En un retiro de mi tiempo de seminarista, el Padre espiritual nos dijo: “las Obras de Misericordia no son catorce, son catorce mil”. Y, conforme han ido pasando los años, he comprobado que tenía razón mi buen Padre espiritual, especialmente durante mis trabajos en ambientes populares de El Agustino, Ilo, Ayacucho, Jaén… en los que se hizo el milagro de la multiplicación de las clásicas obras de misericordia. Y el Papa Francisco lo ha confirmado en su Bula sobre la Misericordia: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar en el corazón del Evangelio… Redescubramos las obras de misericordia corporales”[1]. Veamos algunas:
Visitar y cuidar a los enfermos: Y recuerdo la “Pastoral de Salud” del Vicariato de Jaén, que preparaba unos 200 promotores de salud para que orientaran a los campesinos, en sus caseríos, sobre los síntomas de sus enfermedades. Además, capacitaban a unas 80 parteras que atendían a las mamás campesinas.
Dar de comer al hambriento: por los años 80 se hizo la remodelación de la parte “llana” de El Agustino. Esto suponía que se destruiría la mayoría de las casas de adobe para urbanizarlo, haciendo lotes mayores, calles, plazas… y que los pobladores tenían que volver a edificar sus viviendas, con los inevitables ataques a sus exiguos presupuestos. Una comunidad cristiana decidió hacer un “comedor popular” que reforzara un poco los sencillos menús familiares. Pronto surgieron otros comedores que ofrecían almuerzos económicos, especialmente para los niños.
Dar de beber al sediento: En Lima hay un cinturón de pobreza con un millón de habitantes, donde no hay servicios de agua y desagüe. Lo suplen los típicos “aguateros” con sus camiones cisterna. Esta es el agua más cara de todo Lima. Por eso, los pobladores de los “Asentamientos Humanos” se pusieron de acuerdo y -tras numerosas asambleas- decidieron traer el agua a la zona: papeleos, coimas, gestiones aquí y allá y, después de un par de años, la autorización. Todas las manos a la obra para abrir las zanjas que adelanten las obras, nuevos papeleos… y al final, fiesta popular: música, cadenetas, cerveza, público y algunas autoridades que se hacen presentes para “dar realce a la ceremonia”. Lograron dar de beber a todo un barrio sediento.
Dar posada al peregrino: En Ilo, a nuestra vecina, la señora Eufrasia, le han detectado cáncer de mama. Es decir, tiene que ir a Lima para el tratamiento que durará tres o cuatro meses. “¿Lima?, muy lejos. ¿Dónde me voy a hospedar todo ese tiempo?” El esposo, después de dar muchas vueltas al asunto, recuerda: “En el barrio de Huáscar tengo un primo… casi ni me acuerdo de su nombre… ¿podrá alojar a mi esposa?, ¿tendrá sitio?, ¿le podré pagar alguito por los gastos?” Después de vueltas y revueltas, llegó la respuesta del primo: “Que venga la Eufrasia. Ya le haremos un rinconcito en la casa. También a mi Lucha le encontraron el cáncer, aunque el Señor de los Milagros la sanó”. Sin saberlo, el pariente lejano había cumplido una obra moderna de misericordia.
Enseñar al que no sabe: el movimiento Fe y alegría tiene como objetivo proporcionar una educación gratuita de calidad.
Redimir al cautivo: en la parroquia de Jaén se comenzó la pastoral carcelaria. Muchas cosas había que hacer, sobre todo por los que no tenían familias en la ciudad: conseguir ropa para el invierno, algo de comida para completar la “paila” de cada día, medicinas… buscar a los posibles familiares ente los paisanos… Un abogado joven se comprometió a atender gratuitamente los casos que se presentaran. Había que acompañar los largos trámites para conseguir que a los “internos”, que ya llevaban demasiados años sin juicio, se les haga juicios legales. Una maestra jubilada daba clases para que pudieran acabar la primaria… No todo lo necesario, pero algo se hizo. Sobre todo, cumplir la moderna obra de misericordia: redimir al cautivo.
Enseñar al que no sabe: el movimiento Fe y Alegría tiene como objetivo proporcionar una educación gratuita de calidad, con el aporte económico del Estado. Su especialidad es trabajar en los ambientes populares –“donde acaba el asfalto”- tanto en las ciudades, como en el campo, y una enseñanza que afirma los valores religiosos y cívicos. Los jesuitas son los directores del movimiento, con la colaboración de numerosos laicos y religiosas-religiosos. Su presencia se halla en América Latina y África (el Chad). En el Perú atienden unos 80 mil alumnos, en 80 colegios, distribuidos por 20 regiones. Ha recibido del Ministerio de Educación diversos premios por su alto nivel educativo. Lleva más de 50 años cumpliendo la obra de misericordia.
Consolar al triste, dar consejo al que lo necesita, vestir al desnudo… no son catorce las obras de misericordia, son catorce mil.
Volvemos a las palabras del Papa Francisco: “redescubramos las obras de misericordia… no podemos escapar a las palabras del Señor y en base de ellas seremos juzgados… en cada uno de estos “más pequeños” está presente el mismo Cristo. Su cuerpo se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, desnutrido… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de San Juan de la Cruz: “en el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados por el amor”[2].
[1] Bula sobre el Año de la Misericordia, 15
[2] Ídem.
Jesús Valverde Pacheco, SJ
Sacerdote y confesor en la Parroquia San Pedro de Lima