Escribo este artículo desde Ayacucho, en donde se encuentra el mayor número de víctimas del conflicto armado interno que vivió nuestro país en el período 1980-2000: campesinos quechua-hablantes, analfabetos, pobres, considerados ciudadanos de segunda categoría… como lo denunciara el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) y que generó, y aún genera, una débil solidaridad nacional.
No sabía cómo comenzar este artículo, por lo que pasé unos días preguntando a la gente con la que me encontraba: ¿hay racismo en Ayacucho? Fue interesante comprobar, desde caras de sorpresa por la pregunta (“¡Cómo se te ocurre preguntar eso, es evidente!!!”), hasta el silencio inesperado. Cuando solicitaba ejemplos concretos, muy pocos podían darlos. Finalmente me decían, “¡Es que se trata de un racismo solapado!”
Y ese es el tema, muy pocos en el Perú podrán autodefinirse “racistas”, pero que lo somos, ¡lo somos! En este artículo quisiera hacer unas reflexiones desde Ayacucho y plantear desafíos para la reconciliación nacional.
Desde que llegué a Ayacucho escucho constantemente tres palabras de uso cotidiano con las que suelen autodefinirse los ayacuchanos: “somos resentidos”, “esas personas son decentes”, “esos chutos”. Ellas contienen una fuerza racista indiscutible.
¿Por qué el resentimiento en Ayacucho? Tal vez, como diría Nugent, porque determinados grupos sociales fueron expulsados… “del tiempo”.
Un lugar tan bonito como Ayacucho, con preciosos ambientes naturales, con un clima cálido y acogedor, con gente cariñosa, ha sido históricamente ninguneado por el estado y la nación. Pobreza y violencia, y por ello estigmatización, son sus características en los últimos años. La exclusión lleva al resentimiento.
¿Quiénes son los “decentes” en Ayacucho? Lo “decente” dirá Julio César[1], “tiene que ver con lo diáfano, lo transparente, lo honesto, una conducta modelo que se expresa públicamente”. “Pero esto es algo de doble filo, decente ante unos y no ante otros, según cómo te comportas”. “En realidad es una práctica para diferenciarse, es una práctica discriminatoria y excluyente”.
“Son los que pertenecen a familiares de ex hacendados o gente con “apellido” o que alguna vez tuvo propiedades y dinero y quieren mantener su distancia con los demás, su círculo. Porque, actualmente, existen personas de origen campesino que han privilegiado la educación universitaria para sus hijos y que hoy se encuentran mejor que esas personas de alcurnia tradicional”. Nos dirá Fernando.
Y ¿quiénes son los “chutos”?, pues los campesinos pobres, analfabetos, que viven en el campo y que de vez en cuando llegan a la ciudad y son poco acogidos. Los “insignificantes”. Según Meche, “En el campo también hay discriminación: “yo no soy cualquier indio”, “ese chuto” o “esa gringa”, “esos blanquitos”. “Los serranos también somos racistas entre nosotros y con los demás”.
“En el campo también hay discriminación: “yo no soy cualquier indio”, “ese chuto” o “esa gringa”, “esos blanquitos”. “Los serranos también somos racistas entre nosotros y con los demás”
Julio César añadirá: “Más que racismo, se trata de intolerancia, como reacción negativa, de rechazo”. De indiferencia, que es la manera de invisibilizar a los sujetos y grupos sociales ante ciertas situaciones, y exclama: ¡la indiferencia es la peor forma de expresión racista! Me despego de los demás, no guardo relaciones con ellos, ¡los invisibilizo!”. Esto ocurrió y sigue ocurriendo en Ayacucho.
Por eso podemos decir que no solo el período del conflicto armado interno, sino incluso el post CVR se caracteriza por una “pasividad agresiva” de muchos peruanos ante los “insignificantes”. No de otra manera se entiende la indiferencia ante el dolor de las víctimas, la pasividad del estado para apoyar el Registro Único de Victimas (RUV), el retraso en el otorgar el derecho a las reparaciones, mientras los que sufrieron el ataque senderista y la violación de derechos humanos o falta de protección por parte del estado, van muriendo por vejez sin verse en algo reconocidos y reparados, para ir cicatrizando heridas.
A esta exclusión histórica le llamamos el “círculo de la violencia”, la violencia no se da solo con las armas, el ninguneo es un tipo de violencia que genera otras. La exclusión lleva al resentimiento, este puede llevar a la violencia. Según Manrique la percepción de ese orden estamental como no natural, facilitó el éxito de la insurgencia senderista. La violencia estructural genera más violencia.
Hoy la violencia continúa por otros medios, siempre en el ámbito de la exclusión étnica. Existen criterios abiertamente racistas, pero, felizmente ahora también existen protestas, denuncias, algo va cambiando. El 29 de mayo de este año el Gobierno Regional de Ayacucho aprobó una Ordenanza que prohíbe conductas, expresiones, bromas discriminatorias por parte de todos los funcionarios públicos y promueve que las personas con discapacidad y los integrantes de comunidades campesinas y nativas puedan tener participación efectiva en la vida social, política, económica y cultural de Ayacucho.
Ningún establecimiento de la región podrá desarrollar prácticas discriminatorias hacia sus clientes. Esta Ordenanza también establece el compromiso del gobierno regional de garantizar el financiamiento para la implementación del Plan Integral de Reparaciones (PIR) y la enseñanza del contenido del Informe de la CVR en las instituciones educativas. Lo que esperamos que se implemente debidamente.
Ya lo denunciaron nuestros obispos en Medellín: “La paz es, ante todo, obra de justicia”.
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[1] Jóvenes profesionales ayacuchanos participaron en un grupo focal para reflexionar sobre el racismo en Ayacucho y colaborar con este artículo.
Publicado en agosto 2009
Carmen de los Ríos
Directora del Centro Loyola Ayacucho (asociación civil de la Compañía de Jesús). Integrante del Movimiento Ciudadano por los DDHH de Ayacucho “Para Que No Se Repita”.