales de base de distintos tipos. La propuesta invita a generar espacios para tejer encuentros plurales de Tercer Lado desde lo local y regional, y que estos se constituyan en grupos impulsores que, a su vez, abran espacios de escucha y diálogo con distintos sectores de la sociedad con perspectivas distintas.

Ampliando y tejiendo el campo de actores de Tercer Lado, se va fortaleciendo un capital social dialógico que pueda movilizar y conectar sostenidamente múltiples encuentros cuyos resultados incidan sobre los tomadores de decisión de nivel regional y nacional, y también sobre actores de base y actores primarios de la conflictividad sociopolítica.

Una experiencia interesante en ese sentido es la que ha venido desarrollando la Coalición Ciudadana[9] como plataforma plural y apartidaria de alrededor de 300 organizaciones civiles. Además de promover reformas políticas desde un diálogo plural, ha venido también promoviendo iniciativas de escucha para abordar la crisis políticas y conflictividad social derivada.

El encuentro implica un movimiento físico para conectar a las personas, pero esto solo se realiza cuando hay un movimiento en el enfoque, al que le sigue un movimiento emocional. Busquemos nuevos enfoques que muevan las energías cohesionadoras que tiene nuestro país.

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[1] Como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, Human Rights Watch y Amnistía Internacional.
[2] Ver: https://laley.pe/art/12300/prevencion-en-la-gestion-de-conflictos-a-los-cien-dias-de-gobierno
[3] Informe Latinobarómetro. (2021). En: https://www.latinobarometro.org/lat.jsp
[4] Ibid.
[5] Citado por Programa de Naciones Unidad para el Desarrollo (PNUD) et al. (2008). Diálogo Democrático. Un Manual para Practicantes. p.20.
[6] CARAVEDO, Javier. (2015). Dialogo Transformativo para el Desarrollo Sostenible, En: Transformación de Conflictos. Aportes al análisis y abordaje de conflictos para el desarrollo sostenible. ProDiálogo y Universidad Antonio Ruiz de Montoya. p.38
[7] En: LEDERACH, J.P. (2007). La Imaginación Moral. El arte y el alma de la construcción de la paz.
[8] Ver: https://thirdside.williamury.com/que-es-el-tercer-lado/#:~:text=El%20Tercer%20Lado%20es%20una,puede%20escoger%20el%20Tercer%20Lado
[9] https://coalicionciudadana.pe/

Invierno 2023


Javier Caravedo

ProDiálogo

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