En este año electoral en el que se definirán los nuevos representantes regionales y locales, la campaña en Lima ha comenzado a tocar un tema trascendental. Lourdes Flores, impulsada por distintas circunstancias, ha decidido lanzarse a la competencia por la alcaldía de Lima articulando su estrategia inicial alrededor de la ética. Que esto haya generado distintas respuestas o silencios incómodos y casi al mismo tiempo el lanzamiento mediático y espontáneo de un “frente anticorrupción” nos puede ofrecer al menos dos interpretaciones del momento político actual y de las orientaciones futuras de los candidatos.
La primera es que, luego de 4 años de gobierno aprista y de una serie de escándalos referidos a la corrupción gubernamental en todos sus niveles, levantar el estandarte de la ética parece ser una buena opción para acumular adhesiones y denigrar a aquel competidor que cuente con un pasado al menos dudoso en la administración pública. Esta ha sido la intención principal de Flores, especialmente porque su eventual contendor, Alex Kouri, ostenta un historial político manchado entre otras cosas por sus perversos diálogos con Montesinos y los indicios de corrupción alrededor del caso “CONVIAL”.
La segunda es que pocas veces se ha hecho tan evidente la precariedad de las propuestas políticas. Y no es precisamente porque la defensa de la ética en la política sea secundaria, pues uno de los principales temas a tratar en las campañas electorales debe ser siempre la reivindicación del ejercicio político transparente, honesto y dirigido al bien común. Lamentablemente los candidatos devenidos en moralizadores no plantean hasta hoy alternativas serias a gestiones gubernamentales basadas en un tecnocratismo modernizante, que poco o nada hace por el desarrollo sustentable de la ciudad y la dignificación de las condiciones de vida de sus habitantes.
Existe en nuestros políticos una débil voluntad para explicar serios cuestionamientos respecto a sus acciones o aquellas de sus amigos y aliados. La misma Lourdes Flores guarda silencio frente a la sospechosa trayectoria de un empresario a la que estuvo vinculada laboralmente o deja de lado cualquier afán fiscalizador en lo que se refiere a la gestión de su pretendido socio político, el actual Alcalde de Lima. Políticamente se instrumentaliza la ética para fines electorales y se trastoca en doble discurso, mientras la mayoría de ciudadanos se apresta a recibir una avalancha de denuncias referidas a la catadura moral de los candidatos que les servirá, en el mejor de los casos, como caudal de información para elegir el mal menor.
Se olvida entonces que requerimos no sólo de políticos honestos, también de proyectos políticos abarcados y comprendidos desde una reflexión ética que sólo es real en cuanto es transformadora, en cuanto vincula medios y fines dirigidos a la construcción de una democracia plena en la que la emancipación de los oprimidos fundada en una vida digna es posible. La corrupción entonces no sólo está en ciertos personajes; fundamentalmente se encuentra impregnada en un sistema que perpetúa la violencia, la discriminación y la pauperización sobre amplios sectores de la población que padecen cotidianamente los graves problemas de una ciudad deshumanizada.
Publicado en abril 2010
Miguel Cortavitarte Lahura
Politólogo. Instituto de Ética y Desarrollo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.