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Edición Nº 47

Una mirada al liderazgo de los jóvenes en la Iglesia
4 de septiembre, 2019

“¡No se den por vencidos
no se dejen robar la esperanza!”
(Papa Francisco, discurso a los Jóvenes en su visita al Perú)

Vivimos en una sociedad compleja. Complejidad ya reconocida por Juan XXIII en los albores del Concilio Vaticano II cuando señalaba que "asistimos en nuestros días a una grave crisis de la humanidad, que traerá consigo profundas mutaciones. Un orden nuevo se está gestando, y la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia”[1]. Y nos urgía a todos y todas a infundir "en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio”.

Esta situación no ha hecho sino avanzar: “En los últimos años, estamos asistiendo a importantes acontecimientos y transformaciones sociales y políticas que están modificando las coordenadas que regían nuestras vidas a diferentes niveles. Si bien algunos de estos procesos vienen de más atrás, parece claro que, mirando la realidad con cierta perspectiva, podemos ver en la crisis financiera de 2008 un punto de inflexión y una fecha de referencia inevitable para entender muchos de los acontecimientos que se han sucedido en los últimos años a nivel estatal, europeo y mundial.[2]

Los jóvenes sufren especialmente las consecuencias, como ya señalaba Aparecida, y el Sínodo actualiza. “Ustedes conocen mejor que nadie la realidad que les toca vivir como jóvenes”[3] les toca vivir enfrentando complejidades nuevas y buscando soluciones a problemas que nadie les advirtió. Ellos sufren “el embate de una globalización financiera que selecciona solo un tipo de conocimiento y de tecnología huérfanos de humanidad. Donde no interesa el ser humano, especialmente el ser humano descartado o se reducen las humanidades a meras recetas de legitimación...”[4]

Volvemos al Vaticano II (1965) que dedica su último discurso a las y los jóvenes: “Porque sois vosotros los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia”[5], evidenciando, así, su confianza en ellos y dándoles el protagonismo que merecían y necesitaban. Reforzada por las Conferencias posteriores de América Latina (Medellín, 1968); la opción preferencial por los jóvenes que hace Puebla (1979) y, es reafirmada, en Santo Domingo (1992). En Aparecida (2007) se refieren a los jóvenes como aliados, como sectores de la Iglesia que pueden pensar, decidir y lograr sus propios proyectos en función de la Iglesia y la sociedad.

Los Padres sinodales, en su carta final del Sínodo a los jóvenes (2018), expresaban: "La Iglesia y el mundo necesitan vuestro entusiasmo. Haceos compañeros de camino de los más débiles, de los pobres, de los heridos por la vida. Sois el presente, sed el futuro más luminoso”.

Sí, los jóvenes están permanentemente invitados a protagonizar la vida de la Iglesia. Hay una voluntad clara de parte de la Iglesia y un anhelo de un gran sector de la juventud. Encontramos a los jóvenes en las Pastorales juveniles oficiales de los diferentes países, organizando las JMJ a nivel internacional, dirigiendo las catequesis juveniles y sacramentales; participando en diferentes movimientos[6]. Movimientos que se retomaron con fuerza al finalizar Vaticano II y que constantemente se renuevan a partir de iniciativas creadoras.

Quiero retomar la cita del inicio: “la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia”. El liderazgo juvenil se da también en los espacios socio histórico donde los valores del Reino y por tanto la justicia e igualdad, están en riesgo.

Los jóvenes están permanentemente invitados a protagonizar la vida de la Iglesia. Hay una voluntad clara de parte de la Iglesia y un anhelo de un gran sector de la juventud.

Quizá hoy, más que en otros momentos de nuestra historia, se verifica la frase: “el mundo está en manos de los jóvenes”[7]. La realidad, el contexto cambiante que vivimos, cambia de un modo vertiginoso y hacia perspectivas que no son precisamente las que, los de generaciones anteriores, soñábamos en nuestra juventud. La sociedad y la Iglesia misma, con su proceso peculiar, pero marcado también por las interrogantes, inquietudes y desazones del entorno, será “construida” por los jóvenes de hoy.

Sin embargo, es necesario precisar:

  • La juventud no es un tiempo, ni una etapa, ni un momento en la historia de una persona, no es una categoría social homogénea que cualquiera puede estudiar y examinar hasta el más mínimo detalle, desde fuera buscando objetividad, anulando emociones y prejuicios. La juventud es un cometa de riesgos y oportunidades, de amenazas y promesas, una intromisión en el sistema cósmico de los adultos y de su historia, en su aquí y ahora. Como tal hay que entenderla. Ser conscientes que decir “los jóvenes” es riesgoso, puesto que cada vez se hace más difícil reconocer elementos comunes que los configuren como un plural único. Poder acercarnos a su realidad y descubrirlos con sus fortalezas y debilidades, con sus sueños y temores, son protagonistas de una historia que no conocemos, pero compartimos.
  • Necesidad de Acompañantes genuinos y empáticos. Acompañamiento que tradicionalmente hemos realizado las generaciones anteriores; sin embargo, el protagonismo de los y las jóvenes se encamina con más fuerza a que el acompañamiento surja de los mismos jóvenes.

Frente al mundo juvenil surge una necesidad creciente de explorar sus sentidos y sus enfoques; de tal forma que desde su comprensión reconozcamos desafíos para nuestra pretensión de acompañarlos. Acompañamiento que consideramos urgente y una exigencia sentida por los y las jóvenes.

Para acompañarlos es necesario conocerlos, escucharlos, dejarlos ser líderes según el modelo que tienen, descubrir su vida y entrar en diálogo empático con ella. Dejarnos interpelar, desafiar, por lo que los y las jóvenes dicen de sí mismos y del mundo que los rodea.

Los jóvenes piden con insistencia ser escuchados, no oídos: escuchados. Escucha que, a diferencia de oír, es hacerlo con empatía, atendiéndoles, entendiéndolos, tomando en cuenta sus percepciones, pedidos, puntos de vista; para poder empatar y construir juntos esos cambios que anhelamos resolver. Es importante que prestemos atención a lo que dicen. “Escuchar en profundidad, al estilo de Jesús, la voz de los jóvenes y otorgarles un mayor protagonismo en la Iglesia”[8]. Escucharlos, sin juzgarlos, “al estilo de Jesús”. Que en las decisiones que tomemos se sientan reconocidos, tomados en cuenta. Que los dejemos expresarse, no hablar por ellos.

Los jóvenes han sido invitados por el Papa Francisco a un mayor protagonismo en la Iglesia, y ellos han demostrado un constante deseo de hacerlo.

Dar a los jóvenes una verdadera experiencia familiar, en la que se sientan acogidos, amados, cuidados y acompañados en su crecimiento, en su desarrollo integral y en la realización de sus sueños y esperanzas.

La percepción juvenil acerca de la Iglesia cambia constantemente. En parte se debe a la experiencia parroquial que viven o a sus reclamos, en cuanto que quieren una Iglesia abierta a sus problemas y desconfianzas. Es importante poder captar sus pedidos y percepciones; hablar, analizar con ellos, especialmente sobre las grandes desconfianzas que han surgido con fuerza, en los últimos años. Reforzar el proceso de recuperar la confianza.

  • El Sínodo insiste: urge dar protagonismo a los jóvenes, para que transformen las estructuras sociales y eclesiales[9]. Y en este sentido, es fundamental abrir espacios para la formación social y política de los jóvenes para que puedan comprometerse en la construcción del bien común evitando posturas extremas que no aportan a la búsqueda del bien común: “Hay muchos jóvenes con deseo de Dios, que aportan a la vida eclesial y que necesitan alimentarse mediante la participación en procesos y no sólo en eventos esporádicos sin un compromiso duradero”[10].

"Es esencial que el pensamiento político de las futuras generaciones vaya «indisolublemente acompañado», por una formación en valores éticos y deontológicos que ayuden a la elaboración de políticas honestas y fuertes capaces de «vencer el gran mal» del sistema económico y social de todos los tiempos: la corrupción"[11]. Finalmente, es fundamental construir iniciativas colectivas basadas en la cooperación. Los jóvenes son especialmente sensibles a los trabajos grupales, los voluntariados, acciones conjuntas. Son muy importantes, ya que la interrelación y los objetivos grupales, contribuyen decisivamente al desarrollo y madurez personal.

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[1] Cf, Juan XXIII, Convocatoria al Concilio Vaticano II, 1959
[2] SANZ, Jesús. “Cómo pensar el cambio hoy” en Cuadernos CJ, N. 203, marzo 2017
[3] Cf. Mons. Jorge Izaguirre. Carta Pastoral a los Jóvenes. Setiembre 2017.
[4] Cf. Mons. Carlos Castillo. Discurso en ceremonia de asunción de mando de nuevo Rector de la PUCP (julio 2019)
[5] Mensaje del Concilio Vaticano II dedicado a los jóvenes www.vatican.va/gmg/documents/gmg-2002_ii-vat-council_message-youth_19651207_sp.html
[6]DANTE, Francesco. “Los nuevos movimientos eclesiales. Don de Dios y Juventud de la Iglesia” en Sal Terrae 100. Año 2012 y AHERN, K. “De espectadores a protagonistas” en Concilium, 360, abril 2015.
[7] Cf. MORAL, José Luis, "¿Jóvenes sin fe?" PPCV, Madrid 2007
[8] LOBOS, Sofía. "Sínodo. Nuevos retos de la Iglesia: más protagonismo para los jóvenes". Vatican News. Octubre 9, 2018 (www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2018-10/sinodo-jovenes-2018-quinta-congregacion-trabajos-sinodales.print.html)
[9] GIACCARDI, Chiara. “Un camino con los jóvenes, para una iglesia generativa”, en PÁGINAS 252. Diciembre 2018, pag. 11
[10] LOBOS, Sofía. Loc. Cit.
[11] Ibíd.

Primavera 2019


Amparo Huamán Valladares

Docente de Teología de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Asesora de la Unión Nacional de Universitarios Cristianos (UNEC).

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