“Pienso que los adultos deben cuidarnos con amor, es decir con cariño, apoyo, dar seguridad, afecto, ser feliz, paz, sin miedo, sin tristeza, sin dolor, sin golpes, sin gritos”.
(Niña, Ayacucho, Investigación Acción Participativa sobre la protección de la niñez 2012)
El clima escolar positivo es uno de los factores más importantes para el desarrollo cognitivo, socio emocional y ético de los estudiantes, numerosas evidencias científicas así lo demuestran. El presente y futuro de la niñez peruana está influenciado por el entorno educativo y las relaciones que se construyen entre la comunidad que la conforma. El clima escolar en gran parte lo determina la presencia o no de las distintas formas de violencia entre pares, de docentes a los estudiantes, incluso de estudiantes a docentes. Promover el buen clima escolar desde la convivencia democrática y horizontal es un imperativo para el cumplimiento del derecho a la educación con pertinencia y calidad.
Desde las propias voces de las niñas, niños y adolescentes, las mayores formas de violencia que se experimentan en las escuelas del Perú es el acoso entre pares (bullying), el maltrato por parte de los docentes y el abuso sexual[1]. El 38% de estudiantes cree que los gritos son la medida correctiva más utilizada por los auxiliares y docentes, el 30.6% consideran que las medidas correctivas físicas son necesarias naturalizando la violencia como práctica educativa[2].
Se han dado pasos importantes para eliminar la violencia en las escuelas, como la promulgación de la Ley 29719, “ley que promueve la convivencia sin violencia en las Instituciones Educativas”; la ley 30403, “ley que prohíbe el castigo físico y humillante contra los niños, niñas y adolescentes”; la implementación de la plataforma SISEVE, para reportar casos de violencia, y una serie de lineamientos desde el Ministerio de Educación para la convivencia democrática en las Instituciones Educativas.
Sin embargo, la implementación de estas medidas tiene serias dificultades, una muestra de ello es que desde el 2013, fecha de inicio de la plataforma del SISEVE, hasta el 2017 se han reportado apenas 13,430 casos de diferentes formas de violencia en las instituciones educativas[3], esto dista mucho de la realidad que evidencian otros informes como el ENARES 2015[4], en donde el 75,3% de estudiantes de 9 a 11 años de edad, alguna vez en su vida sufrieron de violencia física o psicológica por parte de otros estudiantes, en el caso de adolescentes el porcentaje es de 73,8%.
Una forma de violencia que también se sufre en el espacio escolar es la violencia sexual; según el mismo informe, el 34,6% de adolescentes alguna vez sufrió este tipo de violencia. El Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, para el año 2015, informa que 14 adolescentes de cada 100 entre 15 y 19 años han sido madres o están en estado de gestación y la mayoría de casos producto de actos de violación sexual.
La forma de cómo se aborda la violencia en las escuelas por parte de los directivos y docentes es a través de medidas coercitivas, que poco o nada ayudan a superar la situación de violencia que se vive en las relaciones dentro y fuera de la escuela. Muy por el contrario, las medidas autoritarias dificultan la convivencia y la construcción de una escuela segura y pacífica para la niñez. Una de las causas para que existan dificultades en medidas acertadas en la convivencia escolar es la formación de los docentes que se basa en el enfoque de contenidos, postergando la formación de sus propias competencias vinculadas a centrarse en el estudiante y facilitar metodologías activas y recursos tecnológicos que mejoren sustantivamente los aprendizajes, principalmente el aprender a convivir.
Es de agenda pública el diálogo para superar la violencia en las escuelas peruanas y una respuesta más o menos concertada es la de un abordaje integral, estructural y sistémico. Lo estructural implica la existencia de políticas intersectoriales debidamente financiadas para abordar las diferentes aristas de la violencia en las escuelas, políticas que permitan cerrar las desigualdades educativas, las brechas de género que aún existen y mucho más entre zona urbana y rural, y la formación docente desde una mirada transformadora que es mucho más que acciones excluyentes en la lógica de “lo que no sirve se desecha”.
La forma cómo se aborda la violencia en las escuelas por parte de los directivos y docentes es a través de medidas coercitivas, que poco o nada ayudan a superar la situación de violencia que se vive en las relaciones dentro y fuera de la escuela.
El abordaje sistémico implica desarrollar capacidades para la convivencia en toda la comunidad educativa, que implica estudiantes, docentes y cuidadores. En los docentes se requiere fortalecer sus capacidades para la aplicación de pedagogías activas que permitan el encuentro de y con sus estudiantes, esto no es posible si es que no se pasa por un proceso de restauración personal para sanar las propias heridas que hacen que se naturalice la violencia como práctica en el aula. Se requiere que desde los docentes se promueva un ambiente escolar fundamentado en la ternura, que implica partir desde la empatía para construir relaciones significativas y horizontales con sus estudiantes, acompañamiento cercano, erradicación de cualquier forma de violencia en su rol como maestros y considerar a los estudiantes como sujetos de derechos y responsabilidades, considerando sus características de acuerdo a la edad y contexto cultural.
Las familias necesitan ser guiadas y formadas en estilos de crianza positiva y democrática, en suma, más tiernas, que les permita acompañar muy de cerca el proceso de desarrollo de sus hijas e hijos, respetar y orientar las decisiones que tomen a pesar de la desventaja que aparentemente puede significar la edad, lejos de moldes autoritarios, adultocentristas, permisivos o negligentes, tener familias y comunidades educadoras de una ciudadanía solidaria que respeta y acoge la diferencia.
Los estudiantes, como sujetos plenos de derecho y en su rol de agencia para el cambio social, necesitan desarrollar -en la lógica de los 4 pilares del aprendizaje propuestas por el informe Delors[5]- aprendizajes para convivir, para saber y hacer que les permita SER. Ser seres solidarios, responsables y comprometidos con los demás y el medio ambiente.
Con la participación del Estado como garante de los derechos plenos de las niñas, niños y adolescentes, el compromiso de las instituciones de la sociedad civil y la participación activa de toda la comunidad educativa podemos convertir las Instituciones Educativas del país en escuelas tiernas para el desarrollo integral de la niñez hacia una ciudadanía que construya una sociedad más justa, solidaria y segura. El llamado que hacemos desde World Vision en la campaña “necesitamos a todo el mundo para eliminar la violencia contra la niñez”, es que madres, padres, docentes, niñas, niños, adolescentes, autoridades, iglesias y toda la sociedad peruana podamos comprometernos a reducir la violencia hacia la niñez.
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[1] Investigación Acción Participante sobre protección de la niñez realizada por World Vision Perú del 2012 al 2015.
[2] Encuesta nacional sobre violencia en la escuela desde la voz de los niños, niñas y adolescentes realizada en 6 regiones del país en el 2017 por la Red de NNA “Alianza Nacional de Líderes de Transformación – ANALIT” con una muestra de 2876 encuestados.
[3] Fuente: Portal SISEVE, hasta el 23 de agosto de 2017.
[4] INEI – Encuesta Nacional de Relaciones Sociales.
[5] Informe de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI, presidida por Jacques Delors, elaborado para la UNESCO en 1996, titulado: “La educación encierra un tesoro”.
Primavera 2017
Daniel Yépez Barrionuevo
Psicólogo y pedagogo, Coordinador nacional de educación para World Vision Perú.